lunes, 26 de octubre de 2009

Beautiful Day (and night)


Llevo diecinueve años escuchando a estos tíos, emocionándome con ellos, saltando, chillando, utilizándoles cuando había algo que celebrar o algo que llorar. Ocupan un lugar de honor en mis oídos, han sonado de fondo en algunos de los momentos más importantes de mi vida (para bien y para mal) y cada vez que pienso en las canciones que más latidos me provocan, están ellos. Siempre alguna de las suyas se cuela por derecho en mi lista. Entre las más emotivas. Entre las más calientes. Entre las más vitales. Entre las más. Me hacen flotar.

Amo a Bono desde la más tierna pubertad, cuando mi padre aprovechaba horas muertas en alta mar para grabarme sus canciones en cintas de cassette. Les conocí gracias a él. Fueron los primeros en lograr que quisiera entender qué demonios estaban diciendo. Mi primera canción traducida completamente fue "Pride (In the name of love)". Bono es algo así como un hermano mayor, el tío guay de la familia, el tarao místico que no falta en ningún clan y al que todos adoran en el fondo. Me mola el punto que tiene de lama rockero. Ni estrellaza colocao ni happyflower insufrible. Un tío que puede pedir la paz mundial y al momento ponerte a dar saltos. Por no mencionar que su voz es puro sexo para mí. Seguramente el primer estímulo carnal por vía auditiva de mi existencia.

Aún no he conseguido verles en directo y siempre temo no llegar a lograrlo. Pero ayer las magias modernas obraron el pequeño milagro. No estaba allí, en Pasadena, vibrando con los sopotocientos vatios, ni espachurrada por la marea humana de fans enloquecidos. Estaba en mi casa, sentada en el sofá, con el portátil delante, los cascos, el tabaco y los kleenex. Pero aquello estaba pasando, eran ellos realmente, en aquel mismo momento, cantando en directo para el mundo. Quizá sea lo más cerca que estaré de Bono en toda mi vida, no lo sé. En cualquier caso, ha sido todo un regalo. Millones de gracias, chicos, por el experimento. Gracias por cada acorde. Por incluir "las mías". Me habéis tenido una noche entera en vela, riendo, bailando, llorando. Levitando. Sigo en las nubes. Con Bono.

(Debiera ser un Vicio Confesable. Pero, en realidad, han sido Huellas en mi arena).

sábado, 24 de octubre de 2009

Ronroneando


Ciertamente no he estado muy habladora estos días. Me sentía bastante cansada, la verdad (ahora sé que estaba incubando uno de mis catarros relámpago) y con pocas ganas de teclear. Normalmente no me callo ni debajo del agua, siempre se me ocurre alguna pajarada que escribir, alguna chorrez pseudo filosófica de las mías. Últimamente no. Tenía la cabeza en las nubes. No diré que estaba preocupada, ni nerviosa. No, realmente no. Pero sí que he estado completamente concentrada en un asunto. Incluso cuando no me daba cuenta, estaba pensando en ello.

Me he estado acordando de muchísima gente que quiero o que quise. Gente que fue saliendo de mi vida, gente que está (aunque en la distancia) y gente absolutamente presente (con o sin distancia) que no lo está pasando bien, o que sencillamente tiene alguna preocupación. Gente que desea cosas. Que merece cosas. Así, a lo tonto, he descubierto algo muy curioso que os contaré otro día. Ya veis, en el fondo no dejo de ronronear nunca, ni siquiera cuando me ofusco. De repente me brinca una idea peregrina en el desván y yo misma me sorprendo. De dónde sales tú. Por dónde has entrado. Bueno, sí, parece interesante. Espérate un poco. Ya te meditaré luego (meditar y escribir son sinónimos en mi mundo).

A lo que iba. Gente que desea cosas y las merece. Son un montón. Supongo que somos todos. Aunque en según qué momentos estás más con estos o con aquellos. O más cerca de sus sueños. Quieres dedicar tiempo a todos, a pensar en ellos, a evocarlos, a pedir al cosmos que les escuche. Priorizas. Sabe dios en base a qué. A veces es una mera cuestión de calendario. De en qué orden les van llegando sus pruebas, sus momentos clave. Y estás con ellos. Lo mismo andas correteando por el super buscando tiritas y pan tostado, pero estás con ellos. Todo el tiempo. Y llevas puesto el runrun de serie. Insistiendo, empeñada en el buen rollo. Ya verás. Todo irá bien. Saldrá. Se arreglará. Tu problema. Tu duda. Tu angustia. Tu espalda. Tu abuela. Tu trabajo. Tu padre. Tu pierna. Tu examen. Tu parto. Tu relación. Tu miedo. Tu viaje. Tu cambio. Tu vida. Saldrá bien. Funcionará.

