jueves, 29 de mayo de 2008

Tun-tun

Me revienta que los puestos de responsabilidad en Servicios Sociales estén en manos de completos incompetentes. Me revienta que ciertos despachos sean rifados entre las filas de los partidos de turno. Me revienta que todo aquello que atañe a lo social sea un coladero de imbéciles, ineptos, ignorantes y parásitos. Me revienta que este campo mío, al que me dedico por vocación, sea un coladero para enchufados, para todas las sobrinas tontas del culo que no sirven para nada y los cuñados lerdos que no hubo forma de encajar en ningún sitio. Me revienta que cualquier soplagaitas se crea capacitado para regir los destinos de tantas y tantas personas en situaciones difíciles, que la gente preparada esté abajo batiéndose el cobre en primera línea y dándose siempre de cabezazos contra el mismo muro: el de la ineficacia absoluta. Me revienta oír que para hacer mi trabajo sólo hace falta ser "buena persona". No sé si eso significa que los médicos, los abogados, los ingenieros, los químicos, los panaderos y los electricistas son unos desalmados, o si es que para ser enfermero basta con ser listo y estudiar (aunque seas un cabrito) y para trabajar con personas en situaciones difíciles la inteligencia queda en segundo plano.
Quizá es que puedes ser idiota o analfabeto, mientras tengas buenos sentimientos. Qué importa si no sabes un cuerno de pedagogía, psicología, mediación, interculturalidad o resolución de conflictos? No te hará ninguna falta. Y cuanta más responsabilidad exija tu puesto, cuanto más arriba estés, menos conocimientos te serán necesarios. En primer lugar, porque nadie te los exigirá. Y en segundo lugar, porque, al fin y al cabo, a quién carajo le importan los inmigrantes, los yonkis, las putas, los alcohólicos, las minorías étnicas, los presidiarios? Qué más da si un funcionario pierde unos documentos que pueden suponer la diferencia entre el futuro o la deportación? Qué problema hay si convertimos los centros en ghettos con lo peor de cada casa, mientras los de arriba suspiran aliviados por tener bajo control "el problema", aun a costa de la salud mental de tantos currantes? Qué importa si un chico mayor de edad cumple con todo lo que se le pide y un menor te revienta recurso tras recurso, si al final vamos a proteger al menor y deshacernos del otro?
Hemos perdido a "Rambo" Tun-tun. Una radiografía de muñeca ha decidido que no merece una oportunidad, pese a sus esfuerzos. Pero claro, qué clase de consideración le debe el estado a un moro cualquiera cuando Consejería se ha permitido tomar la decisión a nuestras espaldas, confabulando como buitres, callados como zorras, arrebatándonos la posibilidad de tranquilizar a un pobre chico, de buscarle ayuda en otros recursos para adultos, de hablar en su favor? Qué se puede esperar de una gentuza que, sin previo aviso, sin una jodida llamada, envían un ejército de maderos para llevarse al chaval, sin una mínima explicación sobre lo que le espera? Porque claro, al otro centro de acogida, a esos sí les avisaron con tiempo. A nosotros no, porque no somos nadie, porque no tenemos nada que ver con política, porque tenemos jefes díscolos que montan cristos en las reuniones y cuestionan a los de arriba. Así que no merecemos la menor consideración. Y nuestros chicos, aún menos.
El Ñeru estaba triste ayer. Los chavales andaban cabizbajos y de mal humor, organizando comandos para localizar a Tun-tun (que había huído muerto de miedo) para llevarle de nuestra parte ropa, comida y dinero. Nos cuentan que la intención de nuestro niño es llegar a Barcelona, donde vive una hermana mayor. Ojalá lo consiga, ojalá no le pillen. Sin duda tenemos mucho que agradecer a los tapum dima de Consejería. Y también al madero cabrón que le puso ayer una denuncia por un empujón mientras escapaba, manchándole el expediente cinco minutos después de ser considerado adulto. Y mientras, seguimos soportando al Chiqui, con sus colocones, sus insultos, sus amenazas, sus tocamientos y vejaciones constantes, enviando informes a razón de tres o cuatro por semana, mientras los de siempre miran a otro lado. Me estaré volviendo cabrona, pero cada puto bocado de comida que se mete ese desgraciado en la boca me duele como si se lo estuviera robando a Tun-tun. Suerte, enano. No te dejes pillar. Morena buenas noches te echará de menos.

