lunes, 31 de diciembre de 2007

Un final

Se acabó el año y de momento se acabó todo.

Que llegue mañana. Y que sea mejor. Para todos.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Palabras vacías

Mi emperador está triste y no sé qué demonios puedo hacer para ayudarle. Odio esta sensación de impotencia. Sobre todo tratándose de él. Porque resulta que él, además de Emperador, es Mago. Porque se las ha ingeniado siempre para anticiparse a mis peores horas, para estar ahí incluso en el exilio, para (no sé bien cómo) tragarse en un segundo cientos de kilómetros y sorprenderme en las mayores tristezas con un: "te invito a cenar". Porque en esos momentos de pánico, inexplicablemente, nunca estaba lejos, sino a la vuelta de la esquina. Cómo lo hace? Me resulta increíble. En el instante más desesperado no se conformaba con ser una voz en la distancia, no. Se materializaba a mi lado para darme un abrazo. Es mi Emperador, pero es un Mago, indudablemente.

Cómo le curo yo ahora? De dónde saco la receta? Él parece tenerla siempre a mano, pero no le sirve. Es muy injusto. Es asquerosamente injusto que él pueda consolarme siempre, hacerme reír en medio de la pesadilla, conseguir que las peores noches amanezca sonriendo y convencida (yo, la reina del pesimismo) de que todo saldrá bien. Cómo puedo devolverle todo eso? No encuentro una sola palabra inteligente, un sólo gesto útil. Nada. Cómo le hago creer que el dolor pasará, que podrá con esto, que saldrá adelante y será feliz, que llegará sin darse cuenta y se asombrará de tanto alivio? Porque lo sabe. Lo sabe porque lo ha vivido antes, y porque ha sido testigo de la curación de otros. Ha estado ahí para curarnos y ha vivido las metamorfosis, las nuevas ilusiones, el brillo nuevo en los ojos. Pero ahora, claro, en medio de la oscuridad, eso no le consuela. Ahora vive en esa fase en la que todo da igual, en la que nada sirve, en la que no merece la pena intentarlo siquiera.

Llegará lo quieras o no. Incluso si te empeñas en rendirte. Siento no poder hacer nada más, sólo repetirte las consignas de siempre. Y confiar en que, aunque no te importe en absoluto ahora, seas capaz de creerme. Debes creerme a pesar de todo.

No te imaginas cuánto te quiero.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Uno menos


Y, a la vez, uno más. Un obstáculo menos. Un peldaño más. Seguimos a oscuras, pero parece que hay un poco de luz al final de la escalera. Si esa luz es lo que parece, lo que quiero, lo que busco, o nada que ver con lo anterior, se verá.

De momento, me he quitado una auténtica losa de encima. He conseguido espantar a uno de los fantasmas, al menos de momento. Quiero creer que se ha esfumado para siempre jamás, pero quién podría afirmar algo así? Nadie, supongo. La vida es tan curiosa a veces...

Estoy tranquila. Los aleteos del pajarito se han calmado. Puedo respirar hondo y el nudo en el estómago se ha deshecho por fin. Aún no tengo el valor suficiente como para darle al interruptor, pero al menos encendí una vela, y resulta que no había monstruo en la habitación. Y, dios, estaba tan aterrada... parecía un monstruo tan enorme, tan invencible, tan peligroso, tan amenazador... al final resulta que sólo era terrible en mi cabeza. Que el miedo era sólo mío, y era infundado. Resulta que estamos solos. Siguen faltando piezas, sigo sin saber exactamente a dónde voy, sin tener una idea clara de hacia dónde me lleva este laberinto. Pero la niebla se va disipando y, francamente, el viaje resulta más agradable así.

Uno menos. Y uno más. No me veis, pero estoy sonriendo.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Minichu


Las Navidades, en principio, ni me gustan ni me disgustan. Como ya dije en el comentario de la entrada anterior, son una excusa como otra cualquiera para juntarse con la familia, reír, recordar viejas historias, comer, beber y hacerse regalos. Suelo divertirme mucho. Este año las Fiestas se presentaban un tanto inquietas, distintas. Ya sabéis, sigo esperando. Pero al menos hubo una novedad.