Estás con todos ellos. Con todos. Pero estos días, sobre todo, estoy con ella. Estoy contigo. Cada minuto. Saldrá bien, M. Mi mayor deseo ahora mismo es que se cumpla el tuyo. Adelante.

martes, 13 de octubre de 2009

La edad de piedra en gorra y tacones



Vuelvo el otro día de hacer la compra y me cruzo con una turba de prepavos, o sea, doceañeros. Ellos disfrazados de raperos rudos del Bronx. Ellas disfrazadas de... no sé, una especie de híbrido Britney-Esteban. Veo mucho pantalón caído, calzón al viento y gorra patrás por un lado y mucho taconazo, rimmel, laca y bolso de plástico por el otro. Vale. El griterío es superlativo. Los hombrecitos hablan fuerte y hacen poses de tipos duros. Un taco por cada dos palabras. Mucho "tío", mucho "joder" y mucha amenaza gratuita, de esas de "chaval, no te columpies que te meto", pero de buen rollo, entre colegas. Las mujercitas emiten chilliditos y risas, se tocan el pelo y hacen poses de negrata furibunda, con mucha mano alzada (stop, in the naaaame of loooove) y mucho meneo de cuello en circulitos. Mucho "joder" y mucha "tía", por supuesto. Tope total.

La tienen liada porque los niños quieren que venga no sé qué niña que les mola y ellas la están llamando a ver si baja o qué. Como la "pava" no viene, empieza el cristo. A la que maneja el móvil la llaman gilipollas, mongola, imbécil y subnormal (con todo el cariño) por no saber convencer a la disidente. Cuando las otras intentan meter baza y aconsejar a la telefonista también las increpan con tiernas frases tipo: "tú calla, gorda de mierda", o "no te metas, pija del culo". Por fin, cuando queda claro que la reina de la fiesta no va a acudir, la chavalería se despide de ella con efusividad, usando poéticos adjetivos tales como: "anda, quédate en casa, so puta", "ya vendrás luego, zorra", "que te den por el culo, chula de los cojones" y demás lindezas.

Que nadie piense que tal despliegue de grosería cavernícola indigna a las muchachas. Nop. Para nada. La portavoz del equipo, tras colgar, suelta un lastimero: "joooo, que dice que no os pongáis así, que no la dejan, poooobre". Me puedo imaginar a la chiquilla, prisionera en su casa y sintiéndose culpable a más no poder por el feo imperdonable que les ha hecho a sus amigos, los cuales, con todo derecho, la han puesto a caer de un burro. Terminada la actuación, ambos grupitos, el de mozos y el de mozas, siguen su camino entre más chillidos, zancadillas, golpes, collejas, tirones de pelo, zarandeos e insultos de todo tipo, dirigido todo ello de los machotes a las feminotas. Cada porrazo o improperio es recibido por las niñas con berriditos de supuesta indignación y muchas risitas. Cuando a una le hacen daño (y se ven mamporros bastante serios), la susodicha hace un mohín y se aleja taconeando herida en su orgullo. El responsable del leñazo se disculpa zalamero: "hala, sí, vete, anormal". Las amiguitas chillan un: "tíaaaaaaaaa, quedatéeeee". Y un caballerete andante de metro y medio decide desfacer el entuerto con galantería, adelantándose en pos de la agraviada y consolándola con una palmotada en las nalgas, agarrándola por la muñeca y arrastrándola de vuelta al redil, mansa como una cordera, sonriente y satisfecha.

