domingo, 26 de agosto de 2007

Emperadores y Jedis

Estáis aquí otra vez. Volver a veros es sin duda la mejor de las noticias.
Mi Padawan ya es un Caballero Jedi y no puedo menos que sentirme como una mamá orgullosa. Te eché de menos, enano. No sabes cuánto.
El César ha vuelto también. Nada se puede comparar a la sensación de abrazarte de nuevo, ver tu sonrisa y esos ojos brillando. Tu hueco era demasiado grande.
Gracias a los dos por estar de vuelta. Por no olvidarnos.

jueves, 23 de agosto de 2007

Roto

miércoles, 22 de agosto de 2007

Un día sin su noche y una noche sin su día


Tal despropósito se le revelaba a Imperius en Lady Halcón para romper de una buena vez la maldición que pesaba sobre Etienne e Isabeau. Como estaban en la oscura Edad Media, no lo entendían, naturalmente. Al final, claro, se trataba de un eclipse.

Eclipse Total (Dolores Clayborne) es la novela de Stephen King que más veces he leído en mi vida. Calculo que unas doce o trece. Estoy con ella de nuevo ahora mismo. Es cortita y engancha. Entre adicción y adicción (entre Malaussène y Harry Potter, por ejemplo) releo esa historia. Me la sé de memoria, claro, pero no importa. Me gustan los experimentos de King. Me gusta que sea capaz de escribir una novela en primera persona, pero tan en primera persona que toda ella es la declaración que una mujer presta en la comisaría de su pueblo durante una noche entera. Así, sin diálogos, sin la intervención directa de otros personajes (no más allá de sus recuerdos), sin capítulos, sin cortes, sin pausas, sin la más mínima ruptura.

Ruptura de nuevo. Es la racha. Santa Rita Hayworth anda revoltosa y se ha empeñado en arrastrarnos a todas a la soltería. Las que lloraban ayer aconsejan a las que lloran hoy. El aquelarre no da abasto con tanto desamor. Pero podremos con todo, como siempre. Es curioso que haya sido precisamente esta ruptura la que más nos ha desestabilizado. Porque esta, bien lo saben los dioses, se veía venir. Tras confirmarse la maldición de San Juan (ese Santo tan guasón del que Rita debe ser devota, y que nos persigue con unas tijeras) servidora hizo un vaticinio. Uno de esos de los míos, ya famosos (otro día os cuento cómo conseguí la plaza de profesora de Adivinación en Hogwarts). Dije yo hace no mucho: "Estos sobrevivieron a San Juan, pero a los Fuegos no llegan". Me equivoqué por seis días. Y, ¿qué tenemos para hoy? A dos personas que se quieren pero no encajan. Alguien que se queda a pelear por su sitio y su verdad. Alguien que se va por el bien de ambos y nos deja huérfanos a los demás. El Emperador se retira, se aleja. Y resulta duro hasta para un erizo como yo. Pero, ¿cómo se hace para no querer al César? No hay púas que te protejan de alguien así. Se le quiere y punto. Se le quiere demasiado. Y se le echará de menos. Sólo espero que el dolor pase, que él también encuentre su sitio y, a ser posible (por favor) que ese sitio no esté lejos de nosotros.

Nosotros y ellos. Los cuatro. Y con dos más, hacen seis. Dos triángulos. Tenemos a unos que acaban y a la que sufre por ellos. Y, por el otro lado, a tres que empiezan a jugar. Los que se quieren y no encajan. Los que encajan y no quieren encajar. Los que se divierten en plena borrasca (soy inoportuna hasta para ser feliz) y que hablan de claridad, de normas, de risas, de huír de la seriedad y el compromiso. Y todo va bien, desde luego. Funciona. Y no agobia. Ni la intensidad ni el miedo. ¿Cómo pueden dos personas sentirse tan bien juntas mientras afirman que no quieren estar juntas? Será mejor que le hagamos caso al Emperador (sí, te lo digo a ti), que pensemos menos y sintamos más. Y que durmamos. Que ya va siendo hora. Ha sido uno de los días más raros de mi vida. Un día sin su noche y una noche sin su día.

