jueves, 30 de octubre de 2008

Apostando al 13


Ayer brindábamos con cava para celebrar tu indefinido. No está mal después de siete años. Todavía queda un poco en la nevera y me pregunto si esta noche podremos volver a brindar. Menuda racha sería, dos brindis seguidos, verdad? La Bruja dice: "demasiado bonito para ser cierto". La Hechicera dice: "ya lo verás, ya lo verás, todo saldrá bien, es el momento de que todo salga bien!!!" La Vampira se returce el pelo, inquieta, intentando vencer la pulsión de echar a correr de un lado a otro presa del pánico. Yo le suelto un bufido a La Bruja, intento atemperar el delirio optimista de La Hechicera y, directamente, amordazo a La Vampira. Está claro. Tres son multitud.

En cualquier caso, estoy dispuesta a apostar por el 13. Es un número que siempre me ha gustado. El número de la Diosa transformado en pagano, demonizado y perseguido cuando llegó a su fin la era de la Gran Madre. Es un número femenino y por tanto oscuro, siniestro y maléfico. Ya sabéis. Mujeres Malas. Me gusta el 13 por todo su simbolismo esotérico de la muerte y el renacer (todas esas pamplinas mágicas que me encantan porque hunden sus raíces en lo que fuimos). Me gusta el 13 porque nos rodea desde el principio. Un 13 nos quedamos a solas la primera vez, como en un presagio. Seis meses después, también un 13, compartimos la primera noche. Parece que el 13 se haya convertido en nuestro número. Y hoy descubro, por pura casualidad, que este barrio en el que vivimos se fundó un 13. Pero no un 13 cualquiera, un 13 de abril, seis años antes de nuestra historia. Es curioso. El 13 y el 6.

Juguemos al 13, entonces. Confiemos en él y en que hoy sea el último día del pasado y, de algún modo, el primero de una nueva era. Confiemos en esa firma, en el futuro y en el cava. Lo sé, es irracional, no sirve de nada tener fe en las pequeñas magias. O sí? Qué tiene de malo? Siempre me han gustado estos juegos inofensivos. Conjuremos la mala suerte con un 13. Con el nuestro.
Edición de última hora: Vaya, pues no. La Bruja se parte de risa en mi misma cara. "Lo veeees?? Lo veeeees??" me repite, la muy desgraciada. Así que le ordeno que cierre el pico si no quiere que la cuelgue por los pies. Pues nada, no ha sido el día, hoy tampoco tocaba, de nuevo todo a medias, este es el cuento de nunca acabar. Nena, me tienes frita. Ya sé que no es mi guerra, pero no estaría mal que tuvieras un poco de consideración con las tres personas a las que tienes bailando a tu son. A qué juegas? Qué quieres? Por qué tantas vueltas? Si eres tú quien lo está decidiendo todo, qué problema tienes? Te aseguro que sigo apostando al 13 y no pierdo la fe, porque quieras o no, tarde o temprano, este estupidez terminará. Pero entre tanto y no... este junco cada vez tiene más ganas de volverse fusta!!!!!! No importa, no importa, todo está bien. Más paciencia. Por mis muertos que me he de beber esa botella de cava. Y tú que lo veas. Mona.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Madres Vampiro


Me he empeñado en hablar de Mujeres Malas y bajo este título voy confeccionado un cajón de sastre (y desastre) en el que caben las distintas, las olvidadas, las vilipendiadas, las luchadoras, las fuertes, las sometidas, todas las que fueron malas porque el mundo las señaló así, también las que fueron malas para sí mismas y, cómo no, las que realmente fueron monstruosas.

Y es que de todo hubo. Y, muchas veces, el calificativo dependió del momento, de la historia, del lugar. Ser buena o mala casi nunca tuvo nada que ver con ellas mismas, sino con su mundo. Por eso la pérfida Jezabel podría haber sido hoy día una heroína trágica, o, tal vez, la protagonista de Sexo en Nueva York. Por eso Zenobia fue aplaudida como esposa perfecta en su día y hoy nos merece compasión por la esclava que fue. Por eso Camille fue enterrada en vida, mientras George Sand gozó de la gloria.

Apena ver a tanta mujer valiente borrada de la historia o, en el mejor de los casos, tachada de loca, histérica o perversa. Pero también sorprende que el silencio haya alcanzado incluso a las malvadas. También en eso nos han ganado los varones. Habiendo, como hubo, tanta mala real, por qué ignorarlas y estigmatizar a otras que no lo fueron? Por qué en ese esfuerzo que tantas veces la iglesia, o la religión, la literatura incluso (recordad los cuentos de la infancia) se tomaron en moralizar a nuestra costa, en demonizar a otras para enseñarnos la buena senda, no aparecen los nombres de las verdaderamente despreciables? Acaso, en el fondo, ni siquiera los machistas y misóginos de entonces estaban preparados para asumir ciertas cosas y prefirieron desaparecerlas? Temían estos buenos hombres que sus coetáneas pudieran descubrir la maldad absoluta? Era más deseable decidir (controlar) qué era bueno y qué malo para ellas, para nosotras? Rescatemos del silencio a más Mujeres Malas. Algunas de ellas, terribles.

Aurora nació en El Ferrol, en el año 1880, en el seno de una familia acomodada, socialista y con fama de extravagante. No fue al colegio, pero devoró la biblioteca paterna, adoptando ideas revolucionarias y alimentando una locura que sin duda ya latía en ella, y que le hacía verse a sí misma como un mesías. A los catorce años se volcó en la crianza de un sobrino (que su hermana tuvo de soltera) ensayando en el niño sus particulares teorías pedagógicas. El pequeño, Pepito Arriola, llegaría a niño prodigio como pianista, pero Aurora jamás le otorgó mérito alguno. Era ella la causa de todo, era su sabiduría, su influencia, su espíritu poseyendo al niño. Al llegar los primeros éxitos, la madre se llevó al portento, dejando a Aurora desconsolada. Curiosamente, Arriola decayó hasta desaparecer del panorama musical, y eso fortaleció en Aurora la idea de que el prodigio se debía sólo a ella. Probablemente fue entonces cuando decidió ser madre.