Se llama Lara, y tiene cuatro meses. Se la conoce también como Minichu. Es la hija de mi primo Marcos (Gran Chu) y de su mujer, mi tocaya (Pequeña Chu). Marcos es el amor de mis amores, como un hermano. Y también ha sido el primero de mi generación en ser padre. Los que me conocéis, sabéis que no tengo un instinto maternal demasiado desarrollado. Es más, normalmente los niños me sacan de quicio. Sin embargo, siempre he sabido que sería madre algún día, porque siento la necesidad de seguir con la cadena, de comprobar si mis hijos tienen los ojos de Rafa, el genio de Mila, la tenacidad de Samuel, la entrega de mi madre, la mente inquieta de mi padre, la dulzura de la tía Merce... qué sé yo. Y porque, además, necesito saber que todas esas personas, sobre todo las que se han ido, seguirán viviendo en la sangre de otros. Que habrá otros que vean sus fotografías, que conozcan sus historias. En eso consiste mi instinto maternal. No en realizarme como mujer, ni mucho menos, sino en mantener vivo mi clan, poner un eslabón más, escribir una nueva página, rendir un homenaje a los que son y los que fueron.


Esta enana es especial. Porque es otro paso, otra vida. Por la esperanza que suponen sus ojazos y la forma en que aprieta mis dedos. Por cómo patea incansable y cómo eligió mi osito de peluche (precisamente el mío) para morder. Es especial porque me hizo sonreír estas Fiestas que iban a ser extrañas y llenas de dudas. Y porque es el eslabón nuevo de una cadena que va unida a la mía. La cadena de Marcos, Gran Chu, Quines, mi primer amor, mi otro hermano, mi primo.


Bienvenida, Lara, Minichu, Coquito. Felices Fiestas. Feliz Vida.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Sigo esperando


Me consuela pensar que cada minuto estoy más cerca del final.
Me aterra pensar qué final será ese.
Para bien o para mal, el tiempo pasa.
La respuesta podría llegar en cualquier momento.
Y esta vez me aseguraré de hacer la pregunta.


Gracias, Emperador, por tu magia. No sé cómo lo haces, pero apareces siempre en las peores noches y consigues que amanezca sonriendo.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Vértigo


Si doy un paso más, es posible que caiga al vacío. Si no lo doy, todo quedará en suspenso.
Puedo perderlo todo, puedo ganarlo todo. Me siento como si tratara de retener arena entre los dedos.
Si subo un peldaño, quizá llegue por fin a lo alto de la torre. Pero tal vez entonces no pueda escapar.
Si abro la puerta, puede ser que salga del laberinto. Y si otra puerta se cierra a mis espaldas? Y si más allá no hay salida?
Si equivoco las preguntas seguramente pierda las respuestas.
Si permanezco en silencio, a lo mejor el monstruo pasa de largo y logro salvarme.

Pero, y si el ruido es la única manera de ahuyentar a los fantasmas?
Y si ha llegado la hora de encender la luz y descubrir que no hay precipicio, ni trampas, ni nada que temer?
Y si enciendo la luz y sólo estamos nosotros?

Qué puedo ganar? Qué puedo perder? Cómo saber cuándo es hora de aguantar, cuándo es hora de tirar, de romper, de contar hasta cien, de correr, de aferrarse al saliente, de soltar las manos?
Ha llegado la hora de saltar? Tendré valor para saltar a ciegas? Cómo saber hacia dónde voy a caer?

Prometí esperar a los búhos. Pero el más preciado parece haberse perdido. Debo seguir esperando? Es lícito que salga a buscarlo?
Hay demasiada oscuridad y no consigo ver nada. Tal vez lo tengo delante. Tal vez sólo debo extender la mano. Y si lo ahuyento, justo cuando había encontrado el camino? Y si, por el contrario, logro con un gesto atraerlo hacia mí?

Son muchas preguntas y aún me faltan muchas piezas. Es imposible terminar el puzle sin colocarlas todas.
La partida está siendo demasiado larga, demasiado complicada. Temo fallar en el último movimiento y que todo se vuelva cenizas. Pero debo avanzar. El reloj no se detiene. Ya hemos jugado nuestras cartas.
Quizá ha llegado el momento de saber si era un as o sólo un farol.

Voy a cerrar los ojos, extender la mano y confiar en la suerte.
Quizá gane esta vez.
Quizá pierda de nuevo y deba lamer mis heridas.
No importa. Las gatas siempre caemos de pie.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Los ojos de Rafa

El tío Rafa era hermano de la abuela Mila. El más guapo, sin duda. Un mocetón gigante, como su hermano Ángel (del que hablaré otro día porque sus historias no tienen desperdicio) No los conocí a todos y a algunos los recuerdo vagamente. Sé que eran ocho, hijos de María (hay una foto suya por ahí y asombra ver el poderío de aquella mujer de campo que se quedó viuda con todos sus hijos, que los sacó adelante sin una lágrima, que les obligaba a ir al baile cada domingo porque había que divertirse y que posa ante la cámara como una emperatriz) y de Julián (ese al que sacaron de casa a golpes y nunca más se supo, al que seguramente pegaron un tiro al borde del acantilado de Candás, o que estará en una de esas fosas comunes que no deben abrirse porque, para no recordar viejas heridas, al parecer es mejor mantenerlas sangrando toda la vida en silencio).