Estoy viviendo en un eclipse.

domingo, 19 de agosto de 2007

... y los tocables!

Porque los hay!! Oh, sí!! Albricias!!! Alabados sean los dioses, todos ellos. Todavía quedan tíos tocables, besables, mordibles y... esto... y con cosquillas. Estamos de enhorabuena.
Lo más divertido del asunto es que no lo esperaba. Es más, estaba segura de que no tenía vela en este entierro. Y bueno, supongo que llegué tarde al funeral, pero a tiempo para el Ángelus...
Reírse es un plus. Sienta bien. Hasta el momentáneo retorno a los catorce tiene su gracia. Lo de Rambo, pase también. Alguna vez tenía que ser la primera. Lo de hacer que me replanteara (otra vez) mi carrera profesional... esa te la guardo, campeón. Tendrás que aprender a hacer caballitos, como mínimo.
¿Qué quieres que te diga? A Don Diego pongo por testigo que, si la ocasión se presenta, abriremos ese baúl.
Buenas noches. No trabajes demasiado!

viernes, 3 de agosto de 2007

Los intocables

Alguien me puede explicar de dónde me viene este masoquismo absurdo, esta manía por el sufrimiento, por lo imposible, por desear siempre lo que no puedo tener?? Definitivamente, tuvo que ser el golpe que me dio aquel columpio, porque si no, no se "entiende".

Por qué tienes 22 años, amor? Por qué, con 22 años, eres tan alto, tan jodidamente guapo, y hablas alemán, y tienes esa mirada, y ese cuerpo? Por qué esas pestañazas, ese pelo, esa barbita de tres días, esa camisa de leñador y esos vaqueros rotos? Me vas a volver loca, lo veo. Como no se espabile la rubia, yo te juro que la desgracio...

Y vos, qué, pibe? Me querés decir de dónde sacaste esos ojos??? No se pueden tener esos ojos azules, loco, y menos si sos argentino! Es un abuso!!! Y encima sos gay, pelotudo, pero vos me querés matar?? Esto ya es la depravación absoluta! Ya me gustás hasta vestido de mujer, pero cuando te sacás la peluca y los tacones estás para partirte en ocho, flaco.

Menos mal que este sufrimiento es del divertido. Del de las risitas de adolescentes taradas, las miraditas y los mensajitos picantes. Pero che, qué manía la nuestra de morirnos de sed habiendo tantas fuentes! Por qué siempre elegimos las del cartelito de "no potable"???