"Yo soy la Aurora de nuevos seres que están por venir", llegó a asegurar. Pariría el comienzo de una nueva raza, de un redentor de la humanidad. Una criatura que sería educada en tal sentido y a tal fin. Fallecidos sus padres, Aurora no tenía preocupaciones económicas, así que buscó a un candidato para fecundarla, se acostó con el tres veces (cosa que le produjo gran repugnancia) y, al saberse embarazada, se fue a Madrid. Allí, en 1914, en un mundo convulso e incierto, nació su hija, a la que bautizó con el pomposo nombre de Hildegart "jardín de la sabiduría". Desde ese mismo instante, comenzó el entrenamiento de la niña. A los tres años, Hilde leía y escribía correctamente. A lo cuatro, era mecanógrafa. A los ocho dominaba cuatro idiomas. Aurora no descuidó la filosofía (a través de la cual le inculcó sus ideas) ni la educación sexual (porque pensaba que el sexo perdía a las mujeres). Más adelante, Hilde confesará que no tuvo infancia, ni amigos. Que jamás pudo jugar. Las madres de otros niños aborrecían a Aurora, que trataba a la pequeña con frialdad, le imponía jornadas de trabajo extenuantes y la maltrataba constantemente. A los catorce años empieza la vida pública de Hildegart, que ingresa en las filas de UGT y las Juventudes Socialistas, donde será elegida vicepresidenta tres meses después.

Hildegart publica artículos y libros, da conferencias, se vuelve una feroz crítica contra el partido socialista, es expulsada, ingresa en el Federal, critica al gobierno republicano (como se puede ver, es cualquier cosa menos conformista), termina Filosofía y Letras, Derecho a los diecisiete años, empieza Medicina, funda la Liga de la Reforma Sexual y empieza a darse a conocer en el extranjero. H.G. Wells y el sexólogo Ellis (que la apodaba La Virgen Roja) mantienen correspondencia con ella y la animan a irse a Inglaterra. Esta decisión supone el resquebrajamiento de los planes de Aurora, en mitad de una tensión que venía de muy atrás.

Y es que la vida de Hilde, lejos de parecer idílica, es un infierno. Aurora es absolutamente controladora, no permite a su hija relacionarse, mucho menos salir con hombres o tener la más mínima libertad. Vivían en una cárcel, sin visitas, sin amigos, sin separarse jamás la una de la otra, sin nada que pudiera contaminar a Hildegart. Aurora disfraza su crueldad de abnegación: "yo sólo vivo para mi hija y para servir a la humanidad". Vampiriza a su propia sangre, vive a través de ella, representa a la perfección la imagen de la madre castradora revestida de amor y sacrificio. Y, de pronto, el mundo conspira para robarle a su hija, porque es el medio para acabar con la madre, con Aurora, el verdadero genio. Porque, una vez más, todo el mérito es suyo. Hildegart es sólo un instrumento, una marioneta de sus delirios megalomaníacos. Aurora no va a permitir que la destruyan, y mucho menos tolerará la traición de esa hija suya egoísta que pretende abandonarla, esa hija que, sin ella, no es nada.
Para terminar de complicar las cosas, Hilde comete la imperdonable osadía de enamorarse de un compañero de partido, y pretende llevar a la práctica esa tan cacareada libertad que pregona su madre. Quiere vivir, quiere amar, quiere ser ella misma. Quiere ser una mujer normal, quiere gustar. Se corta las trenzas, se adorna tímidamente ofendiendo a su madre, que reniega de la coquetería y aborrece el sexo, por mucho que conozca la teoría. Aurora siente celos de su hija, detesta la idea de perderla, de ver cómo se aleja. Encolerizada, aplasta sus ilusiones románticas asegurándole que no ha sido concebida para el matrimonio, ya que tal debilidad echaría por tierra todos sus planes (los de ella, los de Aurora). Hildegart tiene una crisis de llanto. El lazo de su madre se cierra cada vez más sobre ella. La joven, asfixiada por tantos años de esclavitud, asegura que quiere morirse. Aurora la encierra a cal y canto en casa. Incluso arranca el teléfono para que Hilde no pueda hablar con nadie. Presa y carcelera comparten incluso el dormitorio y el último verano de Hildegart se convierte en una tortura macabra por el aislamiento y las discusiones. Finalmente, la joven está decidida a escapar y empezar una nueva vida en Inglaterra. Pocos días antes de que Hildegart alcanzara la libertad que tanto ansiaba, su madre pasa la noche en vela, contemplándola dormir y barruntando sabe Dios qué paranoias. Al amanecer, le dispara cuatro tiros a bocajarro que la matan en el acto. Uno de ellos, el último, desfigura la cara de Hilde. Aurora lleva su crueldad hasta el final, destrozando la belleza, la juventud y la vida de su hija.

Aurora odiaba la idea de ser tenida por loca. Durante el juicio, luchó incansablemente por probar su lucidez, por demostrar que el asesinato de su hija había sido "una obra sublime". Lo asombroso es que, en efecto, se la consideró cuerda y fue enviada a prisión. Dos años más tarde, en cambio, su demencia era tan obvia, que decidieron trasladarla a un manicomio, del que ya no saldría jamás. Sobrevivió veintitrés años a su hija de dieciocho. Permaneció encerrada y castigada, perdida en sus ideas delirantes, convencida siempre de lo intachable de su conducta. Afortunadamente, no pudo destrozar otras vidas. Por desgracia, su hija Hildegart nació, vivió y murió siendo el centro único de aquella enajenación. La propia mano de su madre, de su verdugo, la liberó por fin. Pero a un precio demasiado alto.

En los años treinta, en esta país, ya había mujeres interesadas en la sexología, ya se hablaba del amor libre, del control de la natalidad y de las libertades. Posteriores fascismos y dictaduras aplastaron estos movimientos y relegaron (otra vez) a la mujer a un papel secundario, sumiso. La lucha por la igualdad no es nueva, viene de muy atrás. Ha sido muy duro, ha sido muy difícil y ha costado muchas vidas, vidas que rara vez aparecen en monumentos o reciben homenajes. Es triste que la mayoría hayan caído en el olvido. Y es más triste comprobar cuántas veces la mujer es una zorra para la mujer.

martes, 28 de octubre de 2008

Toda una vida


Y ahora, las buenas noticias.