Casi todos tenían apodos, cosa muy típica en Asturias. Tan típica que, de hecho, en los panteones de muchos cementerios rurales, no aparece el apellido de la familia, sino el mote. Esta parte del clan, y así reza en el camposanto, eran los de "Corujedo". A saber por qué. Todo eran motes. El Ruan (qué significará eso?), El Hostio (cómo sería de bestia?), Colorín... Recuerdo a Maruja, la mayor, que hablaba en clave y era tan mística. La que se casó con un viudo y nunca tuvo hijos propios, pero sí a dos "fiastres" (hijastras). A Julio, el pequeño, sólo le vi una vez, en un funeral, pero es la oveja negra de la familia, así que no cuenta demasiado. Recuerdo a Ángel, por supuesto. Y a Rafa.

El hermano José murió en casa, enfermo de tuberculosis. Rafa se fue a la mili y volvió sin piernas. Una de sus botas le hizo una herida en el pie, pero él no se quejó. La herida se gangrenó y al final hubo que amputar la pierna. Lo malo es que los médicos congelaron también la pierna sana. Así que perdió las dos. Rafa era imponente y guapísimo. Tenía todo el pelo blanco, los ojos azules y un hermoso bigote al estilo Dalí. Se quedó a vivir en casa de su hermano Ángel y la mujer de éste, Tona, la Roxa (la Rubia). Nunca pudo trabajar en el campo, ni con el ganado, pero ayudaba en todo lo que estaba a su alcance y solía cuidar de sus tres sobrinos. Cuando María, la madre, murió, le dejó más dinero a él, para que pudiera mantenerse mejor. Julio montó en cólera y amenazó con matar al tullido. Ángel lo sacó a patadas de su casa y desde entonces ningún hermano volvió a dirigirle la palabra al pequeño.

Alguien, no sé quién, le hizo a Rafa unos banquitos de madera con tiras de cuero. Él se los ajustaba a las manos y así caminaba. Todos los niños de la familia sentíamos fascinación por él. Nos sentábamos a su lado, sobre los banquitos o por el suelo. Cuando yo tenía tres años, le pregunté con la naturalidad de los críos por qué no tenía piernas. Su respuesta fue inmediata: "Comiéronmeles los gochos" (Me las comieron los cerdos). Rafa siempre se lo tomaba todo a guasa. Excepto cuando uno del pueblo le llamó "medio hombre" en el bar. Conociendo el carácter de Ángel, calculo que habría hasta navajazos. La batallita está grabada en una cinta de cassette (mi abuelo Víctor siempre tuvo la bendita manía de andar con un magnetófono por todas partes, y gracias a él conservamos las voces de muchos de ellos, incluso de María, mi bisabuela) en la que ambos hermanos relatan el suceso aderezado con todo tipo de blasfemias, mientras la tribu se parte de risa y el siempre beato Víctor reprende sin convicción a sus dos cuñados.

Rafa fumaba tabaco de liar, comía como una bestia (quizá pensaba que ya había renunciado a demasiados placeres en la vida, así que, por qué renunciar a los otros) y pesaba como cien kilos incluso sin piernas. Vivó 63 años y murió como un Rey, y dando la nota. En mitad del banquete de boda de mi tía Meme, su sobrina, la hija de mi abuela Mila y de Víctor, una de las hermanas de mi padre. Recuerdo cada detalle de ese momento. Quizá por eso nunca he tenido miedo a la muerte, quizá por eso nunca me ha impresionado despedirme de los míos. Yo tenía seis años entonces y aquella noche no podía dormir. Cuando me explicaron que Rafa estaba en el cielo, me quedé muy tranquila y volví a la cama. Mientras tanto, en el tanatorio, mis padres y mis tíos intentaban en vano meter a Rafa en su ataúd. Y no cabía. Su espalda y sus brazos eran tan inmensos, que no había manera. El féretro sobraba de largo, pero faltaba de ancho. Tras varias maniobras, resoplidos y sudores, alguien soltó: "Joder, Rafa, nos estás dando la noche". La tensión se esfumó. Todo el mundo se partía de risa, incluyendo a los pobres empleados de la funeraria, que llevaban un buen rato mirando aquella escena boquiabiertos, luchando por mantener el tipo, sofocando risitas nerviosas, convencidos, seguramente, que aquello era lo más macabro y surrealista que habían visto en su vida.

