lunes, 26 de abril de 2010

Perlas de Gimnasio


- Tía, a mi hermana le pasa eso también. Está super super flaca, pero como retiene líquidos pues está toda fláccida, y ya le digo yo que eso le pasa por no echarse crema.

- Joder, qué asco me doy, de verdad. Es que me siento taaaaan gorda!!! Tía, qué mierda esto de la regla, no? Es que me hincho que no es normal!! Por lo menos por lo menos he subido... un kilo!!!!

- Pues yo me tatué dos mariposas porque tengo fobia a la oscuridad, y como las mariposas brillan de noche...

- Madre mía, guapa, menuda sudada en la clase de spinning!! Si lo llego a saber me pongo maquillaje waterproof de ese...

- Pues yo hoy sólo he comido una ensalada!
- Pues yo nada más que una barrita saciante!
- Y yo un yogur desnatao!!!!!

- Qué mal verse tan baja sin tacones, no? Yo una vez traje los playeros de plataformas, pero es que no me cabían en los pedales, tía...

- A ver, es que te lo estoy diciendo siempre, tía. Por mucha gimnasia y dietas que hagas esa grasa localizada no baja. No baja! Tú hazme caso. Lo que tienes que hacer para adelgazar más es usar cremas reafirmantes. Claro, para adelgazar, si la propia palabra lo dice: re-a-fir-man-tes. Que adelgazan.

- Es que ya me dirás tú de qué te sirve estar delgadísima y tener un tipazo si tienes estrías, monina. Con eso no puedes ir a la playa!!

- Yo es que no entiendo por qué se me riza tanto el pelo en este gimnasio! No lo entiendo! Mira que siempre vengo con él super liso, sabes? Pues tía, es empezar la clase y ya lo tengo todo rizado. Por qué será eso? Yo no sé por qué no ponen... bueno, los chismes eso que deshumi... esos que deshufi... esas cosas que quitan la humedad, joder!!!!

- Lo mejor es venir al gimnasio justo después de comer. Así puedes comer mogollón, porque, total, como lo vas a quemar antes de hacer la digestión...
- Yo ya no sé qué hacer, hija. Mira que no como, eh? Porque no como NADA. Oye, pues no adelgazo. Porque a ver, si me dijeras que me como un filete o un plato de macarrones, vale. Pero hoy, por ejemplo, sólo comí pan con mayonesa.
- Pero tú no te desanimes, tía, que ya verás cómo consigues bajar. Hazme caso. Porque aquí donde me ves, qué te piensas? Guapa, que yo pesaba por lo menos... uf, una burrada. Como cincuenta y seis kilos!
(Sospecho que nunca me adaptaré a mis compis de vestuario!!!!)

jueves, 22 de abril de 2010

Cabrones impunes


Como el huesito del Trasto se suelda satisfactoriamente, volvimos al gimnasio. Allí descubrimos que tienen en plantilla a uno de mis incontables primos (qué les pasa a mis relativos? Ya tengo dos viviendo de esto de machacarse el body! Qué gente más sana, por favor!). Y ayer, también de sorpresa, nos topamos con su padre, es decir, mi tío Mivi (el culpable directo de mi vocación). Allí estaba, cultivando el físico por prescripción "hijicutiva", decidido no ya a quemar grasas (que nunca tuvo) sino a desviar neuronas. Lo explico ya mismo. Y es que hoy no os voy a hablar del tío Mivi como tal (eso merece entrada aparte y en mejor momento) sino del momento actual del tío Mivi.

Sí diré, a modo de croquis, que hablamos de un señor hiperactivo, sano, entusiasta, incansable (agotador para el resto de los mortales), con una intuición providencial a la hora de hacer lo que mejor sabe: educar chavales. Su físico ya impone. Ojos brillantes tras las gafas de miope, cuerpo fibroso, una calva reluciente desde que tengo memoria, unas greñas de estopa de media cabeza hacia abajo, barbas indomables y voz atronadora de bucanero. Un cruce entre payaso y pirata, digamos. Inconfundible. Una persona capaz de convertir mi Primera Comunión (la hice, sí, para disgusto de mi Pater) en una batalla campal con resultado de: parientes duchados en sidra, niños rebozados en verdín, tía menor con puñados de hierba metidos hasta en el sujetador, gafas rotas, viaje interestelar en segadora abandonada y camisa nueva arrancada a lo Hulk Hogan. Hay vídeo que lo demuestra. ESO es mi tío Mivi. Un tarado mental al que adoro.

