lunes, 30 de junio de 2008

Carmina Burana

Al Trasto no se le puede decir nada. Al mínimo comentario de: "hala, qué bonito!", "cómo me gusta!!", "mira qué pasada!" o "me encantaría verlo!" ya la has liado. No me dio tiempo a pasmarme con lo de Carmina Burana y ya tenía dos entradas en la mano.
Sólo puedo decir que no importó nada, ni la incomodidad de las butacas (ay, nuestro bendito Jovellanos), ni las toses del respetable, ni el crepitar grosero de los envoltorios de caramelo (todo el mundo espera a estar acatarrado para ir al teatro???) Ni siquiera las ínfulas de mi compañera por la derecha, sexagenaria con pinta de cultivada y talibana de las artes, que se lamentaba con tono que no admitía réplica de la presencia de un coro infantil en la función. Osadía. Aventura inverosímil. Error manifiesto. Carmina Burana NO es una obra apta para los niños. Por bien que lo hagan.
Los niños, los solistas, los percusionistas, los pianistas, el director (grande!) y el coro, especialmente el coro, todos estuvieron indescriptibles. El edificio casi se vino abajo con esa O, Fortuna. Todo el mundo contuvo el aliento y debo confesar que no pude evitar las lágrimas. La soprano, señores, la soprano... Me sigo preguntando cómo hacía para controlar ese chorro de voz, para convertirlo en un susurro y llevarlo hasta el estruendo más inverosímil.
Los chiquillos dieron muestras de una templanza asombrosa. En todo momento permanecieron en escena, inalterables, escuchando la obra con atención, sin distracciones, ignorando los flashes y sin caer en la tentación de las risitas y los saludos a los orgullosos familiares que les contemplaban desde el patio, absolutamente profesionales, intercambiando sonrisas cómplices con el director y la prima donna.
Sublime. Todo resultó sublime y un regalo para nuestro pequeño graderío de provincias. La ovación fue interminable, y mi aparentemente incomovible vecina de asiento se desgañitó jaleando a aquellos infantes que tan preocupada la habían tenido. Salimos del teatro flotando, con la piel erizada y el corazón batiendo aún al ritmo de las campanas tubulares.
Otro día perfecto. Y un deseo de siempre cumplido al fin. Gracias, Trasto.

viernes, 27 de junio de 2008

Todos con el Test

1. Nombre completo: Leticia. Con "ce". Muy plebeyo.
2. ¿Por qué te pusieron ese nombre? Si era chico me iba a llamar Diego. Soy chica (o eso dicen) y mi madre me puso el nombre de su mejor amiga del colegio.
3. ¿Le pides deseos a las estrellas? No me atrevo.
4. ¿La última vez que lloraste? Hará unos seis meses.
5. ¿Pan con qué? Mejor sin pan.
6. ¿Te gustan los animales? Sí.
7. ¿Cuántos hijos tienes? Espero tenerlos algún día. Los que sean.
8. ¿Colaboras con alguna ONG? Colaboré con muchas. Ahora trabajo en una Fundación y espero apadrinar muy pronto.
9. ¿Si fueras otra persona serías tu amigo? No tengo ni idea, pero quizá no me cayera muy bien.
10. ¿Tienes un diario de vida? Los tuve hasta no hace mucho. El más triste ardió el pasado San Juan. Ahora tengo el blog.
11. ¿Eres sarcástico? Casi siempre.
12. ¿Saltarías en bungee=puenting? Sin duda!
13. ¿Cuál es tu cereal preferido? Cebada o trigo en forma de cerveza, y muy fría.
14. ¿Te desabrochas los zapatos antes de sacarlos? Casi nunca.
15. ¿Crees que eres fuerte? Sé que lo soy, pero prefiero no tener que probármelo.
16. ¿Tu helado favorito? Plátano.
17. ¿Cuánto calzas? Un 39.
18. ¿Rojo o Rosado? Rojo.
19. ¿Qué es lo que menos te gusta de ti? La impaciencia y el mal humor.
20. ¿A quien extrañas mucho? A los que se fueron para siempre.
22. ¿Qué color de pantalones y zapatos tienes ahora? Pantalones negros y descalza.
23. ¿Lo último que comiste hoy? Un bombón.
24. ¿Qué estás escuchando en estos momentos? A mi chico discutiendo con la gata.
25. ¿La última persona con la que hablaste por teléfono? Mi padre.
26. ¿Trago favorito? Vino tinto.
27. ¿Deporte favorito para ver por TV? Rítmica y natación por los viejos tiempos. Motociclismo por recuerdos de la infancia.
28. ¿Comida favorita? Pasta.
30. ¿Tienes mascotas? Tres.
31. ¿Día Favorito del Año? Nochevieja y San Juan, a pesar de todo.
32. ¿Besos o abrazos? Hay que elegir?
34. ¿Eres una persona alegre? Soy una persona melancólica con arranques de alegría desatada.
37. ¿Qué libro estás leyendo? Choque de Reyes, El Príncipe de la Niebla y (otra vez!) Del amor y otros demonios.
38. ¿Color favorito? Negro.
39. ¿Qué viste anoche en la tele? Nada.
40. ¿Rolling Stones o los Beatles? Hoy elegiría a los Rolling.
41. ¿Dónde es lo más lejos que has estado de tu casa? En El Congo. Y, casi siempre, en la luna.

jueves, 26 de junio de 2008

Nos hacemos mayores


A ratos me entra una sensación curiosa de orfandad. O quizá sería más aproximado decir que echo en falta a mis hermanos, aunque no exista palabra para definir esa ausencia. Y, cuando hablo de mis hermanos, no me refiero al de sangre (que además es uno, aunque abulte como dos). Me refiero, sobre todo, a dos personas que siento como mi mano derecha y mi mano izquierda (allá ellos y que se repartan). Mis dos manos están en el exilio, uno por causas ajenas a su voluntad, la otra porque así lo quiso el azar, el destino, el cosmos. Uno porque no quedaba más remedio si pretendía comer tres veces al día, la otra porque su amor y su vida se estaban construyendo lejos. Siento lo del primero porque la suya no es una elección tan libre, ni las motivaciones son las mismas. Me alegro por la segunda porque allá va, en pos de su historia. Pero me faltan, y me recuerdan hasta qué punto todo nos está cambiando a todos.