martes, 27 de mayo de 2008

Déjà Vu


Me agobié, lo confieso. Tuve momentos malos esta vez, pero, por suerte, supe identificarlos, reconocerlos, descubrir los motivos y poner freno a la paranoia. Es lo bueno de hacerse autopsias con frecuencia. Terminas por cogerte el tranquillo. Y luego ya no te sorprendes, no te engañas fácilmente, no te consientes ni una sola estupidez, ni cedes al pánico.

Supongo que, en el fondo, es comprensible. Estás en el mismo hospital, en la misma planta y por la misma razón. Tienes las mismas revistas en la mesilla, recibes las mismas visitas y los temas de conversación son idénticos. De nuevo corro del trabajo a tu habitación, sin apenas tiempo para nada más. Otra vez esos pasillos sirvieron de puesta de largo con gran parte del clan. Son las mismas enfermeras, los mismos celadores, los mismos líos para fumar, la misma limpiadora psicópata. Y como todo se parece, las rutinas, el cansancio, las horas muertas, las prisas, al final todo se parece. Incluso aquello que es completamente distinto.

Y hay ciertas llamadas, ciertos mensajes, ciertas visitas que también se parecen a aquellas, y hay nombres que no me apetece oír, y charlas que no me apetece tener. Es verdad, lo confieso, a ratos me sentí de nuevo como si estuviera pasando un examen, como si tuviera que ganarme la aprobación de mucha gente, gente de tu vida, de tu presente y de tu pasado. Como si tuviera que demostrar algo, ser mejor que otras personas, dejar muy claro que merecía el puesto. Esa sensación me agotó y me puso de mal humor. Estaba cansada y cabreada, no puedo negarlo.

Afortunadamente, logré dominarlo y no cometí el error de hacerte pagar mis miedos, los fantasmas viejos que nada tienen que ver contigo. Afortunadamente, logré dominarme y hacer lo correcto, o eso creo. Y todo pareció cansancio sin más y el mal humor pasó desapercibido. Verdad? Realmente lo conseguí? Porque me esforcé, en serio. Porque he aprendido muchas cosas y una de ellas es que no siempre es el momento ni el lugar para según qué. No siempre tenemos derecho a explotar, no siempre somos lo más importante ni nuestros sentimientos conforman el maldito centro del universo. A veces hay prioridades y estaban muy claras en esta ocasión.

Dejé que el cabreo me sacudiera, me crispara y se fuera por donde había venido. Respiré hondo, fui un junco y razoné. Sí, es cierto, sentía todo aquello, y era lícito. Siempre es lícito sentir. No siempre es lícito dejarse llevar. Analicé las cosas. Y entendí que, en efecto, era el mismo escenario, personajes repetidos y un guión que me sonaba mucho. Pero no era la misma historia, no es la misma película. No tengo nada que demostrar ni necesito ganarme a nadie. No me hace falta ningún aprobado, porque tengo el tuyo y es el único que importa. Y esta vez no tendré el mismo final.

Damas, bravos, blasfemadores, visitantes y noctámbulos, tengo treinta años y un anuncio que hacer. Definitivamente, ha llegado mi segundo Búho. Y es, qué duda cabe, mucho más esperado, deseado e importante que el primero. Gracias a todos por estar. Y a ti por ser. Ya tengo mi mejor regalo. Felicidades, Lenka.

martes, 20 de mayo de 2008

La Habana


A la tía Sabina le gusta el tabaco rubio y la crema de whisky. Habla despacio y bajito, con ese acento suyo tan dulce. Y siempre me dice eso de: "óyeme... qué rica que estás, chica. Te mueves como las negras, tendrás a tu hombre contento..."

