miércoles, 1 de agosto de 2012

Celebrando la Vida

 Imagino que, para la mayoría de la gente, el modo en el que mi Clan despide a los suyos resulta verdaderamente siniestro. Pero lo cierto es que nosotros no sabemos (ni queremos) hacerlo de otro modo. Desde hace varias semanas estamos velando a mi abuelo, que se apaga lentamente con su entereza y su buen humor de siempre, empeñado en morir en casa rodeado de los suyos. Cuando los médicos intentaron convencerle para que aceptara ser ingresado en el hospital, les explicó con mucha calma que no era necesario, que él sabía y entendía perfectamente que se estaba muriendo, cosa que, a sus 92 años largos, era cualquier cosa menos inesperada. No quería hospitales, ni fármacos, ni que intentaran prolongarle la vida de ninguna manera. Su vida había sido plena, estaba feliz, no tenía miedo, estaba cansado y quería irse. Cuando tocara.

No pensaba volver a llevar a mis hijos a casa de los bisabuelos, consciente de que unos críos de un año ni se comportan ni entienden cuándo deben estar formalitos y en silencio. Quería ahorrarle a mi abuelo cualquier molestia, pero respondió muy resuelto que los niños no son jamás una molestia, sino una bendición y una alegría. Y él, de niños, sabe un poco. Así que incluí a los enanos en la despedida. Esa casa, como siempre, pero ahora más aún, es un constante sonar de teléfono y de timbre, un inacabable ir y venir por el pasillo, un barullo continuo de risas y tintineo de tazas en la cocina y de charlas en el salón. Allí nos reunimos hoy (y mañana serán otros) cuatro generaciones del Clan, para acompañar al Patriarca en sus últimos días.

No se le cierra la puerta a nadie. Vecinos del barrio, de toda la vida, amigos, conocidos, hijos de colegas del antiguo Banco Gijón, curas de mil parroquias que le traen al Viejo conversaciones sobre El Jefe, recuerdos y hasta algún que otro Sacramento. Nosotros reímos y hacemos bromas macabras, y las visitas se sorprenden de nuestro ánimo, de la insólita entereza de este hombre que se muere como vivió, con la sonrisa en los labios y los ojos iluminados. Aguanta, Güelito. Sólo cinco días y llegará Lin con su Pequeño Gran Rey, para que puedas conocerle y abrazarle. Para que le des tu bendición, como nos la has dado a todos.

A solas con él, sentada en su cama (de la que ya no tiene fuerzas casi nunca para levantarse) le enseño el álbum de fotos de mis críos, con el que pretendo consolar un poco a Güelita, la mujer de su vida, su compañera durante sesenta años, esa a la que nos ha hecho jurar a todos que cuidaremos y protegeremos como merece. Mira las fotos y sonríe, dedicando a sus bisnietos deseos de felicidad. Hablamos un rato, él y yo, cogidos de la mano. Le beso con toda mi alma y me río con él, desechando sentimentalismos ni palabras de adiós. Con su picardía de siempre, me pide que abra el cajón de su mesilla y me entrega, pese a mis protestas, su última propina de abuelo. Le llevo a los niños, que ríen ante sus muecas, quizá sorprendidos de este señor arrugado que se empeña en estar tumbado. "No se levanta, el Bisa", les explico mientras me escuchan muy atentos, como si entendieran, "porque está un poco cansado ya de jugar". Bastian acaba de aprender a gatear sobre su alfombra. Nos hacemos fotos sentados sobre la cama en la que dentro de unos pocos días ya no despertará, en la que emprenderá el que espero sea un viaje dulce y sin sobresaltos.

