jueves, 30 de septiembre de 2010

Ilustres moscones


Relajémonos tras tantas emociones. La entrada de Juan sobre lemas camiseteros me ha recordado algunas de las más penosas frases que algunos interfectos usan para ligar. Mi pregunta es la siguiente: les sirven alguna vez?? Haré memoria, a ver qué sale.

Situación: Un grupo de amigas se toma una copa charlando en un bar.
La Frase: Hola, chicas, qué hacéis tan solitas?

Campeón, somos catorce. Te parece que estamos solas? Supongo que ciertos tíos consideran que los seres sin pene no son tales, así que no cuentan.

Situación: Se te acerca el donjuan de turno y te tira los trastos. Cortésmente le dices que tienes pareja, para que no pierda el tiempo.
La Frase (opción 1): No importa, no soy celoso.
La Frase (opción 2): Y cómo es que ese novio tuyo te deja salir solita?

A ver, chato. Qué te hace pensar que me importa lo más mínimo si eres o no celoso? Qué te hace pensar que en la ecuación "mi novio y yo" tiene la menor relevancia lo que opines tú? No existes en ese binomio. Es más, no existes. Que te pires.
Respecto a la segunda "perla"... pues ya ves. Me deja salir sola si se lo pido amablemente. A veces, incluso, me deja ir solita al baño. Y, no te lo pierdas, por mi cumple hasta me permite elegir el color de mis bragas. Para que veas que salgo con un chico tope guay.
Y bueno, en realidad lo más probable es que ni siquiera tenga novio. Lo malo es que con él o sin él, las ganas que siento de acostarme contigo son nulas. Sólo intentaba ser amable, pero tú ándate jugando. Verás qué risa.

Situación: Charlas con tu gente y se te arrima el guaperas. Con irresistible encanto (o lo que él cree que es tal) te dedica una sonrisa profidén (de esas de "tranquila, nena, sé que ni en tus mejores sueños podías imaginar que este día llegaría, pero intenta no desmayarte aún") y una mirada de esas de follatrón de gimnasio.
La Frase: Hey, nena. Saben en el cielo que se les ha perdido un ángel?

Genial. El poeta de la superpop. Tío, te confundes. Tú no me has visto bien. Has bebido. Mucho. Se te han caído las lentillas. Llevo vaqueros desteñidos, camiseta y cola caballo. Tú has visto faldas de leopardo por aquí? O tacones de aguja? Pintura de guerra? Me ves mascar chicle? La sección de chonilagartas queda más pallá. Las ves? Son las que bailan restregando el pandero contra las paredes y te ponen morritos. Hala, so genio. Vete pallá, que triunfas fijo. Tú suelta por allí lo del angelico perdío y te harán padre. Corre.

Situación: Tu amiga va al baño o está saludando a alguien. Te quedas momentáneamente sola en la barra, sorbiendo cacharro por la pajita y pensando en las musarañas. De repente notas una presencia por el rabillo del ojo.
La Frase: Qué asco de música ponen aquí, no? Yo es que soy más de pop inglés.

Horror. El existencial. El gafapasta. El atormentao. El soso. Cualquiera de sus variantes. Sí, hombre, sí. A mí también me da grima Bustamante, la verdad. Y bueno, qué cosas, aquí, un rato con las colegas. A trasegar un poco y hacer el idiota, que dos veces al año se aguanta y hasta te ríes. Y sí, comparto tu pesimismo vital y también desprecio profundamente la fatuidad del ser humano. Pero ya ves, aquí estamos los dos listos, haciendo esas mongoladas que tan fútiles nos parecen. Un consejo, en un garito no encontrarás a la mujer de tu vida. Por qué no pruebas en la biblioteca la próxima vez? O en un café molón de esos con jazz de fondo? Es que aquí, con el chunda chunda no me sale lo de ponerme profunda. Y déjate de rollos, anda, que si pudieras estarías comiéndole el morro a la siliconada de fucsia, sí, la intelectual esa que está en medio la pista chillando: "Jennyyyyyyyy, vente pacá y deja al camareta, que me chivo al Iván, cacho guarraaaaaaaaaa!".