Mi bisabuela Lola (Mamina) tenía un montón de hermanos, y uno de ellos emigró a Cuba. Tuvo suerte allí y se labró una pequeña fortuna. Se casó, formó una familia y todos vivieron muy bien. Los parientes españoles no tuvieron la misma suerte y pasaron la guerra, la posguerra, el hambre, el trabajo en la tierra y en la mina. Pese a todo, el de Cuba sintió la señaldá de su patria (morriña, dicen los gallegos) y volvió años después, muy enfermo, porque quería morir en Asturias. En el viaje lo acompañó una de sus hijas, Sabina. Su llegada revolucionó el pequeño pueblo montañés, en el que jamás se había visto a una mujer con faldas cortas, con pantalones, con blusas floreadas, las uñas largas pintadas de rojo chillón, joyas, maquillaje, tacones... y fumando. Toni, el hermano menor de mi abuela, el único varón de mi bisabuela, se quedó hechizado por su prima.

Cuando el de Cuba murió Sabina cruzó el charco de vuelta, acompañada por Gene, otra hermana de mi abuela, porque, como decía Mamina, no estaba bien que una mujer viajara sola. Lo que no tengo claro es cómo regresó Gene de Cuba, porque regresó. Y me imagino que lo hizo sola. Gene siempre me cuenta el terror que pasaron las dos primas al llegar a La Habana. En cuanto echaron pies a tierra, se vieron metidas en un fregado de carreras y tiros, porque unos barbudos revolucionarios bajaban del monte haciendo historia. Gene, muerta de miedo, pensaba que aquel era su fin. Todas las historias que oyera en España sobre los pérfidos comunistas la dejaron paralizada de puro pánico. Hoy día se ríe. Pero asegura que nunca rezó tanto a tantos santos. El caso es que las dos mujeres lograron llegar sanas y salvas a la hacienda de los padres de Sabina, en un autobús que viajó de noche y con las luces apagadas. Toni las siguió a los pocos meses, con el consiguiente berrinche de su madre, que no soportaba la idea de perder al hijo predilecto, y menos por culpa de aquella sobrina suya deslenguada y con pinta de mujerzuela.

Toni y Sabina se casaron y llegaron tiempos difíciles. La hacienda se perdió en aras de la utopía. Tocaba apretarse el cinturón. Aún hoy Sabina despotrica y suelta sapos y culebras de Fidel, "ese gallego comemierda", mientras se lamenta de la muerte de Ernesto, porque "ese sí que era honrado". Abrieron una sastrería en La Habana y, finalmente, no les fue mal. Había que trabajar hasta en domingo, pero levantaron un buen capital confeccionando los uniformes de los militares. Y es que, a la hora de hacer negocios, mi tío abuelo Toni nunca tuvo demasiados conflictos políticos.

Un día, tratando de poner orden en la finca de los abuelos, encontré varias cartas viejas. Gracias a mi curiosidad, me enteré de una historia aterradora que jamás me habían contado, y que, a decir de La Mamma, siempre se comentó en susurros, con una mezcla de fascinación y horror. Resultó que a Toni el amor por su prima no le impidió liarse con otra, provocando las iras de su mujer. Sabina, ni corta ni perezosa, escribió a su suegra (que, no olvidemos, además era su tía) contándole la historia con pelos y señales, y pidiéndole que intercediera por ella, exigiéndole a su vástago bienamado un mínimo de formalidad y respeto hacia su esposa. Mamina olvidó rápidamente las pocas migas que hiciera con su sobrina, y el adúltero fue convenientemente reprendido por la familia, indignados todos por aquello de las apariencias. Que, aunque hubiera un océano de por medio, la decencia era la decencia. Lo que, obviamente, no se contó en ninguna carta (pero descubrí gracias a mi madre, que me lo contó confidencialmente) es que Sabina no se limitó a llorarle la infidelidad sufrida a mi bisabuela. Por su cuenta y riesgo decidió escarmentar al esposo parrandero dándole a probar el mismo plato. Fue tan osada, o eso cuentan las malas lenguas, que se lió con un mulato. O, al menos, eso le hizo creer a su marido. Si las cartas de la familia no bastaban, semejante ataque a la hombría puso a Toni en su sitio definitivamente. Pero el momento en el que la historia se vuelve un espanto, es cuando uno osa preguntar qué sería de la amante despechada, aquella que fue abandonada por mi tío abuelo rajadiablos. "Dicen que se mató", revela mi abuela, con la misma aprensión y el mismo miedo a que las paredes la oigan que sin duda sentían todos medio siglo atrás. "Dicen que se prendió fuego. La pobrecita se trastornó, seguro". Ni siquiera sé cómo se llamaba, no conozco su rostro. Sin embargo, a veces pienso en ella y no puedo dejar de lamentar su trágico final. No logro comprender cómo la pasión, el amor, puede cegarnos tanto, ni concibo cómo Toni y Sabina pudieron reponerse al golpe de semejante historia. Pero, de algún modo, lo consiguieron.