Víctor y Milagros han cumplido sesenta años. Sesenta años juntos, de los ochenta y nueve y los ochenta y tres que ya tienen. Sesenta años, once hijos, trece nietos, millones de momentos. El clan se reunió para celebrarlo y hubo tal cantidad de palabras de agradecimiento que sería demasiado largo de relatar. Prefiero quedarme con esas palabras que ellos se dedicaron. Él dio gracias a Dios por el regalo de una esposa insuperable. Ella, con los ojos tranquilos, las manos quietas y quién sabe cuántos dolores callados, pronunció palabras reveladoras: "estoy muy orgullosa de mis sacrificios, porque os miro y sé que todo mereció la pena".

No alcanzo a imaginar el ingente y continuo esfuerzo de sacar adelante a tu clan, Mila, y casi me avergüenza pensar en tantas privaciones. Pero que tú misma, con tu hermosa voz, nos digas que valió la pena, es algo impagable. Gracias. A los dos. Por todo.

domingo, 26 de octubre de 2008

Chau, Rubito


Primero las malas noticias. Y, obviamente, no puede haber otra peor que esta. Nuestro Mariano, el Rubito de Cádiz, el pisha, Pato-Killer, el monstruo de las gaviotas, nos ha dejado. De repente y de forma trágica, aunque, realmente, siempre resulta trágico perder a uno de nuestros pequeños amigos.

En este caso quizá resulta aún más triste porque era demasiado joven (cuatro añitos apenas) y porque era un peque muy deseado, tan deseado que fue encontrado por el Pater en una cuneta en Tarifa e inmediatamente adoptado. Tan deseado que nos aceptó desde el primer segundo dándonos muestras de un amor incondicional a todos. Y por una de esas cosas del destino (que no siempre acierta) su corta y hermosa vida terminó en una carretera, en el mismo sitio donde había empezado para nosotros. Y la pobre Concha, está desolada. Quizá mucho más que nosotros, porque entre ellos se creó un lazo indestructible, ese que se da entre dos almas caninas que se encuentran y se descubren hermanos desde el principio.

Nunca olvidaremos la inteligencia de tus ojos verdes, el modo en que aprendías cualquier truco a toda velocidad, tus pozos, tus rastros impecables, tu energía, tu cariño desbordante, tu obsesión por pastorear a todo bicho viviente, fueran vacas o pájaros, tu amor por los gatos, el modo en que escapabas de las ataduras cuando el Pater te castigaba por una fechoría y la generosidad con la que liberabas siempre a tu torpe compañera para poder huír juntos. Jamás la dejaste atrás. Eras un auténtico aventurero, un explorador. Y, aunque fue ese afán de conquista el que te costó la vida y nos dio el peor de los disgustos, también fue precisamente ese empeño el que te llevó a vivir odiseas impagables. Así que viviste y moriste como lo que eras: un valiente.

Mucha suerte en tu último viaje, Rubito. Gracias por estos años de lametones. Y da montones de besos a Blasa, César, Lenny y todo el clan de Bastet, a los que tanto quisiste y con los que, estoy segura, estarás correteando ahora en alguna parte. Hasta siempre.

viernes, 24 de octubre de 2008

Lenka en el país de las Chonis


Me gusta este barrio, pero debo admitir que me inquieta un poco. Estoy rodeada. De Chonis. Supongo que todo el mundo sabe a estas alturas lo que es una Choni. Es sabiduría popular, nadie sabe de dónde salió el concepto pero todos lo conocemos. En cualquier caso, y por si, por algún milagro inexplicable del cosmos, nos visitara algún intelectual, procedamos con la definición.

Qué es una Choni?? Veamos... no resulta fácil. Es una de esas cosas que sabes, pero cuesta explicar. Una Choni es, de alguna manera, una maruja modelna. Qué tiene de maruja? Que es una de esas mujeres que, básicamente, sólo sabe hablar de los chismes del barrio, lo que le ha pasado en la tienda, la bronca con otra madre en el patio del cole, el último episodio del culebrón, lo mala pécora que es la tetona esa de Gran Hermano y de Letizia, Chenoa, el Banderas y compañía. Por qué es modelna? Porque lo de la bata boatiné y los rulos ya no se lleva, caramba. La perfecta Choni de nuestros días lleva, según su edad o su decoro (o su falta de él), vaqueros ombligueros con piercing y el pelo violeta o bien leopardos y cardao rubio pollo. En realidad hay múltiples combinaciones. Las de veinte van a lo Aguilera raperilla, las de taitantos a lo Obregón. Modelnas ellas. Y elegantes, ojo. Que se ponen tacón de aguja o bota hasta la rodilla para sacar al perro por el parque del barrio.

El concepto de "barrio" es importante. Por qué? Acaso en el centro de la urbe no hay Chonis? Las hay, sí, a patadas. Sólo que en el centro no nos conocemos. Ni nos hablamos. Yo soy una petarda urbanita que vivió sus primeros 25 años en el mismo edificio y se fue sin saber el nombre del 80% de sus ocupantes. Era muy típica la situación de "mamá, que en el ascensor un señor me ha dado recuerdos para ti. Sí, hombre, uno del tercero. Qué sé yo. Viejo, con boina. Uno que es así majete. Con gafas. Es bajito. Sí, de los que lleva aquí toa la vida. Del tercero, mamá, sí, pero no sé de qué puerta. Casao? Ni idea". Y luego mi madre, que es un auténtico Holmes, pero sin pipa, meditaba un momento y concluía: "ya sé quién dices. Juanín, el que trabajaba en Hacienda y se jubiló. Sí, mujer, está viudo, tiene tres hijas. La mayor se casó y vive en Madrid, la otra sigue estudiando, en Salamanca y la del medio es esa gordita tan rica ella que viene a veces con un crío pequeño". Yo me quedo pasmada. Porque sí, conozco a ese señor de vista, me lo he cruzado por el portal desde que nací, es majete y educado, pero no sé nada de su vida. Soy, como decía, la típica urbanita del centro que se limita al "buenos días, a qué piso va?"

