jueves, 27 de septiembre de 2012

Cosquillas en los oídos

 La verdad es que no se me ocurre mejor forma de definirlo. Es algo que me ocurre desde niña. Hay voces que me provocan esa sensación: cosquillas en los oídos. No tiene nada que ver con si son voces dulces o ásperas, bonitas o feas, graves o agudas. No puedo explicar por qué unas sí y otras no. Ni siquiera el idioma tiene algo que ver. Pueden hablar castellano, polaco, griego, ruso o lo que se tercie. Pueden sonar con cualquier acento.

El Pater tenía una radio de esas con FM, onda corta, onda media y onda qué sé yo (no sé ni cómo funcionan esas cosas) de la que yo me apropié por la cara para "rastrear voces". Pulsaba botones, giraba ruedecillas y escuchaba. Se sucedían los narradores desde vaya usted a saber cuántos rincones del mundo. Un señor de voz presumida largaba las noticias en inglés. Una señora de voz arrullante entrevistaba a alguien en francés. Varias voces vocingleras discutían en italiano. Ops, la llamada del muecín. Carne de gallina. Más tarde, una señora de voz melosa me contaba cosas en árabe.

Repetía el ritual cada noche, grabando en cintas las voces que me hacían cosquillas en los oídos. A veces encontraba varias. Otras, ninguna. Escuchaba aquellas cintas para relajarme y dormir. La sensación de cosquillas en los oídos es una de las más deliciosas que se pueden experimentar. Te invaden los tímpanos, se escapan por tu nuca. suben por toda tu cabeza y bajan a lo largo de tu espalda. Te mecen y te estremecen. Sólo ciertas voces me provocan tal fenómeno, y también que alguien me toque el pelo. Por eso siempre he dicho que, si fuera rica, mi frivolidad preferida sería tener en casa un lavacabezas de esos de peluquería y pagarle a alguien un sueldo sólo porque me lavara el pelo con un buen masaje y me peinara.

La manía (porque no era otra cosa) de rastrear voces cosquilleantes me dotó de una gran facilidad para captar idiomas y situarlos en el mapa. Y hasta, en alguna ocasión, me hizo creer que estaba entendiendo frases enteras o el contexto de una conversación en lenguas que ni había estudiado ni propablamente estudiaré jamás. Seguramente no era cierto, claro. Pero la impresión estaba allí.

El peligro consistía en que una voz cosquilleante te sorprendiera en momento inoportuno. Un profesor de física la tenía, y eso hacía que tuviera que hacer sobrehumanos esfuerzos para no caerme redonda en clase. Como "sintonice" una en el bus, ya sé que iré dando cabezadas. Actualmente, mi cruz es dar con una de esas voces narcóticas en el curro. Calculad. Auriculares puestos, sentidos a pleno rendimiento, manos sobre el teclado... y de pronto una italiana medio idiota TIENE esa condenada voz que me llena la piel de caricias. Y comienza la lucha desesperada por no dormirse sobre la mesa. Es un placer y un tormento cuando no puedes abandonarte.

Hacía tiempo que no daba con una de esas voces para mi colección. Y, de repente, una noche de insomnio, rastreando las emisoras patrias (ya no tengo aquella radio prodigiosa) capto de inmediato el milagro, y millones de hormiguitas invisibles se pasean sobre mí. Es una mujer que, a horas intempestivas, habla de la Torah. Nos cuenta las hazañas de los Reyes, y nombres conocidos y nuevos desfilan por mis oídos. Atalía, Jezabel, Roboam, Jeroboam, Omri, Acab, Salomón... el reino dividido, míticas ciudades, guerras, descubrimientos arqueológicos en templos... En mi mente imaginaba a una mujer de mediana edad, pequeñita y rubia, con el pelo corto y gafas sujetas con un cordón que agrandaban unos ojos claros ya de por sí grandes. La curiosidad me invitó a buscarla. Nada que ver, por supuesto. Aunque yo sigo imaginándola a mi modo cuando la escucho. Un acento más para conservar: el de una israelí batiéndose en castellano. Cosquillas. Su voz me hace cosquillas.