Porque estamos en edad, que dirían las abuelas. Porque cada cual va tejiendo su propia red, porque andamos a la carrera tras el trabajo, el príncipe, la princesa, los hijos, dioses, incluso los hijos. Porque, definitivamente, el akelarre va rebasando la treintena, crecemos, colegas, nos hacemos mayores. Porque seguimos ahí, y nos vemos, y nos reímos, y bailamos, bebemos, saltamos a la pista para hacer aerobic, jugamos a piedra, papel o tijera, hacemos el imbécil y ponemos caras cuando pasa un guapito, una guapita. Porque suena Hombres G, o Mecano, o Madonna, o los Nikis, y en décimas de segundo volvemos a tener quince años. Y nos resulta tan fácil saltar a los quince de las gominolas como regresar a los treinta de los patucos de Noe. Pero, nos resulta de verdad así de fácil?

Me pasé la vida oyendo que crecía demasiado deprisa, y que a los adultos les resultaba cómico y trágico a la vez. Nunca tuve miedo a crecer, y no lo tengo ahora. Me encanta en lo que se ha convertido mi vida, en qué se está convirtiendo la de los míos (y tengo una fe inquebrantable en que aquellos que se sienten estancados o incompletos verán sus propios prodigios) pero, sencillamente, no puedo evitar una cierta nostalgia. Jamás volvería a los quince años, pero quisiera poder seguir saltando hasta ellos sabiendo que puedo regresar, y partir, y dar la vuelta de nuevo. Quisiera que siempre me resultara tan sencillo como ahora moverme (movernos) entre dos aguas, acomodados en la vida adulta y sacando a pasear a los adolescentes a capricho. Quisiera que fuera como siempre, levantar un teléfono y tener a mi lado, en cinco minutos, al Emperador, al Dalai Lama, a la futura madre, a cualquiera de ellos. Y no es posible, porque tampoco yo puedo prometer que estaré en cinco minutos. Quisiera cambiarlo y no tener que cambiar nada, porque todo está bien en el mejor de los mundos, porque así debe ser, así es y así seguirá siendo.

Nos hacemos mayores, y todo cambia. Me consuela saber que ha cambiado lo bastante pero no lo suficiente. Y que aquí seguimos. Quizá no a cinco minutos, ni a un kilómetro. Pero aquí.

miércoles, 25 de junio de 2008

Nuestro armario

Me ha llevado siete horas, mucho calor, dolor de espalda y montones de bolsas hasta los topes (por los dioses, cómo es posible acumular tal cantidad de cachivaches inútiles?) pero creo que lo voy consiguiendo. Ahora sólo necesito repetir la operación en la despensa y lograr que mi augusto padre se independice de mí de una bendita vez. Largar sus docenas de cajas de tonterías y restos de naufragio, su colección de caprichos por estrenar, sus juguetes de niño con canas, sus toneladas de papeles insólitos (cartas de restaurantes en Chipre, recibos de compras en Tanzania, entradas de cine en Nueva York, posavasos de Japón y mil zarandajas más que conservaría si el espacio me lo permitiera). Y, naturalmente, queda lo más difícil: firmar el pacto de no agresión entre sus miles de libros y mis cientos de libros. Conseguir que todos encajen y acepten convivir en paz. Aunque, me lo estoy temiendo, al final no quedará otra que asumir la realidad aplastante de los metros cuadrados (el saber, señores, sí que ocupa lugar) y resignarse a hacer la buena obra del año, vía donación a biblioteca municipal. Porque esto no es serio, viejo. No puedo empezar mi vida cargando con la mitad de la tuya. Hasta tenemos libros repes. Por no mencionar tus incunables de electrónica, auténticamente jurásicos y obsoletos, de tu época de estudiante con ínfulas de corsario. Tela. Empieza una nueva era y no queda sino batirnos.
La mala noticia es que mi álbum, mi tesoro, el de las viejas fotos de los antepasados, sigue sin aparecer. Cada vez tengo más asumido que esa joya impagable se perdió en el berenjenal de nuestras mil mudanzas. Habría preferido perder cualquier otra cosa, lo que fuera antes que los ojos de Rafa, el ceño fruncido de Ángel, la sonrisa tímida de Mila (todos ellos niños aún), el semblante adusto de Víctor en el seminario, el porte de marquesa de la bisabuela María, el luto de la tatarabuela Victoria, y tantos otros que conocí en persona o por boca de los míos. La pena y la culpa de haber perdido a mi sangre me superarían por completo de no ser porque respiro hondo y pienso: "no es tan terrible, ahí siguen los originales, en las casas de tus abuelos, sólo debes tener la paciencia de hacer nuevas copias y asegurarte esta vez de que nada ni nadie te hace perder la pista a tu bien más preciado, insensata".
La buena noticia, Trasto, es que cada vez tienes más sitio en mi vida. Que esta ya es nuestra casa. Que ya no soportaba la idea de que te sintieras un invitado, con maletas por todas partes y tus cosas desperdigadas. Que esa es la razón de mi ataque de hoy, tirando cosas sin apenas mirarlas, enterrada entre montañas de ropa que no necesitaba, haciendo hueco en mi armario y en mi vida para ti, para nosotros, para lo que venga. Y tenía que ser hoy. Y por eso todo tenía que empezar ayer, con mi viejo diario, el de los años tristes, ardiendo entre las llamas de San Juan.

lunes, 23 de junio de 2008

Fuego y agua


Amanece la víspera de San Juan con rayos y truenos. Por una vez, no son los monstruitos los que me despiertan en El Ñeru, con sus zapatazos y sus gritos. La tormenta descarga con ganas, como todas las de verano, y, ahora, brilla el sol. Tendremos hogueras esta noche?? Habrá que sacar los paraguas??