Y los hay peores. Tenemos al lloroso al que acaban de dejar y está destrozao (arrimando cebolleta a las seis de la mañana), la banda de desataos de la despedida de soltero, los que son de fuera y han venido porque todo el mundo sabe que en (Gijón, Soria, Jaén, Orense, póngase lo que haga falta, como en las giras de los cantantes) están las chicas más guapas, el rey del mambo que, al parecer, pretende marearte con tanto giro pa que te quedes inconsciente, al que está completamente colocao y se te tira encima amargándote la noche, el que directamente te echa mano al culo o a lo que pille y luego te llama borde si le espetas un sonoro "hijolasmilputas"... Fauna hay pa elegir. O pa salir corriendo. Seguro que entre nos, las féminas, tanto o más. Pero claro, cada cual habla de lo que sufre.

martes, 28 de septiembre de 2010

Pequeños enormes milagros


Hace tiempo Silki empezó a encontrarse mal. Le hicieron pruebas de todo tipo y, finalmente, le dieron un diagnóstico que yo me temía muy mucho sin atreverme a decirlo en voz alta. Ciertas enfermedades debieran estar prohibidas, máxime a la gente joven. Lamentablemente no es así, y la palabra "esclerosis" cayó sobre ella como una losa. A nadie le sorprendió que apareciera el desánimo, pero tampoco había ganas de rendirse. Así que sus padres, su marido, su gente, todos cerraron filas y se propusieron pelear, sonreír, celebrar, desahogarse y lo que hiciera falta. Silki tiene momentos mejores y peores, los asume, los comparte, no se queja, vive. Si está cansada, lo está. Al día siguiente tira de nuevo. Y hasta se permite el humor negro en horas bajas, mofándose de sus pasitos cortos mientras su chico la anima a adelantar a las abuelillas del parque. "Vamos, nena. Dale al turbo. Vamos, vamos, con la del andador puedes".

Antes de "la sentencia", Silki empezaba a saborear la idea de ser madre. Después decidió posponerlo. Las cosas habían cambiado y se imponía una reflexión más pausada. Su ginecóloga le dijo: "ponte el DIU y listo. Te quedarás más tranquila". Se lo puso. Un buen día, Silki consultó el calendario y le chocó comprobar que tenía un retraso. "Sólo son dos días", la tranquilizó su pareja. "Ya. Pero yo soy un reloj en esto". Se compró un test de embarazo y recibió con risillas nerviosas el resultado. Acudió al médico. Le confirmaron el positivo. Y, de entrada, la noticia la devastó. "No puede ser, es imposible. Ahora no, no estoy preparada, aún no estoy mentalizada".

Los médicos no daban crédito, pero intentaron tranquilizarla. "Será un embarazo extrauterino, casi con seguridad". Lo comprobaron. Y no, era un embarazo normal y... corriente? "De todos modos -le explicaron-, tenemos que sacarte el DIU de inmediato y es poco probable que el cigoto se mantenga". Pero se mantuvo en su sitio contra todo pronóstico. "Bueno, cariño. Aún tienes margen para decidir". Silki no se lo pensó demasiado. "Me he quedado preñada estando enferma, tomando medicación, llevando el DIU, sin que resultara ectópico y sin perderlo con la extracción. Una criatura tan terca y tan empeñada en nacer se merece que lo intente".

Y allá vas, Silki. Con tu pequeño enorme milagro. Contenta porque no todo es esclerosis. Sin brotes ni malas rachas. Ilusionada por algo nuevo y convencida de que será difícil, pero no imposible. Y que tendrás una buena razón más para no darte por vencida. Me alegro más de lo que puedas imaginar. El clan sigue dando noticias y, afortunadamente, no todas son tristes. Demos gracias (a quien sea) por estas magias.

martes, 21 de septiembre de 2010

Un hombre bueno


Las placas y medallas no están tan cotizadas como hace siglos, pero con todo y con eso una no puede evitar emocionarse cuando se las conceden a un ser querido. Realmente importa poco la frase apresurada, tópica e impersonal que una concejala pueda dedicarle a uno de sus parroquianos. Lo importante es ver allí a todo el clan (41 miembros ya) y a un montón de amigos y vecinos que sí sienten cada aplauso como merecido.