Rafa tuvo una vida curiosa y una muerte curiosa. En mi clan contamos historias, miramos fotos, escuchamos cintas viejas, reímos y lloramos en los funerales (a veces incluso nos emborrachamos) y mantenemos presentes a los que se fueron. Hay aventuras tan estrambóticas como esta. Muchas más. Irán saliendo, sin orden ni concierto. Pero la de Rafa tenía que ser de las primeras. Me gustaría que, algún día, uno de mis hijos tuviera sus ojos.

Amores que matan


En otras entradas me ponía yo pseudofilosófica e intentaba (por supuesto en vano) desentrañar los misterios del amor, esa emoción tan curiosa que puede llevarnos a lo más alto y a lo más bajo, que puede inspirar la mayor generosidad o alimentar la posesión más vil, que nos completa o nos anula. Porque hay muchas clases de amor. O quizá no. Quizá es, sencillamente, que somos muchos y muy diversos (mi abuelo dixit) y cada cual vive sus sentimientos como puede, como quiere, como le dejan, como le enseñaron.


Podríamos jugar a etiquetar a los diversos tipos de "amantes". Las posibilidades serían infinitas. El entregado, el cobarde, el generoso, el avaro, el celoso, el prudente, el apasionado, el fugaz, el idealista, el calculador... Supongo que depende de cada cual, y también del que está al otro lado, de cada historia, de cada momento. Imagino también que se nos podrían aplicar múltiples etiquetas complementarias, e incluso algunas completamente contradictorias. Pero a eso jugaremos otro día. El grupo que hoy me interesa es el de los vampiros. Y no, por una vez no tiene nada que ver con el rollo gótico que tanto me gusta. Vampiros es la palabra que uso para aquellos que matan de amor, para los que asfixian, para los que exprimen hasta tu último aliento, para todos aquellos que entienden el amor como una cadena indestructible, para los que osan amar aplastando al compañero, necesitándolo con tal ahínco que asusta, convirtiéndole en su única razón para vivir. Es posible que a ellos, a los vampiros, les parezca de un romántico sublime. A mí, francamente, me aterroriza. Uno de estos vampiros resultó ser, al mismo tiempo, un ilustre personaje de las letras de este país. Su compañera, Zenobia Camprubí, le entregó, literalmente, su vida entera. Dado que en aquellos días no se esperaba otra cosa de una mujer, al menos no pasó a la historia como mujer mala. No pasó a la historia, ni para bien ni para mal. Fue olvidada, como tantas otras. Permitidme que la rescate del olvido y que la incluya en mi sección de "Mujeres Malas". Porque creo que fue nefasta para sí misma. Porque es el ejemplo perfecto del amor menos recomendable. Porque su historia me parece terrorífica. Y, finalmente, porque si en su día nadie se maravilló de su enorme sacrificio, ni mucho menos la animó a romper aquella amorosa y mortal cadena (lo dicho, eran otros tiempos) yo no puedo evitar la tentación de escribirle unas letras, prometiéndole que, si alguna vez doy con una mártir como ella, seré lo bastante atrevida e impertinente como para ponerle un espejo delante. Y ofrecerle mi mano. Y dejarla en paz si me asegura que la esclavitud es su elección. Porque, al fin y al cabo, eso es la libertad, aunque a veces nos cueste entenderlo.