Dicho esto, paso a relatar lo que me encontré ayer. Me encontré (y casi me caigo redonda del susto, aunque a disimular no me gana nadie) con un señor que había envejecido veinte años de repente, los ojos hundidos, la barba cuajada de canas, la espalda encorvada y las manos temblequeantes. Un señor que se tiró dos meses encerrado en casa sin querer hablar con nadie hasta que su hijo le sacó a patadas y le obligó a ir, al menos, al gimnasio a pasar el rato. Un señor que está de baja psicológica y al que no le permiten ni acercarse a su centro de trabajo, que es toda su vida. O lo era. Un señor que, como además de tío es colega, me contó lo siguiente:

Un buen día uno de los chavales anuncia que no le da la real gana de levantarse, reafirmando su postura con toda una retahíla de simpáticos adjetivos (hijoputa, cabrón, cerdo asqueroso, etc). A que os suena? (Sí, era marroquí). Como en el centro de Mivi no se andan con las mismas bobochorroces que en el mío, él y un segurata agarraron el colchón de la criatura (tras los tres avisos de rigor) y lo lanzaron por los aires con el chaval encima. Digamos que el muchacho no le vio la gracia al asunto y se lanzó a por Mivi, siendo interceptado oportunamente por el segurata. Ante la actitud violenta del joven, se procedió a su inmovilización y posterior traslado a camarillas, o sea, a una celda de aislamiento. Durante siete horas (siete) hasta el sereno pudo escuchar con claridad meridiana los gritos, insultos y amenazas del adorable mozalbete que, no sabemos si harto o afónico, optó por darse de cabezazos contra las paredes para conseguir una excursión al hospital (donde se certificó que con muchas ganas tampoco se había dao, pero bueno).

En el turno siguiente, dado que el chico se aburría tela, la emprendió a golpes con una educadora, embarazada por más datos. A camarillas otra vez. Cuando mi tío volvió seguían los aullidos de rigor. Tres días pasaron y el angelito mantenía su idea fija, cosa que hizo saber (otra vez) a Mivi en cuanto lo vio aparecer. La frase fue contundente: "si te atreves a entrar, te mato, hijoputa. Tú llevas aquí 37 años, pero no vas a estar ni un día más". Inciso explicativo: para cuando se llegó a tal punto insisto en que se llevaban tres días de insultos y amenazas (os puedo asegurar que hasta que no se vive algo así nadie llega a imaginar lo que es eso y en qué estado te pone) y, además, los educadores (Mivi incluido) habían recibido ya la noticia de que su compañera agredida había perdido al niño que esperaba. Así que llegó el click. Y el clik es algo que todo educador rechaza, condena, critica, que todo manual prohibe taxativamente, que cualquier persona en sus cabales jamás se permitiría, pero que a veces llega. Incluso cuando no ha aparecido en 37 años. Llegó el click, decíamos, se cruzaron los cables y en esta ocasión el segurata tuvo que agarrar a Mivi y llevárselo de allí mientras le repetía: "colega, déjalo, por Dios, que te buscas la ruina".

Ya no es sólo lo desolador que resulta ver a un ser querido (que además es el espejo en el que te miras profesionalmente) devastado y hecho trizas. No es sólo la rabia y la impotencia de que le hayan quebrado tras toda una vida lidiándolo todo con una sonrisa. Es tener que oír a esa persona asegurar: "hubiese ido pa la cárcel tranquilo, pero te juro que a ese pedazo de cabrón lo devuelvo a su tierra en una caja". Eso, amigos míos, es lo peor de todo. Lo que más jode. Ver una vocación sincera pisoteada. Comprobar, una vez más, que esto se nos ha ido de las manos por completo, y que personas que se dedican de corazón a ayudar a otras (y sí, asumiendo una enorme cantidad de mierda que va con el cargo) están abandonadas a su suerte por la gentuza de los despachos que diserta, sienta cátedra y se cuelga medallas al mérito cuando en su perra vida han estado (ni las putas ganas) a menos de un metro de un yonki con el mono, un enfermo mental en plena crisis, un violador en potencia o, sencillamente, un hijo de perra con impunidad. Que alguien venga ahora a decirme que los pañuelos en la cabeza son un problema.