Es la noche más mágica del año en el Reino, pese a que, últimamente, el akelarre haya tenido que cambiar sus conjuros por gabinetes de crisis. Este año, pérfido santurrón, danos un respiro. Encomendémonos de nuevo a Rita y crucemos los dedos. Queremos hechizos, fuego, baile y deseos. No vuelvas a rompernos el corazón. No es culpa nuestra si en esta bendita tierra de montes, bosques y acantilados, los viejos mitos paganos vencieron siempre a los nuevos dioses. No te enfurruñes, Santito. De todas formas, siempre has sido el favorito de los astures.

Sigo leyendo a Zafón, recién descubiertas sus primeras obras, antes de La Sombra del Viento. Descubro que sus comienzos fueron buceando en la literatura juvenil, de esa tan buena, tan bien escrita, que puedes leer a los 30 y te descubres tirada en el sofá, hipnotizada y mascando chocolate. El Príncipe de la Niebla me tiene encandilada y aterrorizada. Es una de esas historias que te revive los miedos antiguos, los temores de la infancia. Página tras página descubro a un hombre que, de niño, devoró sin duda a María Gripe. Reconozco ese ambiente oscuro y un tanto opresivo. Reconozco esas historias sobre veranos con amigos, pueblos de maqueta, caserones encantados, cartas polvorientas, diarios escondidos, viejas películas mudas, adolescentes que se descubren saltando en el tiempo, niños que descubren a otros niños de cien años atrás, desentrañando sus secretos más ocultos, creando un lazo misterioso que no entiende de épocas ni de lógica. Recuerdo las llamadas desde el más allá, las partidas de ajedrez con los fantasmas, las muñecas con vida propia, las fotos misteriosas, los armarios llenos de tesoros, las puertas cerradas de los desvanes, las maldiciones de ídolos malévolos, las lápidas tenebrosas, el empeño de los muertos por descansar en paz, siempre con la ayuda de los vivos, que deberán superar el pánico y tenderles su mano. Y... no puede ser!!! Los relojes que caminan hacia atrás!!!! Debo admitirlo. Aún hay cuentos para niños que me erizan la piel. Zafón me está contando uno de ellos.

Bobo no está. Tras su último altercado (con agresión incluida) El Ñeru fue invadido por un cuerpo especial de policía orientado al colectivo inmigrante, que entró en la casa como un ejército, derribó puertas, metió de tortazos a todo crío que se le cruzó en medio, esposó a Bobo y se lo llevó al hospital de cabeza. Al hospital, sí, porque en medio de tamaña eficiencia destructiva, nos dio tiempo a explicarles que el chaval está como una regadera, que hicieran el favor de no llevárselo al calabozo. Así que, ahí tengo a mi bebé grande, ese que es capaz de llamarme "puta" un día y al siguiente sentarse en mi regazo para que le acune. Ese que me confiesa que no es lo bastante fuerte como para dejar el disolvente, que tiene "setenta caras" y "voces en la cabeza", que nos quiere mucho porque somos "familia de España" pero a veces las voces le vuelven loco y ya no nos conoce, y que estaría mucho mejor en la cárcel para no hacer daño a nadie. Bobo, el que a ratos nos come a besos, el que se quema los brazos con cigarrillos, el que llora recordando a su madre pero no quiere volver nunca a Marruecos. El chico que se cruza y es incapaz de razonar y a ratos nos sorprende con una lucidez pasmosa, cuando sentencia: "no habláis con chicos buenos porque no hace falta y no habláis con chicos muy malos porque no tienen arreglo. Sólo habláis conmigo para no dejarme solo". El Bobo que sabe más que nadie sobre geografía, el que bromea asegurando que es el hijo secreto de Zapatero y que por eso en el centro hay vigilantes de seguridad, porque son sus guardaespaldas. El que acuñó la gloriosa frase que encantaría a las erizas: "ni por favor, ni por favora".

Bobo está ingresado en psiquiatría y está encantado de la vida. Una legión de médicos y enfermeras le cuida todo el tiempo, no hay manera humana de hacerse con disolvente, le dan pastillas de esas que le gustan porque le ayudan a dormir y a no oír voces, y, además, recibe llamadas y visitas de los "Ducadores". Nos escribe cartas desde el hospital, con rotuladores de colorines, y envía besos "para chicos y para jefa". Quiere tebeos y las fotos que se hizo con nosotros, con su familia de España. El dinero no. Le asusta tener dinero y gastarlo en cosas malas. Quiere que guardemos sus pagas en un sobre y lo enviemos a su casa, a Tánger. Porque Bobo, nuestro loco, es el único de los marroquíes que envía dinero a casa. El Ñeru está tranquilo sin la presencia del niño más complicado. Nuestro trabajo es mucho más fácil ahora que no tenemos que dedicarle absolutamente toda nuestra atención a él. Ya no hay riesgo de que una palabra mal entendida provoque un ataque de insultos y patadas y el consiguiente arrepentimiento, el salto del odio al amor, los besos pringosos, los abrazos que dejan renegrones, el cariño rompe huesos de Bobo. Es cierto, ya no está el que nos agotaba, el que nos mantenía siempre en tensión, siempre negociando y con pies de plomo, ni una voz más alta que otra, ni una mirada torcida, ni una riña demasiado vehemente que pudiera despertar a la bestia. La paciencia infinita. Posiblemente Bobo no vuelva. Han hecho falta muchas agresiones y toneladas de informes e intervenciones policiales para que decidan ingresarlo, estudiar a fondo su caso y buscarle un lugar mejor, un sitio en el que sepan ayudarle mejor que nosotros. Con todo y con eso, a pesar de los golpes, los insultos, los cuchillos, las tijeras, los intentos de suicidio, los bloqueos mentales y las ganas de abandonar todo, las denuncias, el miedo, a pesar de todo eso, le echamos de menos. Ojalá sepan ayudarte a encontrar tu sitio. Y nunca olvides que no eres "tonto un poquito". Y que esas voces cabronas pueden acallarse.

