miércoles, 27 de abril de 2011

Ay, la leche...

A poco que pongas la oreja puedes oír cada cosa como para caerte patas arriba. Supongo que por eso hace mucho tiempo que he desarrollado la capacidad de aislarme completamente del entorno. Bueno, no, no completamente. Ojalá. Aún no he conseguido dejar de oír las irritantes musiquillas de móvil ni ciertas conversaciones atronadoras, de esas que te perforan los tímpanos en el bus y te hacen plantearte seriamente bajar seis paradas antes. No me rindo. Terminaré por lograrlo. El silencio total!


A lo que iba. Con esto de la preñez tienes que oír montones de cosas. Todo el mundo se siente capacitado para darte su opinión (respecto a lo que sea: pies cansados o cómo evitar que tus hijos se droguen en el futuro, lo mismo da), criticar tus ideas, aconsejarte o, directamente, ponerte a caldo. Y nunca, jamás, bajo ningún concepto, les parecerá que estás haciendo las cosas bien. Nunca. Si afirmas rechazar la epidural recibirás el aplauso de madres naturisto-furibundas, feministas new age y otras tribus de maternidad radical (muy de moda todo ello), pero el resto del mundo te espetará que estás mal de la olla y eres una masoca. Si eres pasotilla respecto a desinfectar, sulfatar y esterilizar a tus críos y lo que les rodea, unos te mirarán como a una terrorista pútrida y dejada mientras otros te alabarán la sensatez: "venga ya, por dios, acaso no nos criamos nosotros en el pueblo chupando piedras? Y lo bien que hemos salido?"


Si eres partidaria de carretar a los guajes a todas horas y llenarlos de besos, unos te dirán que ole y bravo, sí señora, a la vieja usanza, como las indígenas del altiplano, una cosa natural que te pone en conjunción mística con el cosmos. Otros te espetarán que pareces boba y que así vas a criar niños mimados. Si, por el contrario, defiendes la necesidad de que haya reglas, horarios, cierta disciplina... por un lado te tacharán de madrastrona gélida sin entrañas, mientras por el otro te felicitarán por tu sano empeño en criar niños autónomos. En cualquier caso, tienes que manifestarte. No vale el ir por libre. Ah, no, bonita. Ya me estás diciendo qué método piensas usar, para que yo pueda darme el gusto de criticártelo y demostrarte lo equivocada que estás.

Métodos, señores. Libros de instrucciones. Pa educar. A mí esto me supera. Es que no quiero métodos, ni creo en ellos. Es que paso de clubs. Es que no quiero que nadie me diga cuánto tiempo debo amamantar, ni cuántos gramos exactos de leche en polvo debo meterle a un biberón, ni en qué momento justo debo dejar a mis hijos sin chupo. Es que pienso hacer lo que me salga del higo, con mejor o peor fortuna. Es que tengo pensado regirme por lo que me parezca más lógico o me venga mejor. Porque soy una pasota irredenta. Porque, además, soy terca como una mula y no me caso ni con dios (no me he casao ni con el padre de mis hijos...) Porque soy de las que piensan que los hijos son la cosa más compleja del mundo (en tanto que seres humanos) y, al mismo tiempo, la más sencilla (en tanto que todo cristo los cría desde que el mundo es mundo).


La última que me han contado me tiene loca. Veréis. Tengo una vecina que es flamante propietaria de una farmacia. En dicho establecimiento se venden, entre otras cosas, leches de esas preparadas para bebés. Pues bien, la buena mujer ha perdido la cuenta de las veces que le ha entrado una feminazi en el local exigiéndole que no coloque los botes tan a la vista, que los retire. Porque incitan. ATENCIÓN. Porque in-ci-tan. A qué? A no dar el pecho. Tócate los golondrinos. Y si no puedo dar el pecho? Y si no me sale de las narices darlo? Vas a venir tú a decirme que soy peor madre que tú, faltosa? "Calla, calla, pero no me digas que no te has fijado", sigue mi vecina, "no te has dado cuenta de que en la tele sólo anuncian las leches que son de continuación? Fíjate: de continuación. A que nunca has visto un anuncio que mencione la primera leche, la de los recién nacidos? A que no? Ni de coña, nanay, primero le das la teta sí o sí, y luego ya te dejamos darle la de continuación. Primero mamá y luego también mamá. Te has fijado?"


Y, coño, no me había fijado. Y es verdad. O sea, que no. Que no puedes no dar el pecho. No se te permite tener una deformidad congénita en los pezones (por ejemplo), o que no te suba la leche, o no producir cantidad suficiente para alimentar de forma correcta a tu prole. Prohibido. Mala madre. Y si eso no se te permite, mejor ni hablemos de que seas una frívola y no quieras que se te caigan las tetas, o que te dé pereza, o te venga fatal por tu trabajo, o te resulte incómodo o no te dé la real gana meterte en eso de la lactancia. Ahí ya pasas a ser una desnaturalizada y una criminal. Conste que mi idea es amamantar. Pero vive dios que si no puedo, no produzco lo bastante para dos enanos, cambio de idea, me resulta demasiado pesado o lo que sea, ninguna flower power me va a tocar los ovarios con sus dictaduras. Y es que, al final, es lo de siempre. Libertad para las mujeres!!! Sí, para que hagan lo que yo diga.

miércoles, 13 de abril de 2011

Lenka & Maff = 1.095

O lo que es lo mismo: tres años. Me cuesta creer lo rápido que han pasado y la cantidad de cosas que hemos tenido entre tanto. Siempre decimos que no habrá regalos y siempre corres a romper la promesa con unas rosas, unas líneas y la cara de las trastadas. No hay mejor regalo que todos estos días contigo. No hay mejores regalos que estos dos que se afanan en felicitarnos con sus patadas.