Me descargo los podcast de su programa (magias modernas) y los escucho cuando el insomnio ataca. Acabaré siendo una erudita de la tradición judía. O no. Seguramente no, porque, al final, siempre termino mecida por los aires y vencida por el sueño...

martes, 25 de septiembre de 2012

Recientes estudios confirman

 Probablemente sea esa una de las frases que más aborrezco. Me saca de quicio, sin más. Es una frase que todo cristo mastica y te escupe a la cara a la menor oportunidad. Tanto es así, que ya no sabe a nada.
 
Se usa en publicidad para justificar descaradamente cualquier disparate. Se usa para argumentar cualquier idea, por peregrina que sea. Como si la hubiera acuñado el mismo Dios. No importa la magnitud de la gilipollez que se afirme. Si hay recientes estudios que confirman, no hay nada más que hablar.
 
El problema es que mi carácter podría definirse en dos frases, a saber: "por qué?" y "por qué no?" Y todo el mundo sabe que esas cuestiones jamás se satisfacen del todo. Los porqués (y sus contrarios) son infinitos. Sólo obedecen a la (a veces malsana) curiosidad humana. Pueden llegar tan lejos como uno quiera o resista. Puedes seguir y seguir hasta aburrirte (pero seguirá habiendo porqués y porquenós). Los porqués y porquenós pueden ir de aquí al Sol ida y vuelta doscientas veces, como mínimo. Recientes estudios lo confirman.
 
Me toca la moral, qué queréis que os diga. Aún no soy excesivamente mayor y ya he asistido a suficientes verdades irrefutables como para atragantarme. Y es que eso es, precisamente, lo que tiene la VERDAD. Que de irrefutable casi nunca tiene una mierda. Que puede presumir de la consistencia de una peonza. Lo que hoy es verdad verdadera (confirmado por estudios recientes) pasado mañana es una patraña mastodóntica (confirmado nuevamente). Los mismos sesudos loquesea (médicos, físicos, químicos, pedagogos, da igual) que afirman hoy que tal idea está obsoleta y, por lo tanto, resulta ridícula, la defenderán en diez años encarnizadamente mientras desprecian con idéntica energía y convicción lo que ensalzan ahora mismo. Y siempre, cada maldita vez, estarán respaldados por recientes estudios (porque, claro, los estudios tienen que ser recientes. Si no, no valen. O, al menos, no valen hasta dentro de diez o veinte años, cuando sus propuestas ya son tan viejas que parecen nuevas otra vez).
 
Qué pasó con el aceite de oliva? Qué pasó con el pescado azul? Y con la carne de cerdo? Con el vino? Y ojalá se tratara sólo de la comida. Recientes estudios confirman que el colecho y el cargar al bebé todo el santo día es beneficioso para su desarrollo físico, intelectual, emocional y espiritual si me apuras. Recientes estudios, vaya. Seguramente otros menos recientes dijeron todo lo contrario,  abogando por la independencia del niño, por fomentar su autonomía y por darle cuerda, demostrando a su vez catégoricamente (estudios, estudios) que era ESO lo que beneficiaba a la criatura en todos los sentidos.
 
Por un lado, te apetece mandar a los estudiosos a ver la ballena un rato. Como mínimo. Por otro lado comprendes que, de alguna manera, ellos hacen su trabajo, que es, precisamente, estudiarlo todo. Investigar, observar, sacar conclusiones y defenderlas. Por qué son tan dispares entre sí, Dios mío?? No lo sé. Hasta ahí no llego. Entiendo (vaya que si lo entiendo) que no todo en esta vida son cifras exactas (menos mal, porque soy de letras), y que para casi cualquier cosa caben varias interpretaciones. Lo que no me parece de recibo (en serio) es que hoy las coles de bruselas sean poco menos que la fuente de la vida, y dentro de cinco años se descubra que contiene miasmas venenosas que te pudren por dentro. Joder. Tenemos que irnos siempre a los extremos? Cómo es posible?
 