Ojalá que esto no pueda contigo, Mivi. No lo mereces. Y un abrazo desde aquí a la compañera, que, desde luego, tampoco merecía el precio que ha pagado.


lunes, 19 de abril de 2010

Las nueces de A


La recuerdo como una mujer de mediana edad guapetona y simpática, siempre sonriendo. La recuerdo con su uniforme verde y su flequillo, consolando a los que cateaban, a los que lloraban penas de amor o broncas en casa. Recuerdo que nos ofrecía nueces, con el argumento aplastante de que "son muy buenas para estudiar". Recuerdo su complicidad con D, el otro bedel, aquel que nos molaba tanto porque era joven, músico y pasaba de la ropa reglamentaria, ese que aún nos conoce y nos saluda aunque hayan pasado tantos años desde la época del instituto. Recuerdo que el turno de tarde era como una familia. Éramos pocos, oscurecía pronto, daba pereza ir a las últimas clases. Se piraba mucho, se charlaba mucho. Todos nos conocíamos. Recuerdo que jamás percibí a los conserjes de aquel turno (ni a muchos de los profesores) como al enemigo. Eran colegas, no sermoneaban, nos trataban como adultos. Nada se agradece más a esas edades.

La recuerdo a ella, sobre todo, por sus ojos en blanco cuando alguna de las chicas sufría inesperadamente el percance mensual y, tras el botiquín, aparecían aquellas compresas tamaño toalla de ducha contra las que todas clamábamos (ella la primera) asegurando que parecían reliquias de la época de nuestras abuelas. Recuerdo que cualquier cosa era un despiporre con ella. Cualquiera olvida aquel suspenso en gimnasia (la famosa quema de brujas a los que jugábamos a la política estudiantil) con el argumento de que servidora, aunque notable alumna "andaba con malas compañías". Como para olvidarse del verano que el Pater me tuvo corriendo y echando el bofe (ambos dos) para que el ínclito jefecillo de estudios no tuviera la menor opción de joderme. Digno de recuerdo el día de autos, en septiembre, cuando el viejo se presentó en el instituto para asistir al examen y el ínclito no tuvo narices para sugerirle que se fuera, por lo que decidió enviarla a ella. Asistan al diálogo:

A: (risitas ahogadas) Verá, señor... es que ha dicho el jefe de estudios que tiene usted que abandonar el recinto.
Pater: Señora, si no es meterla a usted en un lío, le importaría transmitirle al gilipollas ese un mensaje?
A: (más risitas) Uy, lío ninguno. Usted dirá.
Pater: (sentencia lapidaria)

Expectación entre el alumnado presente (incluida servidora) mientras contemplamos la escena en lontananza. El jefecillo carraspea, incómodo por la demora. A se aproxima a nosotros aguantando la risa como puede.
A: Luis, que dice ese señor que si quiere usted que se vaya ya puede ir llamando a la Guardia Civil.
Recuerdo la rechifla general, el careto indignado (y granate) del ínclito que, tras un seco "gracias" nos puso a galopar a golpe de silbato y con muy malas pulgas. Recuerdo, sobre todo, el guiño de A, y la de veces que tras aquel episodio me confesó adorar a mi padre.

El pasado domingo hacíamos el recorrido de vuelta a casa desde el Reino vecino, y yo repetía por enésima vez el ritual de ir cantándome en voz baja los nombres de los pueblos que atravesábamos. Es una manía que conservo desde niña. Recuerdo que me pregunté si el nombre de ese pueblo (justo ese) se debería al paso del tren, más concretamente a las vías. Nunca me lo había preguntado antes. Obviamente no tenía forma de adivinar que, seguramente, en ese mismo momento ya lo habías decidido, y que pocas horas después pondrías punto y final de manera tan terrible y calculada. Y cómo lo siento, A. No tenía idea de en qué había parado tu vida, ni de si eras feliz o desgraciada. Hay personas que nos dejan huella y a las que siempre recordamos con cariño, aunque jamás volvamos a saber de ellas. Su imagen permanece intacta en nuestra mente, sin que pasen los años. Rara vez nos hacemos preguntas. Tú seguías en alguna parte de mi archivo más querido, con tu uniforme, tu flequillo y tu eterna sonrisa. No sé qué te pasó y seguramente no lo sabré nunca. Lo que sé es que siento que te hayas ido y el modo que elegiste. Lo que sé es que para mí siempre serás la bedel del turno de tarde. La que nos llamaba "cari" y nos daba nueces.