Zenobia Camprubí era una niña bien, con estudios, que había viajado, trabajado como profesora en Estados Unidos, con inquietudes literarias. Conoció a Juan Ramón Jiménez y éste se enamoró de ella al instante. Zenobia no quería casarse. Consideraba que los españoles eran machistas, y que Juan Ramón, además, era un tipo gris, triste, algo neurótico. Él le escribió cartas apasionadas, le habló de sus proyectos como escritor, le aseguró que juntos harían grandes cosas, traducirían grandes obras, escribirían. Y Zenobia, ilusionada ante la posibilidad de cumplir sus sueños, aceptó. Jamás volvió a escribir, salvo por las anotaciones de sus diarios. Juan Ramón era, en efecto, un tipo peculiar. Hosco, huraño, paranoico, posesivo, lleno de terrores, hipocondríaco, maledicente. Alberti, Guillén, Neruda, Salinas... su lista de enemigos era extensa. Cernuda llegó a compararle con Jekyll y Hyde, afirmando que era "una criatura ruin". Juan Ramón vive obsesionado con la muerte, y con la idea de crear una obra perfecta que le trascienda. Escribe y destruye con obstinación. Acumula periódicos viejos, cierra a cal y canto las ventanas, se vuelve cada vez más maniático. El matrimonio se exilia a Cuba. No tienen dinero y malviven en un pequeño cuarto de un hotel modesto. Cuando Juan Ramón escribe o descansa, no tolera el menor ruido, así que Zenobia debe permanecer sentada en el baño, encerrada y en silencio. Cada día recuerda a su familia, que vive en Estados Unidos, y a la que hace veintiún años que no ve. Cada día planea su viaje desde La Habana. Y cada vez debe anularlo porque Juan Ramón se niega a ir y también a quedarse solo, con lo enfermo que está. Zenobia tiene un quiste en el vientre, pero su marido no le consiente operarse. No está dispuesto a quedarse solo mientras ella esté ingresada. Al cabo de los años, le diagnostican un cáncer de útero. Le aconsejan viajar a Estados Unidos, para tratarse. Zenobia es operada en Boston con éxito, pero unos años más tarde, viviendo en Puerto Rico, el cáncer se reproduce. Juan Ramón está enfermo, como siempre. Sus ingresos en sanatorios mentales son cada vez más frecuentes y no deja de reclamar la presencia de su mujer. Zenobia decide intentar un tratamiento en Puerto Rico para no abandonarle. Los resultados son devastadores. Cuando finalmente viaja a Estados Unidos, le comunican que le quedan tres meses de vida. Tras recibir la noticia, Zenobia regresa junto a su esposo para poner en orden sus papeles y esperar la muerte junto a él. Juan Ramón enloqueció de pena, tuvo que ser ingresado definitivamente, no volvió a escribir y le sobrevió solamente año y medio. En algunas de sus notas, se refiere a Zenobia como "su musa" y "la mujer más completa del mundo". Quizá por eso y por la dedicación incondicional de Zenobia, fueron considerados durante mucho tiempo como una pareja idílica, un matrimonio ideal, un ejemplo de amor. En 1991 se editaron los diarios de Zenobia y la realidad salió a la luz. Páginas y páginas de angustia, de frustración, de agotamiento, palabras de una mujer que quería escribir y sólo escribió sus penas más íntimas, palabras de un ser humano que claudicó, que se anuló por completo y se dejó vampirizar, palabras sobre una clase de amor enfermizo y destructivo, un amor aplastante y egoísta, palabras sobre una relación entre el negrero y la esclava, sobre el extraño vínculo de interdependencia feroz que, curiosamente, todos, incluso ellos mismos, definieron como "amor".


Hay proezas que son muy tristes. Hay heroísmos trágicos. Hay libertades que se forjan como eslabones de una cadena que uno mismo se ajusta al cuello. Hay historias que espeluznan y amores que matan. Hay amores que son tan distintos del amor que dan miedo. Y, afortunadamente, también hay Mujeres Malas.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Un loco fin de semana


Con mil cosas que hacer. Con prisas, mensajes, llamadas sorpresa, sandwiches, sesiones fotográficas, tiradas de cartas, películas, fútbol, compras...


Y contigo. Gracias por compartir conmigo las series, las chuches, las risas, los miedos, los planes, los juegos, el Martini, las charlas, los cigarros, el chocolate. Gracias por dejarme estar. Por el lugar que me das. Y por los besos.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Perlas filosóficas

Lo prometido es deuda. Y, dado que aún tengo pocas novedades sobre el trabajo (no creo que os interese un discurso sobre la formación que estamos recibiendo), procedo a explicar los geniales lemas de mi Pater, hombre sabio entre los sabios y, como cualquier sabio, un completo desastre capaz de sacar de quicio al más pintado.