Años después, cuando quedó claro que la situación en Cuba no iba a cambiar en mucho tiempo, Toni se inventó una enfermedad terrible que, supuestamente, tenía a su pobre madre con un pie en la tumba. Así fue como él y su mujer obtuvieron permiso para venir a España temporalmente. Se fueron con cuatro cosas y sin mirar atrás. Y ya no volvieron. Hoy son un par de vejetes sin hijos que no han perdido el acento (el de ella de nacimiento, el de él por contagio) y a los que veo en eventos familiares. Sé que me aprecian porque adoro escuchar sus historias, porque les tiro de la lengua, porque les cuento chistes verdes y bebo crema de whisky con Sabina, y fumamos las dos a escondidas de un Toni que lo sabe bien y se hace el loco. Sé que me aprecian porque les gusta cómo bailo, porque siempre me dicen que estoy muy buena pese a que yo me lamento del tamaño de mi trasero. "Óyeme... tú sabes lo triste que es hacer unos pantalones para una desculada?" Ahí siguen, el uno con la otra, medio siglo después, añorando La Habana, pese a las terribles sombras de una aventura de la que jamás han hablado, pero que sin duda les acompaña.

martes, 13 de mayo de 2008

La sombra del sauce


El anciano sonrió cuando el joven jadeante se sentó a su lado, a la sombra del sauce, sacando la lengua como un perrito extenuado. No tenía más de veinte años y era delgado, fibroso, atlético. Su pelo, de un tono rubio oscuro, se le pegaba en la frente empapada de sudor. Abrió su pequeña mochila y extrajo una toalla para secarse y una de esas bebidas isotónicas de sabor nauseabundo, a la que dio un generoso trago. El anciano lo contempló con cierta nostalgia. Le recordaba a sí mismo, siglos atrás. Cuando el chico recuperó el aliento, le hizo un guiño.
- Estoy bajo de forma - confesó -. Tengo que dejar de fumar.
- Yo lo dejé hace años - dijo el anciano -. Las cosas vuelven a tener sabor, olor. Merece la pena.
El chico le miró con curiosidad.
- Usted es alemán, ¿verdad? Perdone que le pregunte.
- Llevo en este país cuarenta años, pero aún se me nota el acento.
- Yo tengo familia alemana - explicó el joven -. Al parecer saqué de ellos el color de mis ojos.
- Buena herencia - aseguró el viejo sonriendo.

Apenas empezaba mayo y el parque era un hormiguero de niños, parejas y deportistas corriendo al sol. El anciano seguía con su mirada gris los movimientos de una pequeña de unos cinco años, muy rubia, que pedaleaba incansable sobre un triciclo rojo.
- ¿Es su nieta? - preguntó el joven.
- Helga. Es mi única nieta, sí. Mi mayor tesoro.
- Es preciosa. Parece un ángel... - el joven contempló entonces a una anciana que les miraba fijamente desde el otro lado del paseo. Iba en silla de ruedas, con las piernas cubiertas por una gruesa manta de cuadros - Esa mujer no deja de mirarle. ¿La conoce?