Rubia, ya ha pasado un año. Un año desde la varicela y el pérfido solsticio. Te dijimos que sobrevivirías, y lo hiciste. Y aquí estás, menos rubia que nunca y más Rubia que nunca. Sólo puedo decirte una cosa: adelante.

Nano, se te echa de menos. No sé si aún me lees en la distancia, ahogado como estarás en papeleos e incertidumbres. Ya sabes dónde nos tienes.

No sé cuántos ni cómo nos veremos esta noche. Sea como sea, estaremos todos juntos. Como siempre. Un beso a mi akelarre. Feliz San Juan. Feliz conjuro.


domingo, 22 de junio de 2008

Perdidos


Un viaje perfecto, un lugar perfecto, el clima perfecto. Y la compañía perfecta, por supuesto. Docenas de rincones pidiendo a gritos un disparo. Comida perfecta (y abundante, ay, dioses, demasiado abundante!!) Descanso, paseos, paz, silencio. Horas de sol y de mar tras mi esperada y definitiva reconciliación con el océano y la arena (después de casi doce años de mirarnos con desconfianza). Morena está más morena que nunca ("gitana", dicen los monstruitos) y con muy pocas ganas de trabajar. Pero no importa. Septiembre está cada vez más cerca y ya estamos organizando la siguiente escapada. No hay nada como perderse contigo.

miércoles, 18 de junio de 2008

La caja de los fantasmas

Por fin, la encontró. Era la casa de su vida, tal y como aparecía en sus sueños. Con el amplio ventanal en el salón, las puertas de cristal, el jardín lateral con el sauce llorón, el cenador cuajado de flores trepadoras, la mesa de piedra, las losetas, el columpio, el capricho excéntrico del laberinto de setos, el invernadero… Era aquella. Con su cocina antigua de casa de campo, su despensa, la escalera principal y la de servicio, sus techos altos, sus pasillos interminables, sus habitaciones comunicadas, su desván. Con la terraza redonda sobre el acantilado. Era aquella, y no otra.
Lo vendió todo. El piso, el coche nuevo, todo. Reunió cuanto dinero pudo conseguir y la casa fue suya. Le dijeron que estaba loca, por supuesto. No esperaba otra cosa. ¿Cómo podían entenderlo? ¿Cómo podían entender que era aquella casa, precisamente aquella, la que se repetía en sus sueños desde la infancia, como un recuerdo remoto, la que había estado esperando sin demasiada fe, la que, finalmente, el azar quiso ponerle ante los ojos, en la fotografía de una revista atrasada sobre la mesa de la sala de espera de un dentista? Era aquella. Y ahora, era suya. Su casa.

La mudanza, siempre tarea engorrosa, le pareció casi divertida, un juego de niños, el trámite ineludible que debía soportar. La organizó con deleite, ansiosa, con los nervios de la novia primeriza. Ya falta menos, se decía impaciente, feliz. Ya falta menos. Tuvo la previsión de utilizar todas las cajas, excepto una. Esa última la dejó abierta en mitad del salón desnudo. Recorrió las habitaciones, acariciando las paredes, despidiéndose de su piso en el centro.
- Está bien, llegó la hora – dijo a los fantasmas -. Creedme, he sido muy feliz en vuestra compañía, y os agradezco de corazón que me hayáis acogido tan bien en vuestro hogar. Pero tenéis que entenderlo. Es esa casa. Esa, y no otra. Seguro que lo comprendéis. De todas maneras, y por si alguno quisiera acompañarme, he dejado una caja vacía en el salón. Me llevo en ella los recuerdos más hermosos de esta casa. Pero, seguramente, queda hueco para vosotros. Iréis un poco apretados con el primer libro, la primera noche de insomnio, la primera cena, aquel brindis, los ratos con amantes ocasionales, aquella pelea terrible y el abrazo de la reconciliación. En la casa, eso os lo prometo, habrá sitio para todos. Es grande, vieja, hermosa, llena de rincones, de oscuridad y de luz. Si queréis permanecer aquí, no os culpo. Son muchos años, es vuestro hogar. Pero aquel, entendedlo, es el mío. Me encantaría compartirlo con vosotros, en pago por vuestra acogida, por las bromas, por la paciencia, por las manos que me arropaban cuando dormía. Pensadlo con calma mientras guardo en la caja el último café.

La primera noche, rodeada de maletas, muebles desmontados, pilas de libros y ropa arrugada, acampó a oscuras junto a la chimenea, cubierta con una manta, bebiendo vino, fumando y mirando la danza del fuego. El mar batía fuera, contra las rocas, las estrellas cuajaban el cielo, la luna se colaba por el ventanal y todo era perfecto. Suspiró aliviada al escuchar el cuchicheo de los fantasmas. Habían decidido seguirla, y, probablemente, curioseaban por todas partes, presentando sus respetos a los espíritus que se iban encontrando. No le preocupó tal encuentro. Los fantasmas siempre se entienden entre ellos, al contrario que los vivos.
No soñó con la casa. Nunca más. Ya la tenía, era suya. Ahora el sueño era otro y se repetía obstinadamente, como cabía esperar. Ella estaba en el jardín, paseando por el laberinto. No buscaba nada, pero sentía que algo la buscaba a ella. Al doblar una esquina, aquellos ojos azules lo llenaban todo. “Por fin te encuentro”. Y eso era todo. Despertaba de buen humor, canturreando. Los fantasmas reían, pero no querían contarle sus secretos.