En los barrios, al menos en el mío, (yo nunca había vivido en uno y estoy aprendiendo tela de cosas) la gente sí se conoce. Los críos juegan solos en el parque y los padres les llaman para la cena chillando o silbando desde la ventana. Yo jamás pude jugar sola en la calle, porque había coches y hombres malos que se llevaban a los niños. Menos mal que teníamos el pueblo para asilvestrarnos a lo grande. En el centro la gente se esconde tras las cortinas cuando quieren fisgar qué pasa en la calle, qué son esas voces. En mi barrio, la peña se asoma al balcón y se grita para enterarse. La gente se cuenta su vida sin el menor recato y no se cortan un duro en preguntarte por la tuya. A veces, si son discretos, lo que hacen es preguntarle a tu perra. "Hola, cosa bonita! Cuánto tiempo que no te veíamos, eh?? Se nota que has estado fuera..." Y se quedan mirando expectantes, a ver si el chucho les responde algo. Menos mal que la peluda es muy discreta.

En los barrios, vas a la tienda, al kiosco y no te digo nada si vas a la peluquería, y sales sabiéndolo todo. De todos. Yo ya sé que la Choni del pelo caoba lleva a sus hijos al mismo cole del pequeño de la peluquera (que se llama Óscar y saca buenas notas). Los suyos se llaman Paula y Christian, y son amigos de Claudia, la hija de una tal Mónica. Además, van todos juntos a clase particular, pero a la profe la van a poner al hilo, porque ni ayuda a los críos a hacer los deberes ni nada, y claro, maja, comprenderás que yo no voy a pagar para que estén pasando la tarde a lo tonto, ya te dije yo que como la Marisol no vamos a encontrar otra en la vida, esa sí que valía, pero esta nueva nanay, es como aquella pánfila que les daba inglés, ya ves tú, que no aprendieron ni jota, y luego claro, la del cole les suspendía, que menuda es la Susana, yo ya se lo digo al Christian, si la maestra es repunante te aguantas, no te voy a cambiar de colegio porque no te guste la de inglés, total, que mañana a las cuatro tengo que ir a hablar con la tutora, y al pedirle la cita me dijo que la de Juan Manuel va a las cuatro y media, por eso lo sé de buena tinta, que no sé si al salir la cogeré de los pelos después de lo que le dijo el otro día a mi madre, ah, que no lo sabes? Calla, guapa, que te lo cuento, que te vas a quedar de piedra...

So-co-rro. Y esa mujer larga que te largarás, sin importarle que hubiera una desconocida delante. De vez en cuando me lanzaba alguna miradita escrutadora, del tipo: "y tú de dónde sales?" Y luego me sonreía, encantadora, pero como si estuviera pensando: "ya me enteraré". Al cabo de un rato, la pertinente maniobra de acercamiento y complicidad. "Mira, no debería contarlo, pero ya me conoces, yo no voy a la espalda, lo casco todo, y además, aquí estamos en confianza..." Y nueva miradita melosa. Ay. Qué lista vas. Ni quiero confianzas, ni quiero saber de nadie. Mi perra no sabe hablar y yo no doy explicaciones. Soy una petarda urbanita del centro y las Chonis, aunque entrañables, me parecen un coñazo.

En realidad me encanta el barrio, así que estoy resignada a sufrir sus efectos secundarios. Como el hecho de ser la novedad y la comidilla (deben andar todas frotándose las manos, a ver quién es la primera en enterarse de por qué ha vuelto este chico pero con otra!!!) Estoy segura de que también hay gente normal en el vecindario. O, al menos, gente que cuadre un poco con mi concepto de "normalidad". Seguramente, y no tardando mucho, ya seré la engreída oficial de la zona: "y-esa-qué-se-habrá-creído", "no-si-se-pensará-que-es-mejor-que-nosotras-la-tía", "los-humos-que-gasta-la-muy-borde-que-no-habla-con-nadie". Pero, qué la vamos a hacer? Habrá que hacer lo imposible por sobrevivir en Territorio Choni. Que los Valar me protejan!