El abuelo Víctor está cerca de cumplir los 91 (o son 92?) y los paisanos de su barrio han decidido rendirle un homenaje. Personalmente me consta que mi abuelo paterno es el hombre más bueno sobre la faz de la tierra. No digo esto por pasión insensata de nieta, no. Es que lo sé. Es absolutamente demostrable e indiscutible. Me tengo por bastante ecuánime en estas cosas, así que no afirmaría tal cosa de no sentirlo. La verdad es que no afirmaría tal cosa de ninguna otra persona que conozco. De él, sí.

Pero una cosa es que lo sepa yo, y su mujer, y sus hijos, y sus otros nietos, y otra muy diferente es oír a tanta gente ajena a la tribu coincidir en ello. Eso es algo que te deja flotando de puro orgullo. Que te demuestra la suerte inmensa que tienes de haber contado con alguien así en tu vida. Ayer tarde se destacaron varias cosas. Amante esposo, padre entregado, trabajador abnegado, cristiano sincero, coherente y ejemplar, honesto sobre todas las cosas, exquisitamente educado, vecino atento y comprometido, tolerante y respetuoso con todos, incapaz de un mal gesto o una palabra dañina, culto, inteligente, sabio, siempre de buen humor, afable, divertido, recto, sincero... Cada asistente hizo hincapié en aquello que más admira en él, para terminar todos enredados en una lista interminable de halagos que se superponían. Hay seres humanos difíciles de definir con una sola palabra. Mi abuelo es una de ellas. Ningún término expresa fielmente todo cuanto es. Nos quedamos cortos. Quizá "bueno" sea el adjetivo que más se aproxima. Y no ese "bueno" de ahora, tan identificado con "tonto", o con "simple", tan denostado en nuestros días. No. Un "bueno" grande y genuino, de bondad. De bondad auténtica.

El abuelo, cómo no, hizo su discurso agradeciendo tanto cariño y tantos dones recibidos. Habló de su vida, de su fe, de su convicción absoluta en "El Jefe", de su familia (que lo es todo) y, especialmente, de la abuela. No perdió ocasión de soltar las elevadas sentencias ajenas que se apropió como lemas de vida, de reclamar el epíteto "viejo" como honorable, de contar sus famosos chistes de gallegos (Dalai, pa morirse, "un ferro doblado, un jancho", tenías que haber visto a la concejala partiéndose el eje), y de dedicar a su mujer unos versos de Manrique confesándole por enésima vez que ha sido la luz y el sentido de su vida. Concluyó aconsejándonos a todos que nos empeñáramos en ser felices a toda costa. Lo que quizá no alcance a imaginar es cómo y cuánto ha contribuido él a la felicidad de tantos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cuando el hijo vuelva


El clan sufre un claro caso de explosión de natalidad. La cuarta generación va llegando, sin prisa y sin pausa. Ya teníamos una bisnieta por cada lado, y en pocos meses nos alegrábamos con la noticia de próximas llegadas: otra por la tribu materna y dos más por la tribu paterna. Ley de vida, claro. La tercera generación camina en torno a la treintena (año arriba, año abajo), así que a nadie sorprende que la cadena siga.

Tristemente no todas las nuevas son buenas. Y es que, de esos tres seres que anunciaban su venida, hemos perdido a uno. Supongo que siempre se cuenta con tal posibilidad, pero no por ello dolerá menos.

Lin, prima, créeme que lo siento. Siento que te haya tocado y que haya sido ahora, cuando Kurt y tú lo habíais visto creciendo, cuando ya os tomabais el pelo mutuamente con los posibles parecidos. Cuando lo dabais por hecho y teníais planes e ilusiones. Lo siento porque ambos estáis lejos de casa y os falta el clan para los abrazos. Aunque nos tenéis, no os quepa duda. Siempre nos tenéis.

Qué puedo decirte? Que este dolor pasará. Que no es culpa tuya, ni de nadie. Que seguramente sea puro azar, mala suerte, casualidad. Que ocurre a veces. Que saldrás de esto, volverás a ilusionarte y lo conseguirás. Seguro. En realidad poco importa lo que yo diga, lo que diga nadie. Me consuela saber que estáis juntos en esto y que La Capitana vuela ahora mismo hacia allí para sostener a su primogénita.