La gente del pueblo era agradable. Apenas les veía, también era cierto. La casa estaba muy alejada, así que sólo una vez por semana se acercaba a la civilización a hacer compras. Alguna vez pasaba por el café.
- ¿Se encuentra a gusto en la casa? – solían preguntarle -. Allí, tan sola… ¿No tiene miedo? ¿No se aburre?
Quizá tampoco ellos la entendían, pero al menos no la trataban de loca.
La dueña del café le gustaba especialmente. Una mujer grande, llena de energía, incansable y de lengua afilada.
- No sabes cómo te envidio. Si yo pudiera… mandaría al cuerno a toda esta banda de pelmazos y también me iría al fin del mundo. Sola. Con aguantarme a mí, tengo suficiente. Ya lo creo que sí.
Pero siempre reía. Siempre.
- ¿Te da problemas la casa? – le preguntó una tarde -. Es bastante vieja, y a veces las cosas se niegan a funcionar. Mi hijo es bastante hábil. Le diré que se acerque un día, si quieres, y que eche un vistazo. Puede arreglar cualquier cosa. Lo que sea.

Ni siquiera lo recordaba la tarde que se decidió a explorar el laberinto. Oyó los bocinazos de un coche y trató de salir. Pero se había perdido. Soltó una carcajada. El laberinto era pequeño, apenas un juego de niños. Pero su nefasto sentido de la orientación podría hacer que se perdiera en su propio dormitorio. Se lo tomó con calma y giró a la izquierda. Casi tropezaron. Seguramente, él sonreía, pero apenas se fijó. Sólo veía los ojos azules.
- Por fin te encuentro.

martes, 17 de junio de 2008

Dragones


Escapamos de la ciudad, del mundanal ruido, de la hinchada rojiblanca, de los monstruos de El Ñeru, de todo. A ver si hay suerte y consigo, además, escapar de mis virus, de mi cansancio y del polvo de los fantasmas, que me acecha desde algunos rincones intentando (en vano, por suerte) que no disfrute de esta magia. Porque ha sido tanta, y tan repentina, tan inesperada (paradojas de llevar toda la vida esperando) que la Bruja cínica tiene la ceja levantada hasta la raíz del pelo, y ahí sigue, cruzada de brazos y mascullando: "pero, te lo has creído? Qué ingenuidad, querida... no aprenderás nunca". Y resulta que es al revés. He aprendido mucho. He aprendido (porque me lo han enseñado) que sí merecía algo así, que sí puedo creerlo, que no hay necesidad de tener miedo ni de vivir esperando el próximo golpe. Y que aprecio mucho la lucidez de la Bruja y sus lecciones (que tanto me sirvieron en momentos grises para encarar los reveses con mal genio y sin demasiados aspavientos) Pero no, gracias. Ahora no. Ahora no te necesito. Así que, hazme el favor de quedarte calladita hasta que vuelva a necesitarte.

Lo dicho, que escapamos. Y, ahora que lo pienso, quizá sea incluso una buena terapia. Qué mejor sitio que "Los Dragones" para matar a mis dragones?

Os dejaré un cuento mañana, antes de irme. Cuidad del Torreón.

viernes, 13 de junio de 2008

Gol por la escuadra

Nos lo han metido bien y hasta el fondo. Así, resumiendo. Ya disfrutábamos de la mejoría general de la casa tras librarnos del Cherokee, cuando deciden devolvérnoslo envuelto en papel de regalo. Es decir, el fiscal decide que es mayor de edad y que, dados sus antecedentes, no hay ninguna obligación de aguantarlo. Puerta. Aire. Y hete aquí que un simpático y solidarísimo educador de otro centro se apiada del pobre chaval, se pone en contacto con una asociación por los derechos de los inmigrantes, remueven Roma con Santiago y recurren la sentencia presentando como prueba un documento que ya se consideró falso hace dos años y en el que se asegura que el ínclito tiene 16 años. Vayamos por partes:
- Suponiendo que ese papel fuera auténtico (que no lo es, pero seamos bienpensantes), no hace falta sacar la calculadora para darse cuenta de que, dos años después, Cherokee ya no tendría 16, sino 18. Ergo, mayor de edad en todo caso.
- Cómo es posible que una asociación decida "defender" a un supuesto menor desatendido y pida referencias a un educador que JAMÁS ha convivido con él? No se supone que nos tendrían que haber llamado a nosotros?
- Respecto al susodicho y magnánimo educador... si tan maravilloso e inocente le parece el chiquillo en cuestión... por qué nos lo vuelve a encalomar? Ya que hemos sido tan pérfidos y malvados y él está tan preocupado por el bienestar del monstruito... por qué no se lo lleva a su centro?
- Y dónde estaban estas asociaciones mega chachis cuando nos quitaban a Fantasma, o a Rambo Tun-tun???
Conclusión: el rey del mambo ha vuelto a casa recuperando todas sus funciones, véase, camello oficial, extorsionador, cizañero, caudillo de motines, agresor y delincuente habitual.
Políticas a seguir? Régimen de tolerancia cero. Incordiar a las fuerzas del orden ante la más mínima salida del tono. Y la vieja técnica de asfixiar a Consejería con toneladas de informes. Por supuesto, impugnar la decisión. Y, hasta que el tema se solucione, lidiar con unos críos asustados y nerviosos, ver cómo todos los logros se van al garete y soportar a un cabrón que sonríe de oreja a oreja y nos recuerda que tiene 21 años.
Alguna gente debería ser un poco menos pazguata y tomarse la molestia de saber a quién ayuda.

martes, 10 de junio de 2008

Teléfono para el verdugo


Así está el patio. La Ministra de Igualdad (esa que habla de "miembros y miembras" y se queda tan ancha, amenazando con incluir semejante animalada en el diccionario) propone un teléfono de ayuda para asesorar a los maltratadores. Para que cuando al Pepe de turno se le cruce el cable, cuente hasta diez, medite, soy un junco, y, en lugar de partirle la crisma a la parienta, marque el numerito y se desahogue con algún experto o experta en eso de la violencia de género y génera. Conmovedor.

