lunes, 19 de septiembre de 2011

Pesadillas

Normalmente soy de lo más tranquila. De esas personas que reaccionan con calma ante cualquier cosa (una mala noticia, desguazarse la mano con la batidora, parir mellizos de más de tres kilos cada uno, sufrir el desplome de un ascensor, ser amenazada con un cuchillo por un adolescente enajenao... en fin, esas cosillas corrientes de la vida). No me inquieté cuando me dijeron que quizá uno de mis hijos sufriera una malformación de columna. Soy de las que piensan que preocuparse por anticipado no tiene el menor sentido ni mucho menos utilidad. Prefiero que me digan cuáles son las opciones en el peor de los casos, y siempre que existan esas opciones me parece bien (y cuando no existen... en realidad de qué sirve preocuparse??) Al mismo tiempo, curiosamente, me anticipo a todo. Siempre medito qué es lo peor que puede ocurrir y lo tengo en cuenta, como mera probabilidad. Igual es por eso que carezco casi completamente de capacidad para sorprenderme. Pero considero que anticiparse es sano como medida de protección, no para amargarse la vida con nubarrones apocalípticos. Me hice a la idea de que Bastián nacería con esa malformación y debería ser operado. Estaba preparada. Luego todo salió bien y sólo tuve que alegrarme. Me hice a la idea de que tendría un embarazo horrible. Como no fue así, ahora sólo puedo decir que fue mejor que bueno. Me mentalicé sobre posibles complicaciones en el parto, bebés con bajo peso, incubadoras, volver a casa sin ellos. Nada de eso ocurrió y disfruté de cada momento. Me va bien esa técnica (la de que no vale la pena alterarse) y esa especie de tara genética familiar (la de la vergüenza insuperable a mostrar el dolor. Por alguna razón que se me escapa esas demostraciones siempre me han parecido vulgares. O sea. Incluso yo tengo mi lado pijo).
Por eso me resulta tan chocante que, a estas alturas, el subconsciente me tenga tan desquiciada. La primera vez que uno de mis hijos se atragantó, se puso granate y no lograba respirar, me limité a hablarle suavemente y darle golpecitos en la espalda. Cuando logró recuperar el aliento (llorando enérgicamente, probablemente de puro susto) le di unos mimos y se calmó en pocos segundos. No hubo más. Creo que es una inmensa suerte poder reaccionar con calma, sin que se le altere a uno el pulso en estos casos. Pero cuando me duermo, todas mis teorías hacen aguas. Supongo que se debe a algo muy hondo, muy primitivo. Algo que no se puede racionalizar, por ferolítica que se ponga una cuando está consciente. El caso es que en el terreno de los sueños tengo perdida la batalla de la sensatez. Desde que los enanos nacieron no he dejado de tener pesadillas, casi cada noche. Pesadillas en las que no consigo que vuelvan a respirar, en las que todo sale mal, en las que incluso yo misma les hago daño con saña o me vuelvo loca y les quito la vida con mis propias manos. Me despierto tan angustiada que no puedo seguir en la cama, necesito distraerme con lo que sea. El mal cuerpo me dura todo el día.
Sé que todos esos espantos son normales, que forman parte del miedo de cualquier ser humano a no ser capaz, a fallar, a perder lo que más ama. Del mismo modo en que todos hemos soñado con llegar tarde a un examen, con quedarnos en blanco, con la muerte de un ser querido, con el abandono, con no ser reconocidos por los nuestros. Miedos grandes y pequeños. Salir desnudo a la calle o que la cajera del súper te diga: "son cuatrocientos mil euros", y te veas sudando tinta, buscando una excusa para no pagar, revolviendo en el bolso desesperadamente (pero consciente de que no tienes esa cantidad) y preguntándote cómo la compra habitual puede costar tanto de repente. Por suerte siempre he sabido cuándo soñaba. No sé por qué, pero desde niña siempre he podido reconocer el ambiente extraño e incoherente de los sueños. Eso no me ha evitado sufrir con muchos de ellos, ni el terrible malestar que se te queda luego, pero al menos nunca me los he creído. Cada vez que un sueño se ha vuelto siniestro he pensado: "quiero despertar, no quiero ver esto". Siempre lo he conseguido. Pero ahora, aun sabiendo también que lo que estoy viviendo no es real, el terror es mucho mayor, más profundo, más animal, más difícil de controlar. Me consuela pensar que si ocurre es porque nunca antes había tenido nada tan valioso.

5 comentarios:

Juan dijo...

Hay una enorme cantidad de literatura sobre los sueños. Freud era un maestro.

Mi impresión es que los sueños hacen aflorar el subconsciente sin las barreras del pensamiento lógico. La razón dela vigilia da paso a las emociones más profundas y primarias de los sueños. Y el miedo es una de las emociones más intensas.

De todas formas, cuanto más se ama, más se teme la pérdida. Pero si ese miedo condujera nuestra conducta, más posibilidades habría de perderlo realmente.

Nebroa dijo...

Es extremadamente curioso lo de los sueños. Interesante es poco. Como dice Juan el subconsciente habla sin que exista el filtro de la lógica y el sentido común y esas cosas de las que se encarga el consciente. Quién sabe quizá si ese temperamento extremo que te calzas debido a la calma con la que lo inundas todo no tiene su extremo allí, encerrado en el sub. Que ya sabemos que de polaridades estamos hechos y que si estás en una punta despierta quizá tengas que ir a la otra en los sueños. No es que tengas retenidas las emociones, porque como dices te sale así, naturalmente, no te esfuerzas por mantener la calma, te sale. Pero eso, la otra mujer que todas llevamos dentro (ya sea la antipática la que sale a flote y la agradable la que sueña, ya sea la celosa compulsiva que sueña con la relación perfecta, ya sea que te muestres tierna y luego te salga la actriz porno mientras duermes) No sé si me explico bien, que quizá no, pero tal vez sea sólo eso, que lenkas hay muchas y algunas habitan encima de la cama con los ojos cerrados.
EL último párrafo ha quedado como que la lenka que sueña existe! pero que nooo! coño! tú m'entiendes! Eso espero por dios!

Lenka dijo...

Me encanta leer sobre los sueños, Juan. Lástima que Freud (aunque maestro) lo achacara casi todo a "lo único", jejeje. Y lástima también que muchas veces haya más literatura sobre la interpretación mágica que sobre la psicológica.

Te entiendo, Nebroa, te entiendo! Y sí, también creo en las múltiples Lenkas, las múltiples Nebroas, las múltiples todas (y todos!) Tengo fichadas, a saber:

La Lenka Wendy
La Lenka Vampira Emocional
La Lenka Erizo con yelmo
La Lenka Bruja Cínica
La Lenka Autista
La Lenka Friki
La Lenka Trágica
La Lenka Pletórica
La Lenka Funesta...

(Y las que ni conoceré todavía!)

Rogorn dijo...

Yo también me preparo para lo peor siempre, y así todas las sorpresas son positivas o ya esperadas. Alatristismo puro.

Lenka dijo...

Verdad?? La gente cree que es pesimismo, pero yo creo que no. Siempre espero que las cosas salgan bien, sencillamente me recuerdo que a lo mejor no es así, o no tanto como yo quiero. Por aquello de ir teniendo un plan B.