jueves, 23 de octubre de 2008

De Uzerche a Lorient

Y bueno, sigamos con la crónica mochilera, que con esto de la mudanza la tengo de lo más abandonada. Dónde me había quedado yo?? Ah, sí. Huyendo de Cahors a paso de escargot. Bien.
De pura casualidad, caímos en un lugar llamado Uzerche, que resultó una preciosidad. Me dejó fascinada el colegio de la ciudad. Con uno así, hasta yo habría ido contenta a clase. Dimos un paseo, hice unos cuantos disparos y seguimos viaje. Es lo que tiene la France, que es muy grande, y, si te paras mucho, no te da tiempo a ver nada. Aterrizamos en Pompadour (debía ser el pueblo natal de la archiconocida cortesana) y descubrimos dos cosas: un bonito castillo y un pedazo de hipódromo en el que, casualmente, se celebraba un concurso hípico tal día como aquel. Tras comer en una tasca muy pintoresca (cuya camarera no entendía ni jota de lo que le decíamos), nos pusimos de nuevo en marcha. Nuestro carruaje sufrió un ligero contratiempo que mi Trasto solucionó con inigualable eficiencia, mientras yo aprovechaba la parada en boxes para fotografiar girasoles. Los tienen a millares, estos gabachos. Campos y campos de girasoles, de una punta a otra del país.
Llegamos a Chinon, bello paraje donde dimos con la creperie más maravillosa del mundo mundial, regentada por una mujer encantadora y, lamentablemente, amenizada por los gritos y rebuznos de una manada de perros herejes, capitaneados por una yegua hortera que debía tener la hormona descolocada, a juzgar por sus risotadas de hiena y sus aspavientos. Llegué a pensar que habría piñas de postre, porque todos los comensales acabaron mirando mal al grupo, y hasta hubo un francés que les dedicó miradas amenazantes. Para lo que sirvió... estos de la Pérfida, ya se sabe, se creen dios en todas partes. De Chinon conservo el recuerdo de la camarera adorable (una cincuentona hippie y delgada de pelo banco y falda hasta los pies), de los dueños del hotelito (matrimonio típico de franceses sonrientes), el catalán jubilado y nostálgico que nos contó su vida de emigrante, quejándose de la espantosa humedad, y una foto que me salió de lo más gótica.
Partimos a la búsqueda del legendario castillo de Rigny-Ussé, del que se cuenta que inspiró a Perrault en su cuento de la Bella Durmiente. Y entendimos muchas cosas. En primer lugar, el famoso hechizo que dejó a todo el reino roncando a pata suelta. Qué hechizo ni qué niño muerto. A pocos kilómetros de tan romántico paraje hay una central nuclear que ríete tú de la de Monty Burns. Para mí que semejante ataque de siesta tuvo algo que ver con algún escape radioactivo. Pero claro, eso no nos lo han contado. En segundo lugar, no nos quedó la menor duda de por qué el pobre Príncipe tardó cien años en encontrar a su enamorada. Elemental, se perdió en las rotondas que, en este bendito país, constituyen a la vez Plaga y Maldición. Cerca estuvimos de abandonar nuestra empresa, aunque, finalmente, dimos con el dichoso castillo. Y qué castillo, oiga. Alucinante. Pero más alucinante fue enterarnos de que ese castillo es de alguien. Unos señores muy simpáticos habitan la mitad del mismo y nos permiten a los foriatones visitar la otra mitad.
Cosas a resaltar? Muchas. Una capilla preciosa, por ejemplo. Los jardines. Unas cocheras que albergaban toda suerte de aperos, carruajes y demás piezas de coleccionista. Las escenas del cuento recreadas con todo lujo de detalles, incluyendo la banda sonora de Disney atronando en francés por los corredores. Y sí!! Sí!!! La torre embrujada y la bella Maléfica haciendo de las suyas!!! Estancias que recreaban la vida en el castillo en distintas épocas, lo mismo el baño relajante que el cuarto de los niños o aquello de "la cena está servida". Una exposición de trajes de los años veinte que era para caerse de espaldas, véase este ejemplo, o este otro. Muy recomendable, en todo caso.
De ahí pasamos a Saumur, donde me entristeció comprobar que el interior de su castillo sigue en obras casi diez años después, por lo que no hay forma de visitarlo. Propiedad de los de Anjou y habitado en su día por el Marqués de Sade, merece la pena por sus vistas de la ciudad y porque el exterior, al menos, se conserva bien y da el pego. Eso sí, si algún día visitais la zona, no dudéis en acercaros al castillo de Angers, también de los de Anjou. El de Angers es un castillo de guerra, defensivo, y está en perfecto estado. Es impresionante pasearse por las almenas y jardines, ver el foso y contemplar el impresionante (e interminable) tapiz sobre el Apocalipsis. El de Saumur es un castillo de recreo. Na. Ñoñerías.
Noche en Lorient, en un motel extrañísimo mitad motero mitad granja bucólica. Fascinante esa afición por las gallinas. Aquí estoy yo, con cara de sueño!! Próxima parada: Carnac y sus piedras.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Por las de cal


Era obvio que ya iba tocando arena. Aunque ahora mismo esté más lejos de la playa que nunca! No importa. Me rodean mis tesoros, colores bonitos y la magia de tenerte, de compartir contigo algo que es tan tuyo. Gracias por todo esto. Es un barrio nuevo, limpio, silencioso, abierto, verde, joven y tranquilo, con nombre de novela gótica. Es tu casa, tu sueño, tu proyecto, y quisiera creer que puede ser también mi hogar. Nada me haría más feliz.

Siento mucho si alguno se ha asustado por tantos días de silencio. La sexta mudanza (y espero que la última) me ha tenido desconectada hasta hoy. Nada de depres por el fin del curro, nada de bajones. No tengo tiempo para eso. Resulta que unas cosas terminan y otras comienzan, y de pronto apareció un nuevo camino. Y aquí estamos, un poco agobiados por cuanto supone, haciendo números y cábalas, pero convencidos de que vale la pena. Sigo notando cierto vértigo, pero supongo que es normal. Al fin y al cabo, quién podría suponer que la vida cambiaría tanto en apenas seis meses? Algunas noches todavía te miro dormir y me cuesta creer que estés en mi vida, que todo haya girado de tal modo. El 13 de octubre se cumplía medio año de lo nuestro y, de nuevo el cosmos, un año exacto de aquella vez, de aquel encuentro, cada uno con su pareja de entonces, sin que se nos pasara por la cabeza que terminaríamos juntos. Te sorprende entonces que aún tenga que pellizcarme de vez en cuando? No tienes ni idea de todo lo bueno que me has dado.

Pero aquí estamos, como digo. Con nuevos planes y nuevo nido. Nos hemos quedado sin Termomix y el horno nos fundió los plomos, pero van listas las aprendizas de bruja si se creen que no puedo con sus maleficios caseros. Tengo un gato negro y el 13 a mi favor. Y estreno Torreón en el Monte más Vil. Todo está bien en el mejor de los mundos. El nuestro.

Bravos y damas, gracias, como siempre, por cuidar de mi rincón. Y mil perdones por la tardanza. Hace poco olvidé cerrar una ventana y se me escapó uno de ellos. Pero, para compensar, acaba de llegar otro Búho. Y con este llevaba años soñando.