"Hay que agarrar la recortada". Todo un clásico. Tercero de once hermanos, con un padre profundamente católico y en una época en la que, normalmente, había una sola manera de hacer las cosas bien, no es de extrañar que algunos individuos desarrollen una cierta urticaria a la autoridad. Mis abuelos son gente abierta, tolerante y cariñosa, con un enorme sentido del humor y siempre preocupados por ir con los tiempos. Cuando la hija mayor estudiaba enfermería en Madrid, se afiliaba al PC y corría delante de los grises, ellos aún cambiaban los pañales de la pequeña. La primera boda civil debió ser toda una sorpresa, como el primer divorcio, la primera nieta sin bautizar. Ahora nada de eso importa. Importa la familia, la felicidad de cada uno. Pasó la era del escándalo y la preocupación. Ahora es normal ir a bodas civiles, no bautizar a algunos nietos, tener en la familia a homosexuales, ateos, rojos, porreros impenitentes, divorciados, tatuajes y melenas o emparentar con personas de otros rincones del mundo. Nada de eso es importante. Importamos nosotros, todos. Pero aprender ciertas lecciones lleva tiempo, y mi padre es de natural impaciente. Fue la oveja negra, el primero en casi todo, el arbolito torcido. El hijo más inteligente, el más rebelde, el que siempre cuestionaba las cosas. No ha cambiado demasiado. Las figuras autoritarias siguen poniéndole de mal humor. Las normas, la imposición, el sistema. Odia el sistema. Hace muchos años que descubrió que su padre, al que sigue llamando cariñosamente "el facha", distaba mucho de ser un dictador. Ahora sabe que sólo era un buen hombre tratando de poner orden en una tribu de trece. Pero permitidme que no me líe hablando de mi abuelo. Eso tendrá que ser otro día, porque el susodicho merece capítulo aparte. Total, que el enemigo no era "el facha". El enemigo es el sistema. Eso opina mi viejo. De ahí que amenace constantemente con agarrar la recortada y liarse a tiros. Afortunadamente, todos sabemos que sus únicos tiros, son verbales.

"Me exilio. Me voy al monte". Otra. Odia el sistema, pero está convencido de que tenemos lo que merecemos. Ergo, odia a la raza humana. Prefiere a los animales. Así que, cada dos por tres, amenaza con hacerse ermitaño y largarse a la montaña. Imagino que son daños colaterales de haberse tirado treinta años navegando, lejos de todo, en mitad de ninguna parte. Y de la convivencia, claro. Primero con su enorme clan, luego con sus compañeros, algunos maravillosos, otros impresentables. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, ocho meses al año. Mi padre dice siempre que, desde niño, fue un autista vocacional, por pura supervivencia. Que había que esforzarse mucho para aislarse y poder pensar en medio de tal barullo de gente. Su casa, los barcos. Lo irónico del asunto es que jamás se ha exiliado. Es más, ahora mismo lo tengo en mi sofá. Años y años predicando la soledad, el ideario más robinsoniano, la utopía de librarse de la carga de los hijos (esos pequeños monstruos chupópteros). Y miradle. Tengo 29 años y no consigo independizarme de mi viejo. Claro que, quién iba a tomarse en serio que alguien tan hablador resistiría la vida de eremita?

"A Somalia os mandaba yo, a chupar piedras". La pesadilla de nuestra infancia. Godzilla y yo tuvimos que soportar este mantra durante años. Ahora se la estamos devolviendo, claro. Privilegios vengativos de hijos cafres. En una familia de trece miembros, hay pocos lujos. En un barco en alta mar, pocos caprichos te puedes permitir. Mi padre jamás permitió que sus hijos fueran unos consentidos. En casa entraba dinero a espuertas, se vivía estupendamente. Pero caprichos, no. Por sistema, jamás. Las cosas había que ganárselas y eso costaba. Cuanto más pedías, menos se te daba. A mi padre le gusta dar por su propio capricho. Pero fue de los primeros en tener móvil (le llamamos "burgués reaccionario" y nos tiramos por el suelo de risa ante su cara de impotencia), y ha dilapidado cantidades de dinero escandalosas. Se viste como un mendigo, come como un rey. Adora las motos y los coches. Es el más asceta o el más vividor. Carpe Diem. Juerga, vicio. Mientras te lo puedas permitir. Cuando no puedas, las manos en los bolsillos y a pasear. Sin dramas. Pero depende sólo de ti mismo. Nunca le debas nada a nadie. Ni te aferres a las cosas. Son buenas lecciones, pero nos permiten pullas divertidas. Que te has comprado otra moto? A Somalia te mandaba yo...

"Al carajo el acorazado". Tardes enteras de jugar a Hundir la flota. Al parchís. Al trivial. A lo que fuera. Mi viejo tiene un mal perder digno de estudio. Herencia de la abuela Mila. Por eso mi abuelo lleva sesenta años dejándose ganar a la brisca y fingiendo que no ve las trampas de su mujer. Qué más da? Si ella es feliz así... Mi viejo nos hacía trampas. A sus propios hijos, a su sangre. Otro motivo de cachondeo familiar. "La verdad es que es de lo más ruin y miserable", confiesa él mientras nos morimos de risa. No importa que nos hicieras trampas, viejo. Si eras feliz así... para eso están los hijos. Para perdonar estas cosas.