martes, 13 de abril de 2010

Lenka & Maff = 730


Y poco más que decir.
Seguimos apostando al 13.
Gracias a la vida.

miércoles, 7 de abril de 2010

Game Over


Dos crías de trece años quedan para pelearse, una le machaca la cabeza a otra con una piedra, la tira a un pozo y se vuelve a casa, dejándola morir desangrada. Cosas que pasan. Igual pasaban antes, no lo sé. Igual ya pasaban antes de que existiera la tele, internet y la información al instante. Ahora lo vemos a todo color horas después de que ocurra. Oímos a los amigos y familiares dar sus opiniones. Podemos colarnos en las redes sociales de la matona y fisgonear su vida. Y, naturalmente, sesudos expertos nos brindan su diagnóstico, explicándonos que la chavala es gótica, o juega al rol, o alucina con Manson, ergo, obviamente, es una psicótica peligrosa obsesionada con la muerte. Cosas que no termino de entender muy bien, porque en este planeta somos varios cientos de miles los que nos divertimos roleando, los que simpatizamos con el rollo siniestro y los que brincamos con música del maligno. Y no tenemos por costumbre ir asesinando a nadie ni nos cuesta distinguir el bien del mal, o lo real de la ficción. Me cabrea esta cantinela, francamente. No recuerdo que se hayan hecho estudios serios sobre si en el perfil de hombre maltratador (por ejemplo) aparece con demasiada frecuencia la devoción por El Fary, la afición futbolera o el pantalón de pana como seña de identidad. Igual habría que mirarlo.

Por qué pasan estas cosas, se pregunta la gente escandalizada y sobrecogida. Supongo que porque es un mundo violento, feo, egoísta, desequilibrado, grosero, hedonista y brutal. Y, que yo sepa, los adolescentes no viven en Venus, sino aquí, con nosotros. En nuestro mismo globo. Nos cansa muchísimo educarles (porque es un soberano peñazo) y andamos enzarzados debatiendo quién debería encargarse de tan engorrosa tarea: padres, maestros, párrocos, la tele, los políticos, el psicólogo, la supernanny... Parece que nadie sabe o a nadie le apetece demasiado. Es curioso, porque les damos todo menos tiempo. Todo menos atención. Todo menos herramientas para salir al mundo, ideas, mensajes. Todo menos lo que importa. No pasa nada, porque siempre hay alguien a quien culpar de los fracasos. La ley del menor, la sociedad (ente intangible) o al pobre Manson. O esa misma tele que usamos como gurú.

Nadie se pregunta por qué nuestros enanos son analfabetos funcionales, tiranos insufribles, sociópatas sin la menor capacidad de empatía. Nadie se pregunta por qué manejan la pasta que manejan, por qué a los trece años nos invaden la calle hasta altas horas de la madrugada cacharro en mano con sus chillidos, sus peleas, sus vomitonas y sus destrozos de plaga bíblica. Nadie quiere saber por qué a los trece años amenazan, humillan, apalizan o violan por aburrimiento y para grabarlo con el móvil. Nadie se extraña de que con la dentadura aún incompleta posen en sus feisbuks y sus tuentis con aires de matones del Bronx ellos y de fulanas de carretera ellas. Ni de que a pocos meses de la primera regla o el primer grano los adultos sesudos llamen "relación" a los morreos que todos nos dábamos a esas edades. El juez está interrogando a Menganita, de doce años, que mantenía una relación con el acusado. Fuentes policiales apuntan a que los menores (de trece y quince años) se apuñalaron porque Zitanita mantenía con ambos una relación. La familia sospecha que Fulanito, ex pareja de la joven de quince años, podría estar involucrado en su desaparición. No os da grima y pavor todo eso?

Nuestros pequeños monstruos viven en una realidad virtual que no distinguen de la otra, de la auténtica. Son niños haciendo el papel de adultos. Son SIMS. Tienen otras pintas, nicks, amigos imaginarios, mascotas cibernéticas, misiones, pantallas, enemigos, otras casas, otras ciudades, otros mundos. Y cuando pasan un rato en este, olvidan "cerrar sesión". Tampoco es que les hayamos enseñado. Les hemos aparcado en un sitio en el que están callados y no tocan las pelotas. Les hemos disfrazado de adultos, quizá con la esperanza de que crezcan rápido y por su cuenta, porque, francamente, mientras son pequeños dan una brasa que lo flipas. Y educarlos es muy cansado.