viernes, 10 de octubre de 2008

Última noche en El Ñeru

Fue tal que ayer y aún arrastro una sensación medio extraña. Por una parte, la tristeza de perder un buen trabajo. Corrijo: un trabajo horrible, pero bien remunerado y con muchos descansos, ideal para sobrellevar el estrés que provocaba. Por otro lado, la rabia de sentir que nos están vapuleando hasta el final. La última semana hemos currado sin vigilantes de seguridad, expuestos al nerviosismo y los colocones de la facción chunga, que andaban más revueltos que de costumbre ante la inminencia de cambios. Para más inri, los últimos días deciden que trabajemos de uno en uno, que cada cual se bata el cobre en su turno a cara descubierta. Así fue mi última noche, sola con dos elementos bastante manejables, pero asustada ante la posibilidad de visitas ajenas. Sí, ya sé pegarme con los míos. Pero no me habría gustado nada tener que pegarme con los de fuera, los invasores de otros centros que tanto disfrutaban colándose en el nuestro.
Pero, tal y como el cosmos se empeña en enseñarme, todo tiene su compensación. A veces de manera inseperada. Tras el desengaño con algunos jefes, con unos cuantos compañeros, tras la demostración palpable de que siempre hubo educadores de primera y de segunda (y estos éramos los del turno de noche), tras terminar este proyecto de la peor manera y con tanta decepción, descubro asombrada que el mejor de los gestos viene de un segurata, tan cuestionados ellos por mis colegas. Sin tener ya contrato ni obligación ninguna, interrumpiendo su noche de marcha, vestido de paisano, se me planta Tapia en El Ñeru, acudiendo sin dudar un instante a mi llamada. Se hace el encontradizo, en plan visita de cortesía. Saluda a los chicos, les deja caer las pertinentes advertencias, en ese tono suyo tan "qué buen rollo, chato, pero sin chorradas, porque te doy hasta que me duelan los brazos" (el acento es lo mejor, sin duda), y me acompaña en la guardia hasta que las fieras duermen. Eso es un compañero, desde luego. Parece mentira que a estas alturas me tenga que ver más apoyada por un vigilante que por la empresa.
Y es que cada vez tengo menos dudas de los por qués de este cierre. La falta de logros, claro. Las pérdidas económicas. Las lógicas quejas de los vecinos. La ineptitud de Consejería. La saturación de los jefes. El constante baile de personal. Las cafradas de los monstruos, con sus mil denuncias, el hartazgo policial, el miedo de la gente. Y la falta absoluta de criterios unánimes por nuestra parte. Porque, como bien decían Tapia, el Ruso, el Abuelo, Rocky, incluso el tarado de Elvis: "tronca, así no se puede. Estamos para cuidar de vosotros, pero si tú me das las gracias por quitarte a un sobón de encima y luego otra educadora se deja tocar las tetas y les ríe la gracia... yo me pierdo. Evitas que a uno le partan la cabeza y luego te suelta que te has extralimitado. Quejas a la jefa y broncas pa nosotros todos los días. Así no se puede". Y no, no se podía.
Todo esto era fruto de la ancestral escisión, ya sabéis, los cool por un lado (defendiendo el buen rollo, la confianza total, la manga ancha) y los bolcheviques por el otro (más partidarios de la disciplina y el hacer que los monstruos se ganaran las cosas). Me sumo entre estos últimos. Pero siempre fuimos los malos. Los vigilantes estaban claramente del lado "mano dura", así que también eran los malos. Lo más curioso era comprobar cómo los cool renegaban de los vigilantes para, acto seguido y con tortazos de por medio, sufrir crisis nerviosas y ataques de llanto. En cambio el bando bolchevique gozaba de tan buen rollo que no era extraño terminar a carcajada limpia una sesión de sillazos y disolvente. La guerra es mejor con aliados. Habrá que juntarse con los chicos de la porra para unas sidras y contar las batallitas de los viejos tiempos.
En cuanto a los monstruos? Más sorpresas. Una semana de despedidas, lágrimas y buenos deseos. Y un mensaje del cabrito del Chiqui desde su pequeña cárcel. Que lo siente mucho. Que a ver si me paso a verle. No es increíble? En fin, hasta aquí hemos llegado. Aunque algo me dice que tendré noticias de mis pequeños salvajes. Seguro.