"Patada a seguir y la cabeza en Tabaza". Recuerdos de sus años como jugador de rugby. Esa era una de sus amenazas predilectas. Durante años soportó que le llamaran bárbaro, salvaje, animal. Cómo les decía esas cosas a sus hijos? Iban a cogerle miedo. No eran formas de educar. Nunca le tuvimos miedo. Siempre supimos que jamás nos arrancaría la cabeza, ni nos despellejaría, ni siquiera nos enviaría a un campamento nazi. Pero le obedecíamos. Sólo porque sabíamos que debía hacerse. El resto era teatro. Y resultaba muy divertido ver las caras de horror de los otros adultos cada vez que aquel barbudo con chupa de cuero soltaba sapos y culebras por la boca llamando a Herodes, el santo incomprendido. Cómo tenerle miedo al mismo señor con el que hacíamos novillos y que luego tenía la desfachatez de cachondearse de las monjas? "Oiga, Sordo(lores), que hemos decidido por votación que esta tarde vamos a pirar. Nos vamos al parque a echar de comer a los patos. Que lo sepa. El lunes le traemos los deberes".

"Jodíos astronautas emocionales". Los tíos somos todos iguales, hija. Menos algún santo varón como tu abuelo y cuatro más. Que no te líen, tú fíjate en cómo he sido yo toda la vida. Que no te cuenten milongas. Pasa de Peter Panes, búscate amantes, no hijos. No sufras, que no vale la pena. Diviértete, no te amarres emocionalmente. Pon tus reglas y acepta lo que te sirva, diga lo que diga el mundo. Fieles? Venga ya. Sí, alguno habrá... pero generalmente... ya sabes. Potorro que vuela, a la cazuela. Somos así. Como los puñeteros leones del Serengueti. Echarle cuento, dejarnos querer, montar a todas las que podamos y encima que cacen ellas y críen a los chiquillos. Tenlo claro, así si te pasa no te harás mala sangre. Y si no te pasa, disfrútalo. Ya sabes, no dependas de nadie. Nunca. Ni siquiera emocionalmente. Y ya sabes... cuándo un tío te diga que necesita espacio... malo. Ya tiene a otra. Anda que no me conozco yo a los jodíos astronautas emocionales. Todo el día con el "espacio". Pero si eso lo inventé yo...

"Me siento extraño". Generalmente esta frase anuncia que el viejo se va a dar un capricho de los caros. Tiembla, mundo. El problema del pobre hombre es que las cosas le hablan. Y no suelen hablarle los ceniceros del todo a cien, no. Le hablan las motos, los coches, las autocaravanas, las tripadas de marisco, las botellas de buen vino. Esto provoca situaciones cómicas. Como ver a unos hijos treintañeros delante de un concesionario chillándole a un cincuentón: "pero vamos a ver, Víctor Manuel, por el amor de Dios! Pero para qué quieres ahora un deportivo?? Pero no te da vergüenza?? Serás pitopáusico hortera!!" Y claro, la gente se queda pasmada. Sobre todo cuando el cincuentón barbudo responde con voz lastimera: "joooooo, pero es que yo lo quieeeeeroooooo!!" El mundo al revés. Papá vuelve a la infancia. Godzilla y yo le reñimos. Al final hace lo que le da la gana, como debe ser. Es divertido jugar a cambiarse los papeles.

"Me abro las venas con una barra de pan". La gran amenaza. Aparece ante situaciones innegociables, como la sola idea de tener que llevar a una hija al altar, votar en las elecciones (sospecho que no ha votado jamás), ver un partido de futbol, ponerse una corbata o cualquier otra actividad que le parezca humillante o vergonzosa. Hay unas reglas. El viejo es un hombre de principios. Principios extraños y paradójicos, pero principios al fin y al cabo.

