Amanece la víspera de San Juan con rayos y truenos. Por una vez, no son los monstruitos los que me despiertan en El Ñeru, con sus zapatazos y sus gritos. La tormenta descarga con ganas, como todas las de verano, y, ahora, brilla el sol. Tendremos hogueras esta noche?? Habrá que sacar los paraguas??
Es la noche más mágica del año en el Reino, pese a que, últimamente, el akelarre haya tenido que cambiar sus conjuros por gabinetes de crisis. Este año, pérfido santurrón, danos un respiro. Encomendémonos de nuevo a Rita y crucemos los dedos. Queremos hechizos, fuego, baile y deseos. No vuelvas a rompernos el corazón. No es culpa nuestra si en esta bendita tierra de montes, bosques y acantilados, los viejos mitos paganos vencieron siempre a los nuevos dioses. No te enfurruñes, Santito. De todas formas, siempre has sido el favorito de los astures.
Sigo leyendo a Zafón, recién descubiertas sus primeras obras, antes de La Sombra del Viento. Descubro que sus comienzos fueron buceando en la literatura juvenil, de esa tan buena, tan bien escrita, que puedes leer a los 30 y te descubres tirada en el sofá, hipnotizada y mascando chocolate. El Príncipe de la Niebla me tiene encandilada y aterrorizada. Es una de esas historias que te revive los miedos antiguos, los temores de la infancia. Página tras página descubro a un hombre que, de niño, devoró sin duda a María Gripe. Reconozco ese ambiente oscuro y un tanto opresivo. Reconozco esas historias sobre veranos con amigos, pueblos de maqueta, caserones encantados, cartas polvorientas, diarios escondidos, viejas películas mudas, adolescentes que se descubren saltando en el tiempo, niños que descubren a otros niños de cien años atrás, desentrañando sus secretos más ocultos, creando un lazo misterioso que no entiende de épocas ni de lógica. Recuerdo las llamadas desde el más allá, las partidas de ajedrez con los fantasmas, las muñecas con vida propia, las fotos misteriosas, los armarios llenos de tesoros, las puertas cerradas de los desvanes, las maldiciones de ídolos malévolos, las lápidas tenebrosas, el empeño de los muertos por descansar en paz, siempre con la ayuda de los vivos, que deberán superar el pánico y tenderles su mano. Y... no puede ser!!! Los relojes que caminan hacia atrás!!!! Debo admitirlo. Aún hay cuentos para niños que me erizan la piel. Zafón me está contando uno de ellos.
Bobo no está. Tras su último altercado (con agresión incluida) El Ñeru fue invadido por un cuerpo especial de policía orientado al colectivo inmigrante, que entró en la casa como un ejército, derribó puertas, metió de tortazos a todo crío que se le cruzó en medio, esposó a Bobo y se lo llevó al hospital de cabeza. Al hospital, sí, porque en medio de tamaña eficiencia destructiva, nos dio tiempo a explicarles que el chaval está como una regadera, que hicieran el favor de no llevárselo al calabozo. Así que, ahí tengo a mi bebé grande, ese que es capaz de llamarme "puta" un día y al siguiente sentarse en mi regazo para que le acune. Ese que me confiesa que no es lo bastante fuerte como para dejar el disolvente, que tiene "setenta caras" y "voces en la cabeza", que nos quiere mucho porque somos "familia de España" pero a veces las voces le vuelven loco y ya no nos conoce, y que estaría mucho mejor en la cárcel para no hacer daño a nadie. Bobo, el que a ratos nos come a besos, el que se quema los brazos con cigarrillos, el que llora recordando a su madre pero no quiere volver nunca a Marruecos. El chico que se cruza y es incapaz de razonar y a ratos nos sorprende con una lucidez pasmosa, cuando sentencia: "no habláis con chicos buenos porque no hace falta y no habláis con chicos muy malos porque no tienen arreglo. Sólo habláis conmigo para no dejarme solo". El Bobo que sabe más que nadie sobre geografía, el que bromea asegurando que es el hijo secreto de Zapatero y que por eso en el centro hay vigilantes de seguridad, porque son sus guardaespaldas. El que acuñó la gloriosa frase que encantaría a las erizas: "ni por favor, ni por favora".
Bobo está ingresado en psiquiatría y está encantado de la vida. Una legión de médicos y enfermeras le cuida todo el tiempo, no hay manera humana de hacerse con disolvente, le dan pastillas de esas que le gustan porque le ayudan a dormir y a no oír voces, y, además, recibe llamadas y visitas de los "Ducadores". Nos escribe cartas desde el hospital, con rotuladores de colorines, y envía besos "para chicos y para jefa". Quiere tebeos y las fotos que se hizo con nosotros, con su familia de España. El dinero no. Le asusta tener dinero y gastarlo en cosas malas. Quiere que guardemos sus pagas en un sobre y lo enviemos a su casa, a Tánger. Porque Bobo, nuestro loco, es el único de los marroquíes que envía dinero a casa. El Ñeru está tranquilo sin la presencia del niño más complicado. Nuestro trabajo es mucho más fácil ahora que no tenemos que dedicarle absolutamente toda nuestra atención a él. Ya no hay riesgo de que una palabra mal entendida provoque un ataque de insultos y patadas y el consiguiente arrepentimiento, el salto del odio al amor, los besos pringosos, los abrazos que dejan renegrones, el cariño rompe huesos de Bobo. Es cierto, ya no está el que nos agotaba, el que nos mantenía siempre en tensión, siempre negociando y con pies de plomo, ni una voz más alta que otra, ni una mirada torcida, ni una riña demasiado vehemente que pudiera despertar a la bestia. La paciencia infinita. Posiblemente Bobo no vuelva. Han hecho falta muchas agresiones y toneladas de informes e intervenciones policiales para que decidan ingresarlo, estudiar a fondo su caso y buscarle un lugar mejor, un sitio en el que sepan ayudarle mejor que nosotros. Con todo y con eso, a pesar de los golpes, los insultos, los cuchillos, las tijeras, los intentos de suicidio, los bloqueos mentales y las ganas de abandonar todo, las denuncias, el miedo, a pesar de todo eso, le echamos de menos. Ojalá sepan ayudarte a encontrar tu sitio. Y nunca olvides que no eres "tonto un poquito". Y que esas voces cabronas pueden acallarse.
Rubia, ya ha pasado un año. Un año desde la varicela y el pérfido solsticio. Te dijimos que sobrevivirías, y lo hiciste. Y aquí estás, menos rubia que nunca y más Rubia que nunca. Sólo puedo decirte una cosa: adelante.
Nano, se te echa de menos. No sé si aún me lees en la distancia, ahogado como estarás en papeleos e incertidumbres. Ya sabes dónde nos tienes.
No sé cuántos ni cómo nos veremos esta noche. Sea como sea, estaremos todos juntos. Como siempre. Un beso a mi akelarre. Feliz San Juan. Feliz conjuro.