lunes, 6 de octubre de 2008

Lenguaje binario

Con los años, siento que estoy aprendiendo muchísimo de la vida (aunque parece que cuanto más sabes más te falta por saber) y, sobre todo, de mí misma. El tiempo me ha vuelto más positiva, menos huraña, más reflexiva, más tolerante y más feliz. Me gusto mucho más ahora que hace diez años, con diferencia. Lo cual no quita para que me siga observando con lupa, encontrando mil defectos. Sólo que, ahora, no me deprimo por ellos, ni creo no poder cambiarlos. Sé que puedo si me da la gana. Al menos puedo intentarlo.
Y, precisamente por todo lo anterior, hay algo que me tiene de lo más confusa. Y es que cada vez soy más intransigente con algunas cosas. Cómo puede eso conciliarse con la madurez, o una mayor sabiduría, o una actitud más abierta? No tengo la menor idea. Pero me ocurre, no puede negarse. Me vuelvo intransigente, intolerante, radical con muchas cosas. Quizá sea porque, al madurar, uno se mira menos al ombligo, va abandonando el egoncentrismo que arrastra desde la infancia, se siente más parte del mundo, de la sociedad, del todo, más implicado, para bien y para mal. Y puede que, por efecto rebote, cuanto más se implica, más sabe, más se involucra, más comprende, más se encabrona, más le apetece bajarse del mundo, más ganas pasa de hacerse ermitaño. Curioso. Abandonas el individualismo, te socializas y acto seguido estás deseando volver al individualismo. Robinsoniarte. El exilio. Pero ya no puedes. Por el sistema, por la corriente, por los lazos afectivos, las obligaciones, la vida. Qué cosas.
Así que, te queda el pataleo. Me he vuelto radical con la intolerancia. Con la superficialidad. Con la ignorancia y sus osadías. Con el paternalismo, el victimismo, el autoengaño, la autocomplacencia, las versiones oficiales, la riada, la indiferencia, la crueldad, el egoísmo, la estupidez. Hago el esfuerzo cívico de respetar, qué menos, pero, por dentro, me descubro dictadora. "Es que a mí la política no me interesa". Pero pedazo de borrego... qué dices? Cómo puede no interesarte algo que puede decidir sobre tu vida? Ya no te digo la militancia, pero, se puede vivir sin ideas, sin estar medianamente informado de lo que pasa? Informado hasta donde nos dejan, al menos... Es un mero ejemplo.
Me aburre la gente, y me cabrea. El ser humano me parece cada vez más interesante y a la vez más anodino. Admiro a la gente inquieta, la gente que se hace preguntas, que quiere saber, la gente que devora libros, que lee las noticias, que discute, que habla, que razona, piensen lo que piensen. Y me saca de quicio la masa indiferente y aborregada, los que pasan de todo y se conforman con lo que les oyen a otros. Cómo se puede no querer pensar, no querer saber? A esa estupidez me refiero. No a la falta de cultura de quien no tuvo ocasiones, siempre digo que había más sabiduría en mis tíos abuelos analfabetos, gente de campo, que en muchos licenciados que conozco. Me refiero a la "cultura" que mantiene los gimnasios llenos y las bibliotecas vacías, la de que el periódico más leído en mi país sea uno deportivo, la de que a la gente le traiga sin cuidado lo que pasa a su lado, mucho más lo que pasa al otro lado del mundo, la de encogerse de hombros, y el gran hermano, la de la cerrazón y el porque sí y el porque no, la de pasar por la vida sin que la vida pase por uno. La de no pararse, no mirar, no escuchar, no callarse un maldito segundo y meditar sobre lo que sea. Ruido y más ruido. Horror al silencio, a quedarse a solas con uno mismo. Una vez leí que la sociedad tiende a resaltar con adornos las partes del cuerpo que considera importantes, y que en eso influyen las modas y costumbres de cada época. No en vano ahora nos enjoyamos el ombligo.
El otro día, en el bus, ese templo de la banalidad y el aburrimiento, un par de chavales de veintipocos hablaban de chicas, luego de música, después de drogas (tío, todos tuvimos noches locas, pero no puede uno engancharse a esa mierda, te crees que lo pasas mejor y es mentira, es que te altera la percepción, pero te lo pasas igual de bien o mejor sin ellas), de música, de informática (y no de videojuegos, sabían un montón de cosas sobre lenguajes binarios, unos y ceros, encriptar programas y cosas complicadísimas), de fútbol y de ahí, con un mortal hacia atrás con doble tirabuzón, pasaron a hablar de historia. El poderío de España. Las colonias. Tratados. Revoluciones. Dictadores. No recordaban si se había perdido antes Cuba o Filipinas. Habían olvidado los nombres de algunos tratados, o los mezclaban. Confundían a algunos dictadores. Tío, qué mal, la historia no era mi fuerte, se me va la olla y me olvido, pero molaba, molaba. Viste el documental del otro día sobre la Revolución Cubana? Sí que lo vi, estuvo guay.
Sí, se liaban con nombres y fechas. Pero al menos dijeron Cuba y Filipinas, y hablaron de los ingleses y los franchutes, y del imperio, y de Fidel, y de por qué en Brasil se hablaba portugués. Al menos les sonaba todo aquello y lo medio situaban. Trataban de hacer memoria, se lamentaban de sus errores, veían documentales en la tele. Les miraba charlar, idéntica ropa, idéntido pelo engominado, los aires chulescos de los guapitos. Dos chavales de doblete hablando en el Alsa, de vuelta a casa. Tío, nos echamos la siesta y esta noche de tranquis, eh? Cenamos algo y vemos una peli. Venga, vale. Cómo era aquello de los códigos para encriptar? Te acuerdas de pa qué se usaban las comillas? Meca, meca, cómo era??
A veces se oye algo interesante entre tanto ruido. Y es una gozada.

sábado, 4 de octubre de 2008

El viejo que leía novelas de amor


Lo he visto ya varias veces, en distintos lugares de Gigia, siempre por el centro, siempre por mi barrio. Va impecablemente vestido, aseado, con un traje viejo pero limpio, los zapatos gastados, pero lustrosos. Tiene el pelo y la barba completamente blancos, los ojos hermosos y azules detrás de las gafas. Es delgado y es guapo, y sé que, seguramente, lo fue mucho más. Siempre está sentado en una silla plegable, con la mirada baja. No porque se avergüence, ni mucho menos. Además no tendría por qué. Si no mira de frente es porque siempre, siempre le encuentro absorto en algún libro de páginas amarillentas.

Soy de esa gente incapaz de pasar frente alguien que pide ayuda y hacerme la sueca. Hasta tal punto que he tenido que forzarme para hacerlo algunas veces, ante el resentimiento de mi economía (que tampoco es que sea muy allá, con este baile constante de empleo y desempleo). Cigarros para los yonkis y los músicos callejeros. Comprar discos a los africanos y a esos rubios del este que tocan el violín, el saxo o cantan ópera en mitad de la calle, y te dejan con la boca abierta y la piel erizada ante un Ave María de Bach que te hace maldecir a todas las academias, operaciones triunfos, factores equis y demás fábricas de guapitos clónicos sin talento que nos machacan en la radio a todas horas y provocan acampadas de fans ante las taquillas, esperas de horas, llenazos y desmayos. En fin. Y para las gitanas del romero, claro. No por sus amenazas de mal de ojo (sé maldecir con peor leche que la más pérfida de ellas) ni por sus profecías maravillosas, siempre idénticas, de esposo rico y mellizos. Normalmente son sus panzas de preñadas adolescentes las que me hacen soltar un suspiro, menear la cabeza ante sus "reina mora" y sus "que soy gitana decente y cristiana" y esa forma tan zorruna y resabiada que tienen de exagerar su acento, de fingirse tontas y serviles mientras se ríen entre dientes, es todo eso, al fin, lo que me hace soltarles la pasta. Toma, pa tus niños. Pa comida y pa ropa. No pa vicios pa tu hombre.