Y resulta que era así de fácil?? Resulta que bastaba con algo tan simple y práctico?? Una línea 900 y se acabó el problema. El Pepe, ciudadano modelo donde los haya, renunciará a defenestrar a su Santa y se sentará apaciblemente en el sofá, teléfono en mano, a comentar sus sentimientos: "verá usté, señorita, yo es que me crié en una casa mu tradicional. Mi padre era un hombre honrao pero tirando a mala bestia, y le arreaba a mi madre ca sartenazo pa volverse loco. Y claro, ya sabrá usté, que tie estudios, que esas cosas se imitan aluego. Total, que yo soy desos que piensan que son toas unas putas, menos mi santa madre, que ni se divorció ni ná, aguantó al marido como una campeona, como Dios manda, y bueno, menos mirmana la Irene, que tamién es decente, que ya se ocupó mi pa de patearla bien pateá si se le ocurría de ponerse una minifalda o pintarse el morro. Así que na, que a resultas deso he salío yo mismo pelín animal de bellota, y cuando me se va la olla o me paso con el orujo, mentran así como unas ganas de reventarle la cara a mi parienta, que no es mala, no, pero ma salío un poco puerca pa la casa y lo que es cocinar cocina regular. Que ya me lo decía mi madre, que no era buen partido. Que se la veía que iba a echar culo y que era dejá pa sus cosas. Pero bueno, mala del todo no es, las verdá, así que me lo he pensao mejor y medicho, Pepe, hombre, serenidá, cagontó, que hoy es el santo de la Toñi, en lugar de bajarle el pellejo a correazos, llama al número ese de la ministra, que seguro que tayudan. Y que quería yo saber si dan puntos, o descuentos o algo, que ya llevo un mes sin arrearle a mi señora, y eso que hace quince días se le quemaron las lentejas y me destiñó un pantalón, que ya le digo yo que pa la casa es un poco inútil, pero que uno se esfuerza. Y que ya no le doy con el puño cerrao, que eso es de cobardes. Si acaso un tortazo de vez en cuando, sólo cuando me saca de quicio, y que muchas gracias por tó, que nos va mucho mejor ahora, y hasta hemos pensao en arreglar la cocina. Que le den saludos a la ministra de mi parte y de la Toñi. Que menúo cambio, lo bien que nos va ahora".

Permitidme que sea descreída en grado sumo. Si uno de estos tipos no es capaz de respirar hondo, de salir a pasear hasta que se le pase el cabreo, de conversar con la parienta de sus problemas, o con un amigo, un psicólogo, un cura, me es igual, si uno de estos cafres llega al punto de la agresión, perdiéndole completamente el respeto a su pareja y a sí mismo, si todavía quedan tantos de los de "tú eres mía y de nadie más, y si me dejas te mato", si aún los hay convencidos de que esto es para toda la vida, aunque no funcione, y que es preferible enterrar a una mujer en lugar de caminar por separado, buscar la felicidad en otra parte, si los hay tan descerebrados como para moler a palos a un ser humano al que deberían querer, prefiriendiendo el dolor, la cárcel o la muerte, hasta se cargan a los hijos antes de asumir que algo falla, si quedan aún tantos con esa idea de lo que es el "amor", dudo mucho que un teléfono lo solucione.

Asesorar a estas parejas?? Eso no es una pareja, es un infierno. No hay nada que asesorar. Hay que alejar al verdugo de la víctima, y esforzarse en que esa víctima pueda rehacer su vida sin tener que mirar constantemente por encima de su hombro. Si luego alguien consigue que el maltratador vea sus faltas, cambie su actitud, sus prejuicios y su conducta, perfecto. Pero de verdad la ministra piensa que el maltrato se arregla asesorando? Que una mujer que se ha visto apaleada y humillada olvidará todo su dolor si alguien le amaestra al Pepe y le enseñan a decir "gracias" y a comprarle flores en su aniversario? Y que ese Pepe se dejará amaestrar, como un vulgar calzonazos? Para eso el Pepe debería admitir que tiene un problema serio. Y dudo que sea tan fácil. Dudo que un tipo que se cree con derecho a abrirle la cabeza a un ser humano, que se cree dueño de alguien pueda aprender a respetar y querer. Tal vez aprenda, si quiere, a dominar su ira, a llevar una vida menos violenta. Pero ciertas heridas no se curan fácilmente. En mi opinión, eso es lo que pretende nuestra ínclita ministra. Amaestrar a ciertas bestias y enseñar a algunas mujeres a dormir con su enemigo.

lunes, 9 de junio de 2008

Alucinada me hallo


Siempre me he considerado una persona bastante cínica y con escasa o nula capacidad para la sorpresa. Al menos en cuanto a lo negativo se refiere. Quizá sea por el talante pesimista, o por la temprana vocación de currar con los menos agraciados por la suerte. El caso es que, desde bien niña, me sorprende mucho más lo bueno. Me refiero a todo aquello que implica al ser humano. Supongo que no tengo una opinión demasiado favorable sobre nosotros, los supuestos seres racionales. Así que me pasma mucho más leer en la prensa cosas como "jubilado arriesga la vida para evitar una agresión" que encontrarme con historias tipo "encerró a su hija en un zulo durante 15 años y la violó hasta aburrirse". Qué le voy a hacer. Soy malpensada por naturaleza. Nada me estremece de la barbarie humana, pero aún me emocionan hasta las lágrimas la heroicidad repentina, las bondades cotidianas, los miles de pequeños gestos amables que, por desgracia, tan desapercibidos pasan ante nuestros ojos.