Claro, seguramente lo peor no sean los entendidos, sino los malentendidos. Nosotros, la gente. Los que leemos un articulito muy majo en el suplemento dominical, entendemos lo que nos da la gana, explicamos lo que se nos canta y luego vamos por ahí sentando cátedra. Y, lo que es peor, dando por culo al personal. Tenemos una vocación mesiánica que no es ni medio normal. Las iluminadas del momento (ya he hablado de ellas varias veces) son las talibanas de la teta, el parto místico, la simbiosis con la Madre Tierra, la danza sensorial de la matriz, la comunión intrínseca con el cordón umbilical del cosmos. Las defensoras de la doula, parir en casa, lactancia exclusiva, colecho y cargar a la criatura todo el día. Y es normal, claro. En tiempos tan locos, tan rápidos, tan superficiales, tan frenéticos (compra, compra, ten éxito, viaja, haz cosas, lánzate, sé trendy, sé chachi, sé cool, sé esto, sé lo otro, corre, corre, no llegas) se tiende al regreso. Volver a lo de antes, lo de siempre (qué será lo de siempre, señor, si siempre lo están cambiando), a las raíces, al origen. Será por eso que la época de la tecnología, el estrés, la depre crónica, el pastillazo, la profilaxis, el consumo desorbitado, el cinismo, el desánimo y el destrozo sistemático del entorno por aquello de hacer más y más dinero que mueva la rueda, cada vez hay más gente que se larga a vivir al campo, se haga vegana, busque la iluminación o persiga "la alternativa". Debería ser bueno que hubiera alternativas. Pero no.
 
Recientes estudios confirman que nada como criar a los niños al modo de las indígenas (de donde sea, ya sabéis, esas mujeres con bebés a la espalda que, probablemente, venderían su alma al diablo por una hamaquita balancín y un microondas). Y, ojo, me parece perfecto. Me parece muy bien que mujeres occidentales que lo tienen todo a su alcance consideren que es mejor una crianza más natural (lo jodido es lo contrario, claro. La indígena de donde sea puede considerar misa cantada, que tendrá que asumir la única crianza que conoce y a la que puede acceder, tanto si le parece maravillosa como si no). Lo que me jode, como siempre, es la radicalización. A este modo de criar se le ha bautizado como "apego". Al parecer, todas las que no podamos o no queramos seguir estrictamente sus dogmas, somos madres desapegadas. Malas madres, pérfidas mujeres egoístas que no amamos realmente a nuestros retoños, que anteponemos nuestra comodidad a su bienestar, que les tratamos con frialdad causándoles todo tipo de traumas. No dar el pecho, o enviar a los niños a dormir a su propio cuarto desde el primer día, es, simplemente, una barbaridad (cuidado, una barbaridad con dos uves, me perdonaréis si no reproduzco tal cosa). Es decir, tenemos a un montón de mujeres defendiendo su derecho a vivir libremente su maternidad y condenando que otras las critiquen... mientras ellas mismas critican ferozmente a otras y no respetan su derecho a vivir libremente su maternidad. Curioso. A ellas las mueve el amor, a nosotras el egoísmo. Ellas actúan convencidas de hacer lo mejor para sus hijos, nosotras no. Nosotras obramos mal y a sabiendas.
 
Y es que a ellas, claro, las respaldan recientes estudios que confirman. Recientes estudios, sospecho, que mañana dirán todo lo contrario, que ensalzarán precisamente lo opuesto. No sé qué pensarán ellas entonces, claro. Lo que caracteriza a los estudios es que sólo son válidos si apoyan nuestras ideas. Si no, no sirven. Son sesgados, maliciosos y promueven oscuros intereses. Pretenden engañarnos, es que nadie se da cuenta de lo evidente? No sabría decir... Yo sólo me doy cuenta de que a mí, personalmente, me mueve el mismo amor que a cualquiera y la misma convicción de estar haciendo lo correcto. Me doy cuenta de que me equivocaré en miles de cosas y acertaré, con suerte, en otras tantas. Me doy cuenta de que todo el mundo tiene derecho a obrar libremente según su conciencia, pueda yo comprenderlo o no. Me doy cuenta de que, demasiadas veces, quienes más exigen respeto no lo brindan a los demás.
 