El anciano la observó unos segundos.
- Me resulta familiar. Seguro que la he visto antes aquí, en el parque. Ah, sí, ya recuerdo. Hace cosa de un mes me fijé en ella porque se puso enferma. Estaba ahí mismo y empezó a ahogarse. Casi se desmaya. Iba con una chica joven que se la llevó a toda prisa. Creo que no la había visto nunca antes de ese día.
- Ya lo creo que la había visto antes - replicó el joven. El anciano le miró sorprendido -. Pero de eso hace mucho tiempo. Mucho.
- No entiendo...
- Entonces ella tenía diecinueve años. Imagino que no la recuerda, porque había cientos como ella. Supongo que todas le parecían iguales. Chicas flacas y asustadas, con ropa vieja, sucias. Insignificantes entre miles de caras igualmente aterrorizadas. Supongo que daba igual si eran mujeres, hombres, niños o viejos. No eran nada. No eran nadie. ¿Verdad?

El anciano empezó a temblar levemente, como si una brisa fría le hubiera calado los huesos.
- No puede verlo porque va muy abrigada, pero lleva ese número en el brazo. Y las cicatrices, por todo el cuerpo. Usted no se acuerda de ella, porque sólo era una más y porque fue hace mucho tiempo. Porque, seguramente, se ha esforzado en olvidarlo para seguir con su vida. ¿Lo ha conseguido? Siento curiosidad...
El anciano cerró los ojos, la cara contraída en un gesto de dolor.
- Ya veo que no - continuó el joven, implacable, con el mismo tono de voz, sosegado e inexpresivo -. Ella tampoco, se lo aseguro. No ha dejado de recordar, ni un sólo segundo de su vida. Las pesadillas regresan cada noche. Dejó de ser un ser humano a los diecinueve años. Exactamente como usted y los suyos se propusieron. Sobrevivió, es cierto. Pero está muerta desde entonces. Es un fantasma.

Se hizo un extraño silencio. Todo parecía ir a cámara lenta, y los sonidos se amortiguaron, como si el parque, la ciudad, el mundo, se hubiera sumergido en el agua. El ruido del tráfico, los pájaros, las risas de los niños, el viento entre los árboles, el chapoteo del estanque, todo eso se empequeñeció, desdibujándose de un modo curioso, cubierto por una neblina de sueño. Sólo se oían la profunda respiración del joven al exhalar el humo de su cigarro y los sollozos entrecortados del anciano, que, como si se tratara de una vieja película, veía pasar su vida entera a fogonazos. No había nada más, sólo los ojos azules de aquella mujer, de aquella chica de rizos negros, la hermosa boca tensa por el pánico, la piel cenicienta cubierta de sudor y, por alguna razón, el llanto de un bebé.
- ¿Recuerda lo que le hizo a su hija? - la voz del joven resonó dentro de su cabeza -. Quizá no. Seguro que hizo lo mismo con muchos niños. Ella lo recuerda muy bien. Recuerda el peso de sus botas, recuerda aquellas risotadas. Recuerda cómo lloraba su niña y cómo cesó el llanto de repente. Ese silencio las mató a las dos.
La mujer no parpadeaba. Ni siquiera parecía respirar. Sólo clavaba en él aquella mirada interrogante. Probablemente su mente se había extraviado hacía años, pero en algún lugar, en alguna parte, el horror no hallaba consuelo ni piedad y los recuerdos permanecían vivos como fuego. El anciano quiso huír, quiso al menos apartar la vista de aquella condena muda, de aquella tristeza infinita, de tanto espanto, de aquella incredulidad aún cargada de inocencia, de aquel por qué. Pero no pudo. Nada en su cuerpo ni en su cerebro le respondía.
- ¿Puede imaginar lo que se siente? - siguió el joven, con tono de franca curiosidad -. ¿Qué sentiría usted si yo me levantara ahora, caminara tranquilamente hacia su nieta y acabara con su risa de un sólo golpe?

Ni siquiera ante tal horror fue capaz de reaccionar. El chico se puso en pie y se alejó de él. Caminó por el parque, muy despacio, sorteando a los chiquillos juguetones, acercándose cada vez más a la niña de cara angelical. Cuando llegó junto a ella, se detuvo sonriendo y le acarició el pelo, musitándole algo al oído. Algo que hizo que la niña riera. Los ojos del viejo iban de ellos a la mujer, negándose a creer que era posible, suplicando una compasión que hasta entonces le fuera ajena. Una compasión que sabía no merecer y que no se atrevió a pedir con palabras. No había odio en la mirada de la anciana. Había lástima. Una lástima honda y sincera que quebró el corazón del viejo.