Dicho lo cual, qué es lo que puede haber pasmado tanto a una descreída como yo? Afirmaciones. Argumentos. Opiniones. Juicios. Los que me conocéis sabéis lo que opino del feminismo de hoy en día en las que considero sus tres principales manifestaciones:

- Erizas cabreadas que parecen odiar a los hombres y culparles de todas sus frustraciones, mientras se erigen en representantes de nuestra virtud, decidiendo qué debe ofendernos y tratándonos a todas como a lerdas sin criterio.
- Tontas de la higa Cosmo obsesionadas con el culto al cuerpo y los trapos, peores que el peor de los machistas.
- Progres estupendas, radicales de géneros y géneras, adictas al -os/-as, reventadoras de la cultura, paladinas del absurdo y patrocinadoras de los estudios más ridículos.

Con todo y con eso, bien saben los dioses que admiro profundamente a las mujeres inteligentes y sensatas que pelean por un mundo más justo y equitativo sin perder la coherencia, asumiendo y valorando esas diferencias obvias entre ellos y nosotras, pero disfrutando de esas diferencias, considerando a los hombres compañeros y no enemigos. Siempre he admirado a las pioneras, las pensadoras, las atrevidas, las que asumen las riendas de su vida encajando lo bueno y lo malo, las que respetan esa misma libertad en las demás, la que debería permitirnos elegir ser esposas y madres, neurocirujanas, soldadoras, astronautas, putas o todo lo anterior, sin que ninguna tuviera que justificarse ante las otras.

Pero de vez en cuando una se encuentra con cada esperpento argumental que no le queda más remedio que alucinar. Leemos a Reverte, que nos cuenta la historia de una artista joven e ingenua decidida a hacer un alegato feminista consistente en pasearse por el mundo vestida de novia (lo que tenga eso de alegato y de feminista que alguien me lo explique) y que termina violada y asesinada en Turquía. En mi humilde opinión podemos discutir los niveles de absurdo a los que está llegando el "arte", o lo poco que tiene que ver un vestido blanco y virginal con la lucha feminista o la situación de la mujer en el mundo, o qué puñetas pretendía realmente esa chica con semejante performance, o lo insensato que puede parecernos (porque lo es) el que una mujer sola se pasee por el globo de esa guisa, como si no supiera cómo está el patio. Podemos lamentarnos también de ese mundo nuestro en el que pasan estas cosas, cada día, vestida de channel o en chandal, haciendo el mamarracho con ínfulas de genio o saliendo a por el pan. Pero leerle ciertas cosas a alguien resulta demoledor.

"Esa mujer, por el solo hecho de ser mujer debía saber que ir por ahí buscando que la violen y la maten al final conlleva a eso. Toda mujer sabe que aún cuando una viene de la playa, sudada, salada, con tierra y polvo pegado a las piernas, con el pelo revuelto y la piel quemada y con la camiseta de propaganda del super de la esquina, es un blanco fácil, qué menos que saber que si vas buscando jaleo por los sitios más peligrosos del mundo al final lo encuentras".
"Un ejemplo: hace unos días me puse la minifalda, botas altas de tacón, camiseta sexy y pelo al viento, y salí sola de casa para encontrarme con una amiga. Si el rumano que se me acercó en aquella calle desierta me hubiera visto con el chandal quizás ni se habría fijado, pero leche, si salgo a la calle buscando guerra al final la encuentro, ¿o no? Si hubiera llevado el chandal seguramente no me habría dado ese susto, o a lo mejor sí, quién sabe. Pero lo que es seguro es que no me puedo quejar ni lamentar porque yo cometí un acto imprudente, y al final pagué las consecuencias".

"Hace tiempo un juez absolvió a un "presunto" violador alegando que la chica violada iba provocando con la minifalda. Es decir, que si la violaron fue por culpa de la propia chica, que al vestir de aquella manera, despertó instintos salvajes en aquel hombre. Cuando oí la noticia me exalté muchísimo porque no concebía el veredicto del juez. Han pasado muchos años desde aquello y hoy en día doy plena razón al juez. ¿¿A quién se le ocurre nadar en el lago de los cocodrilos??"

"(...) una falda es mucho más facil de quitar que un chandal, sólo que los que violan a las corredoras son los enfermos mentales que saben que por una horita la familia de la chica no la buscará porque está haciendo deporte, y en los parques hay muchos sitios dónde esconderse. En cambio la "locura pasajera" ocurre en cualquier momento y en cualquier lugar siempre que el sujeto haya sido motivado por la ropa sexy".

Todo esto lo escribe una mujer. Haría comentarios al respecto, pero, para qué? El otro día volvía a casa en autobus y, justo detrás de mí, un niño de no más de 3 años se pegaba a la ventanilla, boquiabierto ante las instalaciones de una feria. Inmediatamente le pidió a su padre, un hombre de menos de 40 años, que le llevara a las atracciones. El padre, cariñosísimo y encantador, le llenó de achuchones y le prometió que irían esa misma tarde, añadiendo: "vendremos con mamá". El niño meditó unos segundos y replicó: "no, mamá que se quede en casa haciendo las cosas". Es evidente que algo estamos haciendo mal cuando un crío tan pequeño, en estos días, en el maravilloso primer mundo, occidente, Europa, expresa con la mayor naturalidad un topicazo machista. Mamá no tiene derecho a divertirse. Vendremos nosotros. Ella se tiene que quedar en casa, haciéndonos la comida, lavándonos la ropa. Todo eso que es su obligación. El padre le rió la gracia, naturalmente. Quizá ante cosas así no somos conscientes de que estamos perpetuando prejuicios generación tras generación. Sólo le vemos el lado cómico de la inocencia de un niño. Qué habría dicho la madre? Se habría reído también? Quizá la madre de ese niño opina ciertas cosas sobre las minifaldas, los cocodrilos y la provocación. Si es así, resulta fácil calcular qué clase de hombre será ese chiquillo algún día. Y sí, esta vez será culpa nuestra. De las mujeres.