La atención jamás puede ser perjudicial para los hijos, sostienen ellas. Seguro? Nunca? Creo firmemente que no es así. Creo, y lo he visto con mis ojos aunque no haya leído recientes estudios al respecto, que la atención desmesurada (especialmente a conductas negativas), la sobreprotección, la falta de límites y de parcelas, pueden generar niños tiránicos, inseguros, dependientes y malcriados, privados de las más elementales herramientas contra la frustración. Lo creo, sí. Y, como lo creo, evito caer en tales actitudes siempre que puedo. Lo que no hago es restregarles a las otras madres mis opiniones ni, muchísimo menos (eso espero) juzgarlas y condenarlas por sus métodos pedagógicos. Duerme con tu hijo hasta que cumpla doce años, si te parece lo mejor. Obviamente tengo mi opinión al respecto, pero es la mía. No voy a aleccionarte. No me alecciones tú. Porque si vuelvo a oír eso de que soy una madre desnaturalizada, fría y bárbara, quizá te meta tal patada que ponga tu matriz en conexión mística con el cosmos.

ATENCIÓN

Nada. Que me cansé de los colorinchis. Que no paran de cambiarme el blog (malditos electroduendes!! Aunque... ya no serán ellos, claro. Serán sus hijos, los ciberduendes...) y las cosas nunca están igual que estaban. Así que nada, se acabó. Me harté. A partir de ahora, todo igual. Seguramente lo agradeceréis.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Madres nefastas

 Supongo que a todos nos gusta alguna película chorra, aunque no queramos reconocerlo. No todo va a ser Ciudadano Kane. Algunos disfrutan con las comedias estúpidas de tetas, pedos y pitos atrapados en cremalleras. Yo no las soporto, pero siento debilidad por algunas chorripelis de amigas. Quizá porque de cría envidiaba esa relación entre chicas que intuía tan mágica y tan especial. Quizá porque, como tardía descubridora de la amistad femenina (y sí, confirmo, es mágica) disfruto ahora recreándome en ella.
 
Por eso, como digo, algunas de esas películas que cuentan el complejo pero muchas veces indestructible lazo que ata a ciertas mujeres y que va más allá de la sangre, me encantan. Algunas, insisto. Otras son un petardo. Entre mis favoritas están las intrépidas abuelas del Clan Ya-Ya (en inglés: Divine Secrets of the Ya-Ya Sisterhood). El hecho de ver juntas a Maggie Smith, Fionnula Flanagan, Ellen Burstyn y Shirley Knight fue suficiente aliciente para mí. Además, estaban Ashley Judd (encarnando la versión joven de Burstyn) y James Garner, interpretando al marido estoico, santo varón que todo lo perdona. Se supone que la protagonista es Sandra Bullock. A mí no me molesta, pero lo cierto es que se me diluye entre los demás. No importa.
 
El Clan Ya-Ya cuenta la historia de cuatro amigas a lo largo y ancho de toda su existencia. Hablamos del Sur de los USA, de ese Sur de niñas vestidas de gala para asistir al estreno de Lo que el viento se llevó, del Sur de la criada negra que ya no era esclava pero servía a la familia hasta su muerte, del Sur de los bailes en los jardines de las mansiones, con músicos "de color" y farolillos, del Sur de jóvenes guapos que se iban a la Segunda Guerra Mundial para no volver, dejando desoladas a sus madres de nombre francés y a sus novias guapas languideciendo y alcoholizándose a toda velocidad. Un Sur muy de contrastes, al menos en el cine. De profundo racismo que ponía a cada cual en "su lugar" pero covertía a las criadas en verdaderas madres para unos críos a los que sus biológicas no prestaban atención. De señoritas bien y buenas familias conviviendo sin mezclarse con "basura blanca" de los pantanos. De apellidos de rancio abolengo y nuevos ricos horteras. De chicas audaces que conducían descapotables amarillos, fumaban, bebían y lucían sus vestidos de pin ups, pero terminaban siendo amas de casa y madres de familia.
 
En ese Sur, está Vivien, con un padre déspota y una madre católica, santurrona y amargada. Con el novio perfecto que desaparece en algún lugar de oriente sin dejar ni un cadáver que enterrar. Está el amigo del novio perfecto, con el que Vivien se casa sin amor, para descubrir ya en la vejez que sí que le quería después de todo. Están las madres que se suicidan cuando los vástagos no vuelven, las mujeres que rompen platos, los hombres que las sacuden, las ignoran o las abandonan, los niños que sobreviven a hogares devastados por las broncas, el ruido de los hielos tintineando en los vasos, los reproches y los correazos. Y, años más tarde, las ya ancianas diosas del Ya-Ya procuran explicar a una Bullock llena de cicatrices que su madre, Vivien, no sólo es una loca egoísta y borrachina con aires de Escarlata, siempre haciendo dramas de todo, sino también una mujer que sufrió lo suyo sabiendo que hacía daño a su familia.
 