Hace años una amiga me confesaba la misma pena que tú sientes ahora. Y yo, que casi siempre tengo una palabra medianamente oportuna que decir en tiempos grises, me salí por filosofadas baratas a falta de ocurrencia mejor. Sé que no eres creyente y tú sabes que tampoco yo lo soy. Pero sí admito que me gusta creer (lo intento!) que todo tiene un sentido. Algún sentido, aunque no siempre lo vemos. Por si de algo sirviera, permíteme que te suelte la misma estupidez que en su día le solté a ella:

No lo has perdido. Procura creerlo así si piensas que puede ayudarte. Por alguna razón no debía ser ahora. Por algún motivo que hoy se nos escapa y quizá nunca termine de encajar. Así que, simplemente, el momento se ha aplazado. Y cuando deba ser (y será pronto) ese niño volverá a crecerte dentro. Y será el mismo que habrá vuelto contigo, donde debía estar. Será tu hijo. Este que hoy añoras tanto y cuya marcha te deja desconsolada. Volverá. Sólo tenemos que esperarle un poco más.

Arriba, Lin. Esperemos. Y, entre tanto, todos mis besos son tuyos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Al hilo de lo anterior


Y nunca mejor dicho lo de "hilo". Muchos de vosotros entenderéis por qué. Al grano: paseando por la red topo con una página en la que se invita a la gente a compartir cómo conoció a su pareja. Por pura curiosidad paso a leer las diferentes historias, convencida de que encontraré un abanico casi infinito: casualidad, compañeros de trabajo, la ex de un amigo, el vecino nuevo, el colega de alguien, un concierto, un viaje, aquel chaval que no tragabas, la que se mató de risa con tu chiste en aquella fiesta... qué sé yo. De todo un poco. Y sí, también esperaba encontrar la influencia de los nuevos tiempos. Pero confieso que no en semejante medida. De todas las respuestas (y son unas cuantas) muy pocas escapan a las nuevas tecnologías. Una de ellas es de traca, por cierto. Relata una señora cómo conoció a su marido (ya ex marido)... en el funeral de su primera esposa. Y concluye que, con semejante mal fario, estaba claro que la cosa no iría bien.

El resto? En el messenger. Me comentó una foto del facebook. En un foro de debate. Jugando en línea al rol. Nos dimos los números de móvil. Charlábamos por el Skype. Peleábamos en un chat porque no estábamos de acuerdo en nada. Me entraba en el blog.

Sí que han cambiado las cosas, sí. Ahora me parecen divertidísimos mis tiempos de quinceañera por los bares. Del clásico "te invito a algo", al oportuno "bailas?" (cuando sonaban las lentas), pasando por el siempre directo "tía, qué buena estás" y llegando al surrealista "quieres rollo?" (No os hagáis las suecas, niñas, que todas las de mi quinta sabéis de qué hablo). Cómo va el tema ahora? "Tienes cam? Me das tu correo? Me agregas al messenger? Búscame en el facebook y nos mandamos cosas pa la granja". Tela. Llamadme ñoña, pero tenía más enjundia lo de antes. Pero claro, eso lo digo porque lo de antes era lo mío. Cómo ligarán mis nietos? No, deja, prefiero no preguntármelo. Será más interesante que me lo expliquen ellos. Así podré echarme las manos a la cabeza y soltar alguna cebolletada para que se maten de risa y meneen la cabeza pensando que la vieja chochea, que vive en la prehistoria y que, sin duda, aquella juventud tuvo que ser muy triste, gris y sólo en tres dimensiones.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Todos los nombres


Siempre he padecido una auténtica obsesión por los nombres, las caras y las raíces. Siempre he sentido la necesidad de mantener vivos, tanto como sea posible, a esos fantasmas de mi sangre que no llegué a conocer pero que tanto interés me despiertan desde niña. Me pasa con los viejos retratos. Incluso si nada tienen que ver conmigo. Dejad en mis manos una caja llena de ajadas fotos e inventaré su historia, su genealogía, sus secretos, sus pasiones, sus vidas y sus muertes. Sospecho que no hay nada que me fascine más. Cada rostro es una invitación a soñar sobre el papel. Regaladme fotos viejas. Algo inventaré con ellas.