Yo no creo en su Jefe (ojalá!) pero le pido que le reciba como merece. No me cabe duda de que, si hay Dios y Justicia Divina, al Viejo le pondrán alfombra roja y habrá querubines tocando el arpa cuando llegue. Le pido a su padre que venga a recogerle. Le explico, aunque seguro que lo sabe bien, cuánto le costó a mi abuelo comprender el modo en que se fue, cuánto le costó perdonarle. Le cuento también que finalmente lo consiguió, porque él mismo se vio sumido en la melancolía más aterradora hace muchos años, y llegó a plantearse terminar. A mi abuelo le salvó su fe. Mi bisabuelo no la tenía. El día que el Viejo se vio asomado a la ventana y pensando seriamente en saltar, entendió, asumió, perdonó. Se reconcilió con su padre y colocó por fin su retrato en el mueble del salón. Es momento de que se encuentren y se den ese abrazo largo que llevan, seguro, esperando tanto tiempo.

Nos despedimos entre risas, como un día cualquiera. El Viejo nos saluda desde su cama, agitando los brazos, sonriendo, lanzando besos a mis hijos. No dejo que el llanto aflore hasta que estoy en la calle, escondida tras gafas oscuras. Incluso a nosotros nos cuesta un poco Celebrar la Vida. Hay vidas tan hermosas, tan honestas, tan sabias y auténticas que se hace duro despedirlas. Una vez en el coche hago muecas para entretener a mis hijos. En casa nos espera La Mamma y le cuento cómo nos ha ido. Le comento que tendré que ir a comprar ropa decente para el funeral. Charlamos, reímos, preparamos biberones, acostamos a los niños, que se duermen al momento. Me quedo sola unos minutos y tecleo, como hago siempre que necesito sacarlo todo. El padre de mis hijos prepara la cena y decidimos qué película veremos esta noche. Seguimos Celebrando la Vida. Porque él, mi abuelo, el Viejo, no se merece menos.

8 comentarios:

Rogorn dijo...

Yo quiero una despedida así. Es más, tendrían que ser obligatorias.

Aunque pa eso hay que tener muyer y tener fíos, así que paso. Casi mejor lo hacemos con veteranos del tercio y sus mochileros.

Lenka dijo...

Me parece un buen plan!!! (Habría que vernos entonces... qué pintas...)

;)

Kaken dijo...

Se recoge lo que se siembra. Tu abuelo ha sido, seguro, el artífice de esta maravillosa manera de irse. Un abrazo muy especial y muy fuerte.

Lenka dijo...

Gracias, Kaken. Sospecho que el adiós definitivo será multitudinario. Me agobia un poco pensarlo, pero por otro lado es perfectamente comprensible, porque todos los que le conocen y le han tratado (que son muchos) le quieren. No imagino lo que debe sentir uno cuando NADIE ha tenido nunca una mala impresión suya. Que, además, mi abuelo sea tan humilde y tan modesto como es da una idea de su nobleza, creo.

Su meta en la vida ha sido ser buena persona. Sé que esto suena de lo más estúpido, oh, ya ves, menuda cosa, todos somos buenas personas. Un cuerno. Lo intentamos, claro, pero no siempre lo conseguimos. Hay quienes ni lo intentan. Me parece increíble que alguien lo consiga. Parace fácil, pero yo creo que es dificilísimo. Él lo ha conseguido siempre.

Lenka dijo...

Por cierto, la caricatura es genial, que no?? Regalo de uno de sus nietos por sus bodas de oro.
XD

Queme dijo...

Qué maravilla... Iba a comentar también que qué inmensa suerte la vuestra. Pero la suerte es sólo una pequeña parte. Lo demás hay que currárselo. Y os lo habéis currado bien.

Un beso para tu abuelo. Y a ti las gracias por habérnoslo presentado.

Lenka dijo...

Gracias a vosotros. Siempre digo que fliparía en colores si supiera que hay un montón de gente por el mundo que nunca le ha visto y, sin embargo, le tiene cariño.

Gracias, Queme.

Ramón Curioso dijo...

Yo no creo en otra vida después de ésta. Pero sí creo en el cielo, el infierno, el valhalla, fidler green y cualquier otra cosa de la que uno esté convencido. Quiero decir, que justo antes de fundirse en negro, de pasar a no ser, puedes pasar tus últimos segundos, que te parecerán infinitos, allá donde tu conciencia te lleve.
Que no creo en Dios, pero sé que tu abuelo lo verá, Lenka.