jueves, 2 de agosto de 2007

Soy irritante

Esa es la conclusión a la que he llegado. Seamos honestos, una se conoce. Y se asume. Yo sé que soy borde, vehemente, que tengo mal carácter y que la ira es uno de mis pecados. Lo tengo muy claro. Y, por si alguna vez llegara a dudarlo, sólo tengo que recordar aquella frase de mi padre: "qué pena, hija, con lo guapa que eres y no va a haber dios quien te quiera con lo vinagre que eres". Más razón que un santo, Pater. Soy un erizo, un cactus. Mis rubias también me lo recuerdan, sabiamente, y procuran endulzarme a base de ataques besucones y comandos almibarados. Hacen lo que pueden, pobrecitas mías.
Soy así, pero no me basta. No soy de esas personas que se acomodan y afirman: "al que no le guste, que no mire". Me pregunto, como supongo que hacen muchos, por qué demonios tendría que cambiar. Me pongo chula con el mundo y pienso: "que me acepten, qué demonios". Pero no, no me sirve. Bien, nunca seré Doris Day. No me vestiré de rosa chicle y andaré por el mundo repartiendo abrazos. Esa no sería yo. Pero siempre se puede mejorar. Y sí, es obvio e indiscutible que un carácter alegre, positivo, optimista y risueño es mejor que uno esquivo, huraño y malencarado. Así que intento mejorar en la medida de lo posible, aceptando aquello que creo honestamente que no podré cambiar y puliendo las asperezas que sí pueden ser cambiadas. Creo que es sano intentarlo. Burlarse de los fallos de una. Intentar ser mejor.
Personas muy sabias, cualificadas y estudiadas me han dicho que tengo un carácter melancólico. Será cosa de neurotransmisores o vete a saber. Cosas de esas que quizá no tienen arreglo, salvo con pastillitas de colores. Y, francamente, paso. Prefiero una tristeza honesta a una felicidad artificial. He aprendido a vivir con esa nostalgia permanente, me invita a pasear junto al mar, pensar, hacerme preguntas filosóficas y también me inspira para escribir. Le saco partido. Es más, creo que esos ataques imprevistos de pena injustificada no son más que un mecanismo de mi cerebro, y quizá de mi cuerpo, para descansar, para aflojar un poco, para tomar aliento antes de un nuevo estado de euforia. Porque esa es otra. No tengo término medio. Vivo en una montaña rusa y puedo cambiar de estado de ánimo siete veces en un mismo día. Voy de la risa al llanto. Puedo ser el alma de la fiesta, o el alma en pena. El payaso o el pierrot. Un ganso enloquecido o un cuervo graznando. Y siempre sin motivo, sin explicación. Siempre he sido así. Mi pobre madre se lamenta de tener dos hijas en un sólo cuerpo y de no saber nunca con cuál de ellas está hablando en cada momento. Como digo, lo tengo asumido. No intento luchar contra mi naturaleza, pero sí contra la manera en que la muestro a los demás. Yo no tengo la culpa de ser así. Ellos, menos aún. Así que esa es mi lucha.
Sin embargo, la conclusión a la que estoy llegando es que soy francamente irritante para ciertas personas. Son ya demasiados casos de odio a primera vista. Me gustaría poder decir que todas esas personas siguen un patrón común, pero no seré tan simple. Es cierto que todas ellas se me antojan parecidas entre sí, que todas ellas me suenan muy similares (para más información, leáse una entrada titulada "Síndromes diversos", escrita en vaya usted a saber qué fecha, en este mismo blog, y que describe a todos esos iluminados que repiten la cantinela esa del "yo contra el mundo") Les saco de quicio, les ataco los nervios. Creo que hasta les provoco pesadillas. Es algo de mi manera de ser, o de mi manera de expresarme. No sé si les resulto soberbia, arrogante, pagada de mí misma, sabihonda o todo eso junto. De eso es de lo que suelen acusarme. Me resulta curioso que pueda dar esa imagen, cuando soy una de las personas más inseguras que conozco. Cualquiera que me trate puede atestiguarlo. Todo lo que tengo de borde y cascarrabias en confianza, lo tengo de apocada entre desconocidos. Soy de esa gente que no se atreve a decirle al camarero: "Oye, que te había pedido un café con hielo y me has traído una manzanilla". Soy de esas taradas que no osan espantarse a un moscón y corren a esconderse detrás de una amiga. De las que jamás preguntan por el sueldo cuando las contratan y pasan sudores confiándole una preocupación a una amiga, tras seis meses de darle vueltas a la convenciencia o no de desahogarse. Qué rara soy, joder. Creo que doy una imagen totalmente distinta a cómo soy realmente. Es un gran fallo que debo corregir. Suponiendo que sea eso, claro. Como hago siempre, no afirmo. Dudo. Me hago preguntas. A mí misma y al mundo en general. A lo mejor es ese el fallo. Que me hago preguntas pero parece que las respondo, que intento sentar cátedra. Quizá sea eso.
En cualquier caso, soy irritante. Y, me vais a perdonar, pero en ocasiones me encanta. Cuando se trata de ciertos personajes, no puedo menos que reafirmarme. Y esto sí que lo digo con vanidad, chulería, soberbia y arrogancia. Y hasta con nocturnidad y alevosía. Soy irritante, cariño. No te metas conmigo.