El chico acarició el cuello de la niña. Tenía la piel suave, cálida, blanca como la nieve. Sintió bajo sus dedos los latidos tibios. Dentro de su bolsillo, la mano derecha se cerró en torno a la navaja. La niña le sonrió, confiada. Sólo le llevaría un par de segundos. Resultaría muy fácil. Por alguna razón, levantó la vista y encontró la mirada de su abuela. Los resecos labios, sellados desde hacía tanto tiempo, musitaron un "no". La mano derecha se aflojó al instante. El joven miró de nuevo a la niña. Era hermosa.
- Ve con tu abuelo, Helga - le dijo -. Creo que algo le ha asustado.
- ¿El qué? - preguntó la niña, sobresaltada, mirando al viejo, sentado como siempre en el banco de piedra, bajo el sauce, pero inmóvil y desencajado, perdido.
- Me parece que ha visto un fantasma.

El joven caminó hacia la mujer, sintiéndose liberado de un peso insoportable. No podía dejar de mirarla, ahogado de ternura. La paz había vuelto a sus ojos. Una niña rubia corrió hacia los sauces, llamando a su abuelo y levantando un torbellino de palomas.

jueves, 8 de mayo de 2008

Cherokee

Jueves de reunión con un día típicamente astur: sol, lluvia, niebla, cielo azul, cielo gris, cielo negro, viento, calor y frío. Para que siempre tengas de lo que te gusta. La Jefa está de baja con las cervicales hechas puré. Ya son siete los educadores que se han largado. Alicante, Galicia, Boabdil, Avilés, Pola, Bruce y Toto. Algunos apenas nos han durado una semana. Hay grandes posibilidades de que sean ocho no tardando mucho. Abderramán se lo está pensando. Si los propios mediadores abandonan (ellos, que son también de Marruecos, que, en teoría, entienden mucho mejor a estos chicos, su cultura, sus razones) qué va a ser de nosotros, que somos el enemigo? De momento resisitimos, pero a duras penas. Confieso que la motivación es, sencillamente, que no hay nada mejor a la vista. Que no están los tiempos como para andar dejando curros. Y que, seamos francos, me interesa continuar en la Fundación. Al fin y al cabo está implicada en un millón de proyectos y cualquiera es mejor que esta casa de locos. Quién sabe? Quizá si resisto lo suficiente acabe mereciendo un lugar mejor.
De todas formas, se avecinan cambios. Rara es la semana en la que no aparecen noticias en la prensa sobre el tema candente de la inmigración. Y todas ellas tienen los mismos protagonistas: menores marroquíes. El Dalai se topó por internet con una entrevista a Custom, la mano derecha del Gran Jefe. Lo que cuenta es lo que pensamos todos. Ciudadanos del mundo, la hermosa utopía. Que cada cual tenga derecho a vivir donde le plazca y a hacerlo dignamente. Pero a costa de qué y de quiénes? Y ni siquiera menciona el sentimiento de fracaso, el estrés, el síndrome del educador quemado, los recursos que han sido literalmente reventados y a los que hubo que poner el cierre, las agresiones... lo que nos inquieta es pensar en la cantidad de chavales válidos que están en la calle, o en el puerto de Tánger mirando el horizonte, a la espera de una oportunidad, mientras los centros mantienen a tanto cafre que, simplemente, deja pasar los años entre colocón, robo y amenaza. Custom asegura que hay que cambiar las cosas. Que se nos va de las manos. Que la condescendencia no es educativa ni útil. No lo es para los que no cumplen y lo es menos para los que se quedan fuera.
Obviamente nadie en mi trabajo espera gratitud ni aplausos. Sólo la satisfacción de ver que los recursos dispobibles se aprovechan. Ver que un chaval llega con lo puesto y con un millón de ilusiones, de planes y dudas. Y que va resolviendo su vida y sale adelante. Él. Con su esfuerzo. Nosotros no hacemos nada, sólo estamos ahí para resolver pequeñas cosas. Pero cuando en lugar de eso ves pasividad absoluta, a una panda de niñatos cabreados que te exigen las cosas de malos modos, que son muy pequeños para doblar la espalda pero muy mayores para darte un guantazo, mentarte a la madre o sobarte como a un pasamanos, que se pasan las normas por el forro (déjame tranquilo, lárgate de mi habitación, no me quiero levantar), que creen merecerlo todo a cambio de nada (ábreme la cocina, quiero más comida, dame más paga, dame