Es triste ver a tanta gente, propia y extraña, de cerca y de lejos, de toda raza y condición buscándose la vida en la calle, ante la indiferencia de muchos y la impotencia de otros tantos. Cuando son jóvenes, al menos, los imaginas más fuertes, con más bríos para afrontar lo que venga. Pero si algo me encoge el corazón es ver a un anciano pidiendo limosna. Es algo que no resisto. No puedo dejar de pensar en mis cuatro abuelos, que aún me viven, en sus largas vidas, sus historias, sus penurias y sus alegrías, en la inmensa suerte que tengo por tenerlos, por poder escucharles, abrazarles, por verles llegar al final dignamente y sin que nada les falte. No encuentro nada más penoso que un anciano solo, desprotegido, forzado a mendigar compasión. Me escandaliza una sociedad que permite el desamparo de los más viejos, los más sabios, los más frágiles, tras pelear toda una vida en las batallas que les hayan tocado en suerte, las que sean. Me aterra pensar que toda una existencia de risas, de penas, de amores, de victorias y fracasos, de trabajo, de amigos y enemigos, quien sabe si de familia incluso, se vea reducida a un cartelito que suplica ayuda. Una sociedad justa debiera evitarles ese trance, ese fin. Lo que para muchos representa una vergüenza que, en realidad, no es suya, sino nuestra.

Le encuentro otra vez, enfrascado en la lectura. Como hago siempre, finjo contemplar un escaparate y rebusco en mi cartera con mil disimulos y mucha torpeza. Sé que me ha visto, claro, pero él también participa de esta vergüenza mía, y vuelve a su libro ajado. Dejo las monedas en su platillo y entonces me mira, con los ojos más bellos y más tristes, y esboza una sonrisa y me da las gracias. Muchísimas gracias. Y le sonrío también y me voy sintiendo el calor en la cara, asqueada de no poder hacer más. No me siento mejor, me siento miserable. Es una culpa colectiva, una culpa histórica. Tanta evolución, tanta tecnología, y bienestar, y lujos, y aún no hemos sido capaces de acabar con esto. Es una culpa enorme, de siglos, y pesa mucho.

Quizá sea por su barba blanca, porque las barbas son para mí el símbolo del padre. Quizá por los ojos azules, que siempre han sido mi debilidad. Por su elegancia de caballero. Tal vez porque lee siempre. Por su dignidad. Quizá por su pinta de maestro pulcro, o porque tiene un aire de marino, o de soldado, de pintor, de filósofo y de poeta. Quizá es porque tiene setenta años, porque quisiera que fuera mi abuelo, para oír sus historias, para cuidarle, para quererle. Desde que le conozco he sentido el impulso de invitarle a comer, de preguntarle su nombre, de escuchar su vida entera, sin prisas, con muchos cafés. Y no me atrevo, claro. Una tiende a pensar que es por no ofenderles, por su vergüenza. No es cierto. Es por la nuestra.

viernes, 3 de octubre de 2008

Olvidando el Otoño


Mira que normalmente lo espero como agua de mayo. Siempre ha sido mi estación favorita, pero esta vez, se me escapó. Me parece un descuido imperdonable, pero no he podido evitarlo. Él entraba de puntillas mientras yo dormía mi resaca francesa, mientras me enteraba del fin de mi trabajo (la huída de uno de mis Búhos), mientras trataba con todas mis fuerzas de no dejarme llevar por el desánimo y la decepción, mientras reordenaba mi vida, mis cosas, el interior de las maletas, mientras calculaba cuánto llevaría la mudanza (es curioso que una vida pueda calcularse en cajas), mientras me sentía invadida por la incertidumbre de andar de nuevo sin soldada y la ilusión de un nuevo comienzo (contigo), mientras los dragones del pasado empezaban a echar fuego por las narices, llenándome La Torre de humos (pero ay, querida, no hay mal que por bien no venga: la misma ventana que se me quedó abierta y permitió al Búho ingrato escapar, es la que ha ventilado esa humareda tuya, la que ha dejado colarse la ráfaga de viento que te arrancó la máscara. Ironías de la vida). Total, que con tanto ajetreo, se me olvidó el Otoño.

Llegó despacio a mi tierra, discreto, sin grandes aspavientos. Apenas lo notamos. Fue justo ayer, tan tarde, cuando al fin caí en la cuenta de que estaba aquí. Llovía en Vetusta y, otra vez, llegué empapada al curro, a ese curro del que ya queda tan poco. Tampoco. Pasé una noche fría, tiritando en mi cama, sonriente por el cariño de los niños buenos (a los que deseo lo mejor) y, a estas alturas, indiferente por las cafradas de los niños malos (a los que les deseo todo lo bueno que sean capaces de ganarse, y creo que con eso es maldición suficiente). Y tocó no pegar ojo, y madrugar, y armarse de valor para entrar en esa cocina post-ramadánica, que es la viva estampa de la desidia, la porquería, la mugre, el asco y la repulsión. Y había tal cantidad de grasa en aquel horno infecto, que el pan se quemaba sin remedio, y otra vez humos negros, y una peste insufrible. Está claro que hay cosas que no echaré de menos.

Pero de vuelta a casa, mi amor, el cielo estaba tan loco y tan lleno de Otoño, y llovía tanto a un lado del valle y tanto lucía el sol al otro lado, que, por primera vez, pude ver un verdadero arcoiris. Uno de verdad, indescriptible. Porque, hasta ahora, todo arcoiris era, en realidad, una pálida y disfusa cascada de colores apagados. Apenas un poco de rojo, un poco de amarillo y de verde. Pero esta mañana, era soberbio. Porque estaba entero, entero sí, un arco por fin, un arco completo que justificara su nombre. Y los colores no eran reflejos brumosos, no, nada que ver. Eran tan intensos, tan palpables que parecía que alguien los hubiera pintado a brocha. Podían distinguirse todos, a la perfección, ordenados en franjas. Del rojo al violeta, todos ellos. Como en las canciones infantiles. Es la primera vez en mi vida que veo el color violeta en el cielo.

La escena era de película, casi hasta ñoña. Parecía que el arcoiris iba persiguiendo al autobus. Y, de repente, se quedó a mi izquierda, hermoso, completo, como el dibujo de un niño. Y al final de los colorines... estaba Aceralia. Una fábrica horrenda y sucia, sí, pero la tuya. Y, además, estabas allí dentro en ese momento. Y todo era tan cursi y tan divino, que me tuve que reír. Llegué a casa y vi que te habías dejado encendida la lamparita de nuestro cuarto. Esa de las lunas y las estrellas. No sé si fue a sabiendas o un simple despiste. Lo que sé es que tenía todo el cielo desparramado por la habitación. Me encanta el Otoño.