Qué coño estamos haciendo? Esto es ahora lo "normal"? Me estaré convirtiendo en una carcamala de 31 tacos cada vez que pienso que "esto en mis tiempos no pasaba"? Esto de hoy es lo bueno, lo modelno, lo chachi? Yo era una estrecha amargada porque si un chaval me arreaba en el culo, me insultaba o me hacía daño con juegos bestias le metía un guantazo o bien pasaba de él y me iba? La peña de nuestros días (ellos y ellas) son más sexistas que nuestros abuelos? Es más, esto es sexismo o simplemente mala educación y violencia gratuita de unos con otros y viceversa? Llegará un día en que hombres y mujeres sean capaces de tratarse con naturalidad? Antes pasaba esto y yo no lo veía? También entonces nos faltábamos al respeto desde pequeños? No es triste que en pleno siglo XXI el "puta" y el "zorra" gocen de tan buena salud y estén tan asumidos que hasta un piojo desnutrido de doce años se crea con derecho a usarlo como sinónimo de "tía"? Qué le ven ellas de gracioso y de aceptable? Y otra duda que me corroe... por qué sigue habiendo tantos seres de sexo masculino que condenan, señalan, desprecian, humillan y pisotean a voces lo que secreta (pero obviamente) les pone cachondos? Soltad a un púber entre chiquillas y sabréis de inmediato cuál de ellas le alegra los bajos. Esa a la que con más saña increpa y patea. Salvo porque no pegaría con la gorra y los pantalones raídos, cualquiera esperaría oír un: "tú, pecadora, súcubo de Satanás, tú eres la culpable de despertar mi lascivia y pagarás por ello!!" Es sólo que la testosterona les confunde y les vuelve agresivos, o de alguna manera se les ha quedado grabada en el coco toda la mierda machista del cosmos, sin ellos mismos saberlo? Y por qué ellas lo aguantan, por todos los Dioses???? Creo que estamos manteniendo ideas y mensajes equivocados. Y me pone un poco los pelos de punta.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Una cueva de ladrones


De chavalita era toda una idealista. Escuchando a compañeros de instituto (algunos sinceros, otros meros panfletistas intentando camelar a jovencitas virginales) se me despertó el interés por la política, algo que, hasta ese momento, me parecía un asunto incomprensible y lejano, propio sólo de los "mayores". Fue como un despertar. Comprender que la historia, que tanto me fascinaba, iba ligada impepinablemente a los manejos y estrategias de gobernantes, corrientes e intereses varios. Que lo uno no tenía sentido sin lo otro. Que algunas ideas me parecían reveladoras y hermosas, otras una aberración total. Cuánto de genuinas ilusiones y de perversos prejuicios podía albergar cada idea y cómo esas ideas podían defenderse con rectitud y honestidad o con la más sangrante de las violencias.

Primero fue el cándido convencimiento de que el mundo podía cambiarse y ser un hermoso lugar. Sólo había que desearlo. Después, las no menos cándidas sorpresa e incredulidad, el no comprender cómo era posible que tantas veces todo se redujera al vil metal, lo poco que importaban las vidas de tantísimos seres humanos. Rabia, impotencia, enfado generalizado con el mundo. Los poderosos eran indiscutiblemente malvados y nosotros, los demás, éramos tontos del haba, borregos, una masa estúpida e ignorante dispuesta a mirar a otro lado mientras no nos tocaran lo nuestro, mientras nos dieran pan y circo. El cabreo de los diecisiete años. Lo correcto era tan obvio, tan irrefutable que resultaba intolerable que no funcionara, que no se produjera un cataclismo mundial para reclamar justicia para todos.

Luego vas madurando y empiezas a perder el romanticismo. Y la ira. Al menos a ratos. Todo es discutible y cuestionable. La primera decepción sobre "los tuyos" es una herida que te deja asombrada y dolida. Pero aprendes que ninguna idea es igual de grande cuando se ejecuta. Que los hombres somos falibles. Corruptibles. O, sencillamente, acomodados. Siempre hay nobles excepciones, claro, ejemplos de lucha (casi siempre anónimos), pero, en realidad, cuántos de nosotros renunciaríamos hoy al coche o a la tele de plasma si con eso nos garantizaran la supervivencia de un completo desconocido en algún rincón perdido del tercer mundo? Supongo que, en el fondo, nos viene muy bien dejar que otros piensen y actúen por nosotros (al margen de nosotros) y también tener una serie de caras y nombres a los que culpar cuando las cosas van mal.

Mis ideas han ido cambiando, aunque la esencia es la misma. Jamás he querido ser parte del entramado de ningún partido, porque creo que cuando estás dentro pierdes la perspectiva. No me gusta el rollo sectario. No me va eso de "los nuestros" y "los otros", aunque use esas expresiones de manera coloquial. No soporto las jerarquías, ni los organismos pluricelulares, desconfío de la filosofía cuando se convierte en ambición. La autocrítica es sana y necesaria. La practicamos muy poco. Siempre he creído más en el individualismo, entendido como la capacidad personal de analizar, aceptar o desechar, incluso cuando los descartes suponen que no eres un "no sé qué auténtico". Que los dioses nos libren de la autenticidad cuando se transforma en etiqueta y se representa con decálogos.