Y hoy, tras meses de dar el álbum verde por perdido, resignada a que tantas mudanzas se hubieran cobrado el más querido de mis tesoros, lo he encontrado. Allí estaba, enterrado entre cientos de papeles, en mi viejo escritorio de niña, en casa de mi madre. Parece ser que en alguno de los intermedios entre alquiler y alquiler decidí ponerle a salvo en mi primera casa, la que nunca cambia. Ahora que también yo tengo un refugio que parece estable, me lo he traído conmigo.

Aquí los tengo. A Sabina y José, los tatarabuelos, que fumaban por las noches los cigarros que ella liaba con extraordinaria habilidad. Grises y viejísimos (quizá tenían cincuenta años a lo sumo cuando les retrataron) con sus arrugas profundas, sus ropas de campesinos y su pobreza. Victoria, otra tatarabuela, de negro riguroso y sentada en una silla desvencijada, al pie del camino, rumiando sabe Dios qué pensamientos. Otra más, Prudencia, con la mirada baja y desconfiada, sujetando una cesta que parece llena de flores. La bisabuela Mercedes, sin pañuelo y con dengue. Su marido, Rafael, el que no resistió y se quitó la vida,  y del que quizá sólo quede esta foto en la que posa joven, serio y con bigote. La bisabuela María, con su vestido, su moño, la espalda recta, posando con el garbo que siempre tuvo, como una condesa en el porche de su casa, despampanante como una muñeca rusa. Su marido, Julián, con sus ojos tristes y hermosos, mezclando de manera insólita el traje de los domingos con una boina curiosamente colocada a estilo guerrillero. Puede que esta sea también su única imagen, porque lo mataron muy joven y no hay ni tumba para llorarlo.

Mi abuelo en el seminario, con sus gafas de montura gruesa, rodeado de otros jovencitos. Una bandada de cuervos serios, envarados algunos, asustados otros, caras de hambre y de infancia corta. Mi abuela Mila, la Barbuda, despeinada y ceñuda con no más de cuatro años, rodeada por su madre y sus hermanos, Lolo, Maruja, El Ruan, El Hostio, Julio y mis adorados Rafa y Ángel (este último con la misma cara de golfo que tuvo siempre). Mis abuelos el día de su boda, él clavado a Sazatornil, ella como una mezcla de tía Memé y tía Bebe, sonriendo tímida, con sus ojeras eternas, perlas que quizá sean falsas y un broche que tal vez fue prestado.

Y faltan todavía. Aún tengo que bucear mucho en los cajones de los míos, para que me cuenten quién es ella, quién es él, cuaderno en mano para que nada se olvide. Aún tengo que reunir a Papín y Mamina, y saber qué barco fue el que se hundió en el Atlántico acabando con la vida del padre de Silvino, en qué pozo terminó la vida del propio Silvino, cuándo explotó aquella mina olvidada bajo los pies del padre de Amparo, en qué boda se pusieron negros los huevos cocidos, quiénes eran "los ricos" que daban nabos forrajeros a Samuel cuando era niño, y cómo se los iba comiendo crudos del saco volviendo a casa, dónde estaban operando a Carmina cuando cayó la bomba y todos salieron corriendo dejándola abierta como un sapo en la mesa de quirófano, lo bien que lloraba Gene para dar pena y conseguir limosna, los tiros de la Revolución pescando a Sabina en un autobús destartalado camino a la plantación de su padre, cómo planchaba Luisa las camisas del señorito, cuántas veces terminaron a navajazos los parroquianos en el bar de los abuelos... Aún quedan muchos nombres, muchos rostros... muchas vidas.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Desmoronada