Ya sabes. Sigue en mis 13. Siempre en Abril.


viernes, 8 de abril de 2011

Cuidado, cuidado!!!!


La verdad es que te vuelven un poco loca con esto de los kilos. Y no es que me extrañe, porque lo hacen siempre, casi todos. Vas al médico y ya puedes tener migrañas, gripe o un juanete, que nueve de cada diez médicos te dirán: "es que tendrías que bajar de peso". Tener kilos de más se ha convertido en la excusa perfecta para todo. Cualquier dolencia que padezcas se achacará irremediablemente a dicha causa, permitiendo a los facultativos ahorrarse cualquier otra prueba o examen. Al menos conmigo ha sido siempre así.


Cuando era una veinteñaera de 50 kilos me dolían los huesos porque estaba creciendo, porque tenía un catarro mal curado o, sencillamente, porque era quejica. Las jaquecas eran siempre por la regla, cosa de hormonas. Cuando me puse redonda todo era por el sobrepeso. Cuando adelgacé, de nuevo las hormonas y la cosa psicológica. Era estrés. Cuando volví a engordar, otra vez eran los kilos los responsables de todos mis males. Total, que hay dolores que me persiguen desde la pubertad, pero jamás he conseguido que me hagan una triste radiografía. Por eso terminas pasando de ir al médico y te aguantas, asumiendo que sí, que es el peso, y que, además, eres quejica.


Ahora, con la preñez, la cosa ya es surrealista. Los primeros tres meses no engordé ni un gramo (probablemente porque llevaba buenos kilos de serie y no me hacía falta) pero los médicos no dejaban de mirarme con suspicacia, como si les estuviera haciendo un feo terrible. Para más narices, todos mis análisis eran normales. El cuarto mes me salió la barriga y empecé a coger peso muy despacito. Entonces parecían encantados, porque al fin podían empezar a reñirme. El quinto mes la barriga explosionó de repente y agarré cinco kilos de golpe y porrazo. Manos a la cabeza, aspavientos y sentencias: "azúcar, tensión alta, catástrofe y agonía!!!!" Ni había azúcar ni tensión alta (12/6), pero la báscula indicaba un número feo y con eso era suficiente. No he tenido náuseas, ni un simple catarro. Tuve dolores de cabeza que terminaron por desaparecer, se me hinchan los pies y algunas veces me duele la espalda. Creo que lo más terrible es la ciática, que, por cierto, desaparece instantáneamente en cuanto estiro la pierna. Es decir, no me parece tan tremendo el caso, teniendo en cuenta que ya estaba bien rolliza antes de preñarme y que se trata de un embarazo gemelar.


Este último mes he subido medio kilo. Mis pies han mejorado, no hay migrañas, no tengo ni una caries, la tensión sigue igual. Insisten todo el rato: "cuidado con el peso!!! Cuidado con el peso!!!!" Señores, yo ya estaba gorda. Y ahora estoy preñada. Les guste o no, voy a engordar. Si saben de alguna manera en que yo pueda pesar al final del embarazo lo mismo que al principio, me lo dicen. Aunque creo que no será muy factible. Creo que no conozco ni un sólo caso en el que la embarazada se haya quedado igual, iniciara el proceso con 50 kilos o con 80. Entiendo que es más saludable no tener sobrepeso. Pero cuando lo hay no sé qué arreglamos montando un cristo por cada kilo de más. Una preñada va a engordar entre 8 y 12 kilos. Una gemelar quizá algo más. No importa cuánto pesaban al principio. Da lo mismo si eran Kate Moss o la Gorda de Botero. Claro, la diferencia es que la delgadita terminará pesando 60, mientras que la rechoncha pesará 90. Horror de los horrores!!! Es que son 30 kilos más. Sí, pero eran 30 kilos más ya en el momento de concebir. Entienden?? No es que una haya subido 10 y la otra 40. Las dos han subido 10. Obvio, la flaca tenía un margen mayor y más saludable. El numerito de su báscula es mucho menos feo, cierto. Pero acaso pretendían que la gorda subiera solo 2 kilos? Eso cómo se hace? Comprendan que el mal ya estaba hecho cuando la oronda tuvo la osadía de preñarse. Martirizarla ahora por sus números chungos no tiene mucho sentido, porque no tiene arreglo. Creo.


Pero no se preocupen!! A finales de mes me toca una nueva analítica completa. Con un poco de suerte tendré azúcar, hipertensión, colesterol, triglicéridos, diabetes gestacional, ácido úrico y caspa. Y podrán ponerse las botas fustigándome: "si ya te lo advertimos, el peso, el peso, cuidado con el peso!!!!!" No pierdan la esperanza, caray, que aún están a tiempo de ponerme metafórica y literalmente a parir. Por cierto: yo estoy bien. Y los críos también. No sé si eso les consuela. A mí me parece un puntazo.