Un tipo curioso, mi Pater.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Empieza una nueva era

Es una de las frases predilectas de mi viejo. La suelta cada dos por tres y los que le conocemos bien sabemos el poco crédito que merece. Para él, cualquier excusa es buena. Cambiar de marca de leche, acostarse temprano un día, la inauguración de una confitería en el barrio... todo vale. El caso es que empiece una nueva era constantemente. La frase, como digo, forma parte de su colección privada, junto con "hay que agarrar la recortada", "me exilio", "me voy al monte", "a Somalia os mandaba yo a chupar piedras", "al carajo el acorazado", "patada a seguir y la cabeza en Tabaza", "jodíos astronautas emocionales", "me siento extraño", o "me abro las venas con una barra de pan". Algún día comentaré el significado e historia de todas esas perlas paternas.
Hoy, sencillamente, quiero hacer mía la frase del título. Porque, para mí, al fin se ha hecho realidad. Mañana es el primer día de mi nueva vida, de la nueva era. Estoy nerviosa, pletórica, feliz, agradecida, muerta de miedo... Me siento en deuda con la vida, pese a que todos opinan que ya me iba tocando. Y claro, como no podía ser menos, dudo. Estaré hecha para esto, realmente? Saldrá bien? Seré capaz? Encajaré? Cumpliré con lo que esperan de mí?
Mañana se desvelará el misterio. O, al menos, empezará a desvelarse. Mientras llegan esos nuevos Búhos, tomemos un café. Si os place.

viernes, 7 de diciembre de 2007

La visita inesperada

Llegó el Emperador, con pizzas y con su abrazo. Y me salvó la vida esta noche, como hace muchas noches. Cenamos, fumamos y hablamos. Pusimos el mundo patas arriba, intentamos resolver el sudoku, del derecho y del revés, nos probamos camisetas de colores, agitamos banderas, jugamos al Cluedo, tradujimos canciones, le prendimos fuego al diccionario, hicimos la mili, trabajamos para el KGB, vimos películas sin sonido, pusimos voces a otros, atrasamos el reloj, lo adelantamos de nuevo, abrimos y cerramos puertas, perseguimos al conejo blanco, corrimos la maratón hacia delante y hacia atrás, nos dimos la razón, nos la quitamos, lanzamos cosas por la ventana (palomas mensajeras y paquetes de cigarrillos), nos hicimos un nudo con el Twister, procuramos barrer el serrín, nos contamos cuentos y adivinanzas, planeamos ofensivas, aullamos a la luna, rompimos cadenas, movimos fichas en el tablero, resolvimos ecuaciones y hasta pedimos a los Reyes Magos un bate de baseball.

Me hiciste pensar, y dudar, y ver caminos nuevos. Y, como siempre, me hiciste reír cuando parecía imposible. De nuevo lo cambiaste todo y ahora la noche es distinta. Ahora es bonita. Gracias, César. Por conseguirlo siempre. Te quiero.

martes, 4 de diciembre de 2007

Orgullo y prejuicio

Me esfuerzo, podéis creerme. Estoy poniendo todo mi empeño y mi cabezonería, decidida a que, finalmente, esto rompa por alguna parte. Porque, al final, no va a quedar otra. O sí? Podría quedarse la cuerda tal y como está? No lo había pensado.

Haré que se rompa antes si doy un tirón? O es preferible seguir esperando? (Dioses, tened piedad, esperando siempre, siempre, siempre...)

Y si no tiro? Tirarán desde el otro lado? Me arriesgo a que me arrastren? Pero hacia dónde?

Hace casi una semana que esto dejó de tener gracia. Es un pulso, realmente? Lo estoy confundiendo con otra cosa? Sé que es legítimo tener un berrinche, un ataque de orgullo. Pero no estaré cometiendo un error? Al fin y al cabo, qué quiero? Quiero ganar la partida. Pero, a toda costa? A costa de mi orgullo? Es tan importante eso? La victoria no es suficiente recompensa? Merezco ganar? Y hacerlo, además, con mis cartas? Por qué de repente es tan importante el honor? Me estoy comportando como una estúpida jovencita victoriana? Qué vale más? Honra sin barcos, o barcos sin honra? (Hereje, ahórrate el juego de palabras, que te veo)

Bien, alguien acaba de pegar un pequeño tirón. Lo bastante como para no perder la dignidad... El pulso continua. La partida también. Cuántos asaltos quedan? Nunca he sido corredora de fondo. Cómo demonios me he metido en una maratón???

sábado, 1 de diciembre de 2007

Qué pasa con las llamas?

La música sigue sonando, dentro y fuera de mi cabeza. Y, será por estar en consonancia con el "ataque de egocentrismo" del otro día, pero cada canción habla de mí. Todas ellas. Lo bueno es que unas me hacen sonreír. Lo malo es que otras me arañan. Lo bueno es que me cuentan cosas. Lo malo es que no me dicen nada nuevo.
No importa. Empieza Diciembre y es más Diciembre que nunca. Jamás un año tuvo tanta necesidad de terminar. Y de dejar paso al siguiente. Qué vendrá ahora? Al final será el final? O seguiremos empezando?