De nuevo en fase de absoluto agotamiento. Me observo a mí misma y me sigo sorprendiendo. Me pasma mi decrepitud. De dónde salen estos ochenta años que tanto pesan? Han vuelto las migrañas, aunque siempre hay químicas para mantenerlas a raya. Levantarse por las mañanas vuelve a ser un suplicio, pero si te tiras de la cama lo consigues. Se me quita el hambre, y eso bien mirado es una ventaja. Bajar un tramo de escaleras exige que me agarre bien a la barandilla, porque las piernas flaquean como si acabara de correr la maratón (ida y vuelta). Acumulo contracturas en la espalda, el cuello, los hombros... Me pesan los brazos. Las manos andan tan torpes que todo se me cae. El estómago hierve a ratos sin causa aparente. Noto hormigueos y calambres. Raro es el día en que no tengo hinchada y dolorida alguna articulación. Puede ser una rodilla, un codo, los nudillos o el pulgar del pie izquierdo, ese que se me "encasquilla". Tengo un sueño mortífero, pero doy vueltas en la cama con la columna cantándome un miserere. Me coloco debajo un cojín enorme para arquear mi cuerpo lo más posible y, curiosamente, así estoy mucho más cómoda. Luego descubro que prácticamente levito sobre el colchón, que todo mi ser está en tensión. Cómo voy a dormirme así? Me obligo a relajarme poco a poco, cada parte, cada miembro, repitiéndome una cantinela digna de un CD de esos new age para meditar. Sueños agitados, inquietantes. Despierto más cansada que la noche anterior, y siempre con los brazos muertos de puro dormidos. No los siento. Intento moverme y aparece la punzada en el costado. Ay, uy, menudo show. Parezco una tatarabuela desperezándose. Cómo amaneceré mañana? Puede ser un tic en la ceja, el meñique distendido, una bola en el gemelo que me haga cojear, pinchazos en los riñones, la muñeca abierta o la planta del pie, según. Siempre hay algo. Y el muestrario es amplio y variado. El otro día, por ejemplo, batí mi propio record en originalidad. La nariz. Me dolía la nariz. Concretamente una fosa nasal. Cuál era? La izquierda, creo. Durante un día entero sentí punzadas por ahí dentro, como si alguien me estuviera metiendo un tubo. El dolor subía hasta el ojo, luego lo notaba "en el cerebro" y desaparecía. Algunos días (no es broma) me duele incluso el pelo. O las uñas.

Me observo y tomo nota, aunque no digo nada. Para qué? Me aburriría yo misma de oírme tantas quejas. Se lo cuento a ella, que de dolor sabe un rato largo. Mucho más que yo. Tengo claro que es la que mejor puede entenderme. Sólo que ella tiene cosas. Hay motivos para su dolor, al menos para parte de él. Yo, en cambio no tengo nada. Nada que justifique tanta molestia y tanto cansancio. Nada que explique por qué levantarme, caminar hasta la parada del bus, hacer la compra o pasar la aspiradora me exige ratos de mentalización, organizarme bien, calcular el tiempo a invertir, medir mis fuerzas y, casi siempre, descartar cosas para otro día. Y terminar reventada. "Pero qué vaga eres, hija mía", suspira la Mamma, asombrada. "Y eso que no haces nada. Anda que si llegas a tener que currar en el campo..." Juas, madre. Moriría, fijo. "Mira cómo tienes las ventanas. Cuándo las piensas limpiar?" No lo sé. Igual mañana. "Desde luego, vaya generación la vuestra. Pasáis de todo. Pues no será porque yo no te enseñara a hacer las cosas". Si supieras la de cosas que dejo de hacer, madre. Montones. Porque no llego. O a lo mejor es cierto que soy vaga. Estoy tan acostumbrada ya que ni siquiera me importan las ventanas. Que les den.

Es curioso, porque cuando logro arrancar no tengo medida. Puedo hacerte una mudanza en unas horas, y eso incluye que te dejo los muebles montados, todas tus cosas colocadas en su sitio (de la vajilla a los libros pasando por la ropa, el ordenador y las figuritas), ni una caja sin deshacer y la nevera llena. Ya he hecho cosas así. Puedo hacer eso, y amasar doscientos kilos de picadillo, y corchar un llagar entero, o hacerme la Ruta del Cares. Y pasarlo bien con todo eso. Ignorar a mi propio cuerpo. No escucharle. Es como un ataque de rebeldía. Una proeza que luego pago con doce horas inconsciente bajo las sábanas y múltiples secuelas. Al final no me importa demasiado, porque el resultado es prácticamente el mismo que si me paso el día entero tirada en el sofá, así que... Lo malo es que, sencillamente, a veces no puedo arrancar. Busco fuerzas, pero no las encuentro. Y, por más que una se acostumbre, al final te cansas de estar cansada.