lunes, 14 de febrero de 2011

Como Mamá Sabina


Se llamaban José y Sabina. Prácticamente no sabemos nada de ellos. Sus historias se fueron desdibujando hasta perderse en el olvido. Afortunadamente, nos queda esta imagen suya. No tengo idea de en qué rincón de Asturias nacieron, ni cuándo. No sé cómo fueron sus vidas (imagino que tan duras como cabía esperar entonces), ni quiénes fueron sus padres o hermanos. No sé a qué edad se casaron, cuántos hijos tuvieron ni si murieron ya ancianos o aún jóvenes (porque, por imposible que parezca, dudo que en esta fotografía contaran más de cincuenta años).


Lo único que sé con seguridad son sus nombres y que fueron los padres de mi bisabuela Lola, Mamina. Reconozco en José la nariz ancha de aquella bisa de melena blanca que aún recuerdo bien, la misma nariz que heredó mi abuela Lolina, la que también heredó mi madre y que siempre la ha llenado de complejos porque, en su caso, aún se agrandó más en contribución con los genes paternos. Sonrío siempre que ella suspira: "hija, qué bien que sacaste la nariz de los de Carreño!!!"


Puedo imaginarles pasando las de Caín, trabajando durante toda su existencia, llenos de carencias. Quizá con hambre, posiblemente analfabetos y seguro que con las manos llenas de callos. Dos vidas más que pasaron como tantas otras. Un detalle curioso que ha trascendido es que ella fumaba. Poco y a escondidas, naturalmente, porque en aquellos tiempos fumar estaba reservado a los hombres. Sólo las ricas y las fulanas osaban darse a semejante vicio. Al final de cada jornada, tras una cena que supongo escasa (farrapes, pan duro, tal vez, con suerte, algo de tocino, siempre lo mismo, sota, caballo y rey), los dos se sentaban cerca de la cocina de leña para calentar sus huesos antes de acostarse. Y, al parecer, José pedía a su mujer que liara un par de cigarros. Probablemente era el único exceso que se permitían. En el caso de ella, una absoluta excentricidad. Me pregunto qué dirían en el pueblo... Cuánto se extrañarían de que a una mujer decente le diera por cosa semejante. Cómo les sorprendería que su marido lo consintiera.


Ni sus hijas ni sus nietas mantuvieron tan dudosa constumbre. Las bisnietas, sí. A estas ya les tocó la minifalda, el pantalón de campana y los guateques. Otro mundo. Y, al menos, una de las tataranietas, también cayó. La primera vez que mi abuela Lolina me vio encender un cigarro, me miró con sorpresa, meneó la cabeza con resignación y exclamó: "Hala. Como Mamá Sabina".

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