domingo, 8 de junio de 2008

Ya queda menos

Ayer estaba yo tumbada al sol, tostándome apaciblemente, y hoy regresa el diluvio. Es la Asturias al revés. Cuando era niña llovía de Septiembre a mayo, casi sin interrupción. Salías de casa con el paraguas, siempre. Llevarlo era un acto reflejo, como ponerse los zapatos. De un tiempo a esta parte, los inviernos nos dejan sol y las primaveras son grises. Veremos cómo viene el verano. Tal parece que la invasión argentina haya obrado prodigios. Ahora decimos "che" y "vos", hay helado de dulce de leche, hacemos "asados" y no "parrillas", bebemos mate. Y hasta el clima imita al del cono sur. Acabaremos todos bosteros sin remedio.
El trabajo me tiene machacada. Por alguna extraña razón los de mi gremio sufrimos de un mal crónico. Vivimos cada fracaso como nuestro. Los logros son de los chavales. Deformación profesional, supongo. Eso hace que hablemos mucho más de todo aquello que se tuerce. Y no es por hacernos los lastimeros. Es que, realmente, lo asumimos como un error imperdonable y hasta nos cuestionamos la vocación y la valía. Es típico. Mientras tanto, todo aquello que sale bien pase desapercibido a nuestros ojos. Supongo que por eso no hablo de Mudito, ni de Chino, ni de Iblis, Bereber, Guinea o Senegal. Están ahí y cumplen con lo suyo. Por eso tampoco mencioné que Bobo lleva meses luchando contra el disolvente y que hemos pasado de las continuas llamadas a la policía a las charlas y la risa. Bobo es agotador, desde luego, incluso cuando está bien. Reclama tal cantidad de atención que te deja sin energías. Todo vale en su particular universo, desde colgársete del cuello tres horas de reloj hasta dedicarte todo tipo de insultos. Porque es broma. Y como lo sabe él, tú debes saberlo forzosamente. El trabajo con Bobo es constante. Siempre andamos enseñándole la manera de relacionarse, porque el mundo no tendrá piedad con un menor inmigrante, enfermo mental y adicto. Intentamos explotar sus enormes momentos de lucidez, aplaudir su lucha y soportar con paciencia sus explosiones. Obviamente no es el mismo Bobo que nos dejaron en febrero, pero algunas veces... Ayer fue una de esas. Resulta frustrante y te culpas, te culpas cuando se te acaba la paciencia, te culpas cuando estás más cansada de lo habitual y decides poner un poco de freno. Te culpas porque deberías haber aguantado el dolor de espalda y permitirle que siguiera colgado en peso muerto de tu cuello, o tirándote del pelo, o zarandeándote en uno de sus juegos violentos. Pero no lo aguantaste, porque llevas así meses, porque te cansas, porque ayer no estabas de tan buen humor como otras noches, porque te falló el autocontrol y porque en el fondo sabes que nada de eso es educativo. Evitas los ataques de ira, sí, pero a qué precio? La vida no le va a consentir tales caprichos, por qué debes tú hacerlo para evitar que se enfade?
Sabes todo eso y sabes que no has hecho nada malo, pero el poso es amargo. Te tocó escuchar insultos, te tocó aguantar el ataque, los golpes, las patadas, los gritos. Te tocó respirar hondo, pero ayer no estabas para pedagogías. Cuando ocurre eso, cuando el cansancio te pesa mucho, pasas. Te rindes hasta nueva orden. Ayer me rendí, metí las manos en los bolsillos, no solté discursos ni traté de razonar. Ayer retiré toda mi atención al niño del berrinche, salí a fumar, me escondí, pasé de todo. Brun estaba harto también (él, que nunca logra agotarse la paciencia) y tras un pequeño intento optó por desentenderse. Nuestra actitud sirvió para incrementar el consumo (no te vengas de nosotros, criatura, te perjudicas tú mismo) pero al menos sirvió también para lograr silencio. Bobo se enfadó y se encerró en su cuarto. Y El Ñeru pudo descansar.
Necesito esas vacaciones, necesito ese mes lejos de ellos, lejos de todo. Olvidarme hasta de sus caras y de sus nombres. Y no pienso sentirme culpable por ello. Quiero escaparme contigo y olvidarme de todo. Vámonos, Trasto. Ya queda menos para Septiembre.

lunes, 2 de junio de 2008

Lágrimas, vino y rosas


Tocaron días de esos en los que todo se mezcla, lo más hermoso y lo más triste de la vida.

Tocaron días de estar con amigos, de celebración, días de alegrarse por tu vuelta a casa. Días de lágrimas por la marcha de seres queridos, con el regusto agridulce de esa despedida que nadie desea pero todos reciben con cierto alivio, ese que nos queda cuando sabemos que al fin se termina el dolor. No voy a hablarte de la muerte, cariño, ni de cómo la veo. No pretenderé iluminarte con mis magias inventadas y mis consuelos, porque sé que tú la ves igual que yo, revestida de cierta belleza liberadora, un paso más hacia lugares misteriosos y en paz, y, en ningún caso como un final. En este asunto, mi vida, como en tantos otros, no tengo nada que enseñarte.

Tocaron días de risas, vino, rosas y bombones, días de conocer (o reconocer) viejos amigos que son nuevos al mismo tiempo (miles de abrazos, piratilla!) y reencontrarse con otros (más besos, Hereje) para mezclarlos con los de siempre (y más aún, akelarre)

Tocaron días de regalos, de sorpresas. Sin desemerecer a las otras, debo decir que la más grande fue encontrarme estas letras mías sobre papel, este rincón de mis desvaríos, este Torreón mío lleno de Búhos, preguntas, fantasías y muy queridos huéspedes puesto negro sobre blanco, encarnado en ese objeto maravilloso que todos podemos tocar, abrazar, explorar. Un libro. El sueño más prohibido de todos, ese que tanto me asusta y me fascina. Gracias, Hereje, por hacerlo realidad pese a mis neuras. Ha sido extraño y mágico tener mis pensamientos entre las manos.

Tocan días de planes, de quizás, de sueños, de caminos nuevos que se abren, de dudas, de ilusiones. Y sean como sean, cualquiera de mis días es bueno si estoy con mi gente. Y contigo.