Hoy es uno de esos días en los que no sólo me tira del pijo ser mujer, sino que además sufro del berrinche más absoluto. Hoy, como tantas otras veces, la política me da asco. Vaya por delante que "los más cercanos a los míos" me tienen contenta también la mayoría de las veces. Vaya por delante que, Alatriste y Bono (el cantante) aparte, no soy de ídolos ni de fe ciega. Quede claro que, muchas veces, lo que me invade es la certeza de que, más o menos, son todos la misma mierda con distinto traje. Pero es que hoy, que una banda de chorizos, crápulas, chantajistas, pelotas, caciques, mafiosos y corruptos se atrevan a criticar al gobierno por "habernos metido en la nefasta crisis", me subleva. El gobierno merecerá todas las críticas imaginables, cierto. Ahora bien, tener la osadía de señalar a otros echándoles en cara despilfarros varios mientras esos mismos honorabilísimos acusadores se pasean con sus coches de lujo, sus relojes de lujo, sus sobrecitos llenos de pasta, sus trajes, chalés, viajes, cenas y putas de lujo, es que me envenena más allá de lo admisible. Tenéis la jeta de cemento, campeones. Fuerte banda de paletos con aires aristócratas. Crudo lo tenemos. Por un lado, los paladines hippies del buen rollo. Por el otro, los fachorros carcas de la moral del cilicio y el club de alto standing. Al final tienen razón los que afirman que tenemos los políticos que merecemos. Tal cual.

lunes, 5 de octubre de 2009

Nuestro Hombre de Hierro


De pequeño ya era un coñazo de puro inquieto. No podía parar ni un minuto, ni siquiera frente a la tele, lo que le convertía, a mi juicio, en un hiperactivo genuino, no en un malcriado, como se estila ahora. Nada le interesaba más que el deporte, especialmente el fútbol. Jamás me ha interesado esto del balón y las porterías, pero confieso que saltaba del asiento al verle jugar a él. Diréis que lo normal es elogiar a los de casa, pero no digo más que la verdad cuando afirmo que era bueno, realmente bueno y, además, limpio, legal, un caballero. Nunca le vi lloriquear ni hacer piscinas, nunca le vi un mal gesto ni una entrada anti deportiva. Nunca le vi reclamar al árbitro ni ponerse estupendo. Amaba el fútbol. Era su sueño. Por desgracia, como muchos otros chavales, vio cómo se deshacía esa ilusión a causa de una lesión provocada por otro jugador con menos escrúpulos y menos elegancia de la que él siempre tuvo. Imagino lo mal que lo pasó, pero se repuso siempre. Es de esos que no apea la sonrisa, así que decidió que se dedicaría a enseñar el amor por el deporte a otros. Y eso hizo.


Hizo eso, estudió (aunque su madre le daba por perdido desde niño, dado su increíble afán a contemplar el vuelo de las moscas), sentó la cabeza, se casó incluso, tuvo una hija (hiperactivo calco de su padre, ah, querido, la cósmica venganza) y siguió amando el deporte, el esfuerzo, la superación. En su caso podría considerarse casi una adicción. O sin casi. El muy tarado acaba de pasarse por el arco del triunfo nada menos que un Ironman. Y, para aquellos que no sepan de qué hablo (tampoco yo lo sabía) les aconsejo que lo descubran con un click. Alucinante. Aprovecho la ocasión (cómo no) para patear el culo del mito del sexo débil, una vez comprobada la cantidad de mujeres que han conseguido superar semejante prueba (algunas veces incluso en modalidades multiplicadas) con tiempos que no difieren mucho de los logrados por sus compañeros varones (ya está, alegato feminista concluido). Él no iba a ser menos que nadie. Estaba claro. Semejante proeza en menos de diez horas. Increíble. Sencillamente increíble.


Felicidades, Quines, Gran Chu, nuestro Hombre de Hierro. Felicidades. Por no rendirte jamás, por disfrutar de cada minuto de tu vida, de cada kilómetro. Por demostrar una y otra vez hasta dónde puedes llegar.