tabaco, no me gustan estos pantalones), que te culpan de todos sus fracasos (si no me das más dinero saldré a robar y compraré disolvente, no tengo papeles porque tú no sabes hacer tu trabajo), que están convencidos de que, por ser menores (dudo que, de entre los doce que tenemos en casa, cuatro de ellos lo sean realmente) tienen derecho a que el estado los mantenga a capricho, cuando ves todo eso, se te quitan las ganas. Afortunadamente te vuelven al instante cuando ves a uno saltar de la cama para ir al instituto, cuando oyes un "por favor", o un "sois buena gente", cuando te piden ayuda con los problemas de matemáticas o te cuentan que eso de soldar es divertido, cuando ves a unos cuantos plantar hierbabuena para el té en el jardín o te piden permiso para pintar su habitación. Cuando alguno te dice: "ahora vosotros sois mi familia".
Esos son los chicos que merecen todas las oportunidades. Y no es justo que las pierdan por culpa de los otros desgraciados. No es justo que en el barrio les miren mal por las animaladas de los de siempre, que no puedan dormir porque los de siempre están colocados, que se pasen la vida oyendo portazos, peleas, broncas, que no se atrevan a decir que les han vuelto a robar dinero, o ropa, o el móvil, o que sus papeles se retrasen porque los expedientes de los de siempre alcanzan proporciones kilométricas. Nosotros vemos que no es justo y parece ser que, arriba, en los despachos, empiezan a verlo también. Aunque, probablemente, lo que ven es el insólito incremento de gastos, la avalancha de bajas por depresión, las agresiones, la mala imagen de los centros. La verdad es que no importa, mientras hagan algo útil. Y sí, parece que al fin se han decidido.
El pasado miércoles recibíamos una llamada en El Ñeru. Por fin, y tras cuatro meses, el fiscal decidió echar una firmita en un documento. Avisamos a Cherokee un millón de veces. Le dijimos que, posiblemente, su prueba ósea revelaría que es mayor de edad. Que, a pesar de eso, si su conducta era buena los informes también lo serían. Y se haría la vista gorda, como se hace siempre que un chaval responde (aunque tenga canas en la barba) No sirvió de nada. Tres años lleva el tipo paseándose por la piel de toro, dejando su rastro desde Gadir hasta Gigia. Robos, atracos, peleas, amenazas, consumo superlativo, agresiones. Una ficha impresionante. De qué me sirve que luego clames a Alá, nos llames racistas, te lamentes de tu pobre familia en Tánger, que tanto te necesita? Qué has hecho, en todo este tiempo, para conseguir esos papeles, ese trabajo, ese dinero que tanta falta te hacía? Qué has hecho por tu vida y la de los tuyos? Qué dirían Alá y tu gente si vieran cómo te metes tu futuro por las narices?
El fiscal miró la prueba ósea (que decía "18/19"), miró los informes y no lo dudó. Cherokee ha sido considerado mayor de edad. No se le tutelará. Será juzgado por sus delitos como adulto. Cumplirá la pena en prisión, como un adulto. Y, cuando corresponda, será deportado, como los adultos. Volverá a Tánger igual que se fue, con las manos en los bolsillos. Y sin posibilidades de regresar a España. Cabreado, fracasado, adicto, echado a perder, ex presidiario y sin un duro. Habrá mandado al carajo tres años de oportunidades, pero nos culpará a nosotros, los pérfidos y racistas educadores, de todos sus males. Sabemos que hará precisamente eso cuando tenga que mirar a los ojos a su padre y explicarle qué ha pasado. Hace unos meses, me daría pena. Hoy no. Ayer, en la reunión, lo que se respiraba era alivio. Se han llevado al Cherokee. Un problema menos. Adiós al misógino enfermizo, al matón, al camello de la casa. Los críos, y nosotros, todos vamos a estar mejor sin él. Señoras, señores, lo intentamos. Y lo intentaron muchos antes de nosotros. Será mejor asumir cuanto antes que no todos se van a salvar. Porque no todos quieren.
En cualquier caso, Cherokee, buena suerte. En serio. Me quedo con tus pocas sonrisas y con las veces que ayudaste, que animaste a algún compañero, que pediste las cosas por favor o diste las gracias. Con las veces que hiciste bromas o decidiste cocinarnos algo especial. Siento que no te hayamos entendido.

martes, 6 de mayo de 2008

Otra vez un poco de todo

Varias celebraciones, con motivos sobrados para todas ellas. Puestas de largo esperadísimas. Mi Trasto ha conocido a parte de mi clan (qué bravo eres) y ha vivido para contarlo. No hubo cuestionarios de ninguna clase, ya te dije que son menos fieros de lo que aseguran ser.
Otras puestas de largo resultaron divertidas y me demostraron que hay puertas que nunca más volverán a abrirse. Admito que se cerraron en parte porque alguien lleno de magia abrió otras nuevas. De repente me vi a mí misma con una llave en la mano que no servía para nada, sólo para recordar cosas sin sentido. Así que, sencillamente, tiré esa llave y cerré los ojos para no ver dónde caía. Ya lo dije en alguna ocasión: hay historias que son más bonitas cuando terminan. C0nservemos lo bueno en algún cajón, para no pensar en ello, para sonreír sin más cuando nos tropecemos con las viejas fotos y pasemos a otra cosa.
Noche movida en El Ñeru. Ya os contaré otro día, que no son horas. Ni ganas.
La maldita primavera me sigue dando palo tras palo. Superadas las anginas, toca bronquitis. Como cada año. Y una astenia de esas de no levantar los pies del suelo. Jarabe y vitaminas. Y los mimos de mi Trasto, que lo curan todo. Pero mimos, criatura. Que ya no me habla ningún vecino... (y yo preocupada, por supuesto)
Ayer noche, la flamante Princesa Xana nos confirmó que se había salido con la suya, dejando en evidencia milenios de sabiduría oriental. Las tablas chinas vuelven a fallarnos. Es una niña. Ya falta menos para que una nueva bruji nos amplíe el akelarre.
Un poco de chocolate (que lo cura todo) y a la cama. Morfeo me reclama y no es amante a quien le guste esperar. Besos para todos. Vigiladme el Torreón. No tardo nada.

viernes, 2 de mayo de 2008

Guerra y paz

Noche insólitamente tranquila. Hay problemas en la cadena de distribución de disolvente, así que las fieras, para variar, se nos mostraron en su estado normal. Temiendo que el síndrome de abstinencia los pusiera violentos, permitimos cenas a deshora, ver la tele hasta tarde y dimos cancha en general. Por una vez, nos sorprendieron. No es que se acostaran a las once como angelitos, no, eso habría sido un milagro. Pero, al menos, no hubo gritos, ni golpes, ni portazos, ni motines. Charlas tranquilas en los dormitorios, partidas relajadas de play, y silencio absoluto a las dos y media de la mañana.
Las noches anteriores habían sido un infierno, así que aprovechamos para recuperar horas de sueño. Nada de agresiones, nada de insultos, nada de peleas, nada de llamadas de la policía a las cinco de la madrugada, ni menores detenidos, ni quejas vecinales. Paz. Loado sea Alá. Y recemos para que siga la racha.
La preocupación ahora es con Guinea. El amor de nuestros amores vuelve a estar ingresado, a vueltas con esa enfermedad rara suya que tiene al equipo médico mordiéndose las uñas. Se ha descartado la operación porque el riesgo de amputación es muy elevado. Seguimos a la espera de que den con el tratamiento adecuado para que nuestro peque pueda hacer vida normal, sin esos dolores que nos lo dejan hecho unos zorros. Y conservando su pierna, claro. Inconvenientes de tener una sangre tan especial.
El resto? Ya sabéis. Todo está bien en el mejor de los mundos.