Vivien, claro, bebía como un cosaco, porque sus sueños de ser periodista en Nueva York se dieron de narices con la realidad de un matrimonio ensombrecido por el espectro del novio muerto, de la rutina de la casa y de tres hijos hacia los que sentía amor, pero ninguna vocación. Vivien acudía a su confesor para contarle que, sencillamente, no podía soportar su existencia, y que fantaseaba cada día con huir y abandonarlo todo. El buen sacerdote, claro, le aconsejaba la oración y el sometimiento a la voluntad de Dios. Así que Vivien, seguía empinando el codo y escapándose de casa de vez en cuando para, sencillamente, inscribirse en un hotel y dormir durante días. Tras cada una de sus desapariciones, llamaba a casa, anunciaba su regreso y decía a sus hijos cuánto les quería.
 
Bullock termina coincidiendo con las Ya-Ya en que no todo fue horrible. Vivien tenía su lado divertido, era una cómica nata, una compañera de juegos de lo más original que enseñó a sus hijos a no rendirse jamás. Sin embargo, no consigue perdonar cierto episodio oscuro que, finalmente, las Ya-Ya tendrán que aclararle, desvelando esa otra cara de las amas de casa sureñas en las que la lucha contra el alcohol incluía drogas legales (prohibidas actualmente) capaces de hacerte alucinar, licuarte los sesos o convertirte en una bestia dañina. Bullock ve la luz. Al fin y al cabo, desconocía partes de la historia. Y, además, habría sido una escritora de éxito con una infancia fácil? Vivien, por su lado, olvida por un momento su rol de damisela traicionada por la hija ingrata, abandona su pose de Escarlata y admite que, con drogas o sin ellas, fue una madre deplorable. Es lo que me gusta de la peli. Es valiente. Reconoce y enseña que algunas mujeres son malas madres. Que no siempre saben hacerlo bien, que a veces se sienten superadas, que pueden hacer daño a sus hijos y que, con frecuencia, niegan sus errores porque es más fácil tirarse el rollo de: "con todo lo que hice por ti y así me lo pagas". Fui una mala madre. Me equivoqué. Se me daba fatal. Pude hacerlo mucho mejor. Quería ser algo grande y terminé casada con un granjero, haciéndole pagar a él y a todo el mundo mi frustración. No me di cuenta de que, al menos, había algo bueno en mi vida: mis hijos. Sobre todo esa hija mayor que tantas veces tuvo que ocupar mi lugar (haciéndolo mejor que yo) y que hoy es todo lo que yo habría soñado, una escritora de éxito. Yo no supe hacerlo. Al final, tan valiente como me creía, no luché por mi sueño. Me limité a quejarme. Pero tú, mi hija, lo has conseguido, a pesar de mí, y me siento orgullosa.
 
Cuando veo esas escenas en las que Vivien grita a sus críos, rompe platos, se tapa los oídos mientras las lágrimas ruedan por su cara y sueña con escapar, me entra pánico, porque la entiendo. Entiendo el terror a ser la peor de las madres, la tremenda culpa cuando sabes que has perdido los nervios o cuando sabes que, en el fondo, sólo te apetece salir corriendo sin mirar atrás. Precisamente como ella hacía: desaparecer, dormir cuatro días seguidos y regresar recuperada a esos hijos que son lo que más quieres y lo que más te agota. Yo no bebo, pero también necesito mis drogas legales. Y la rabia por esa dependencia, y el miedo a que se me fundan los plomos, camina conmigo. Junto con el terror de, con pastillas o sin ellas, ser, en efecto, la peor de las madres. Demasiadas veces creo que lo soy. Eso es lo que me espanta. Antes de ser madre, veía la película y no podía empatizar con Vivien, la egoísta, la cobarde, la colérica, la melodramática. Me permitía el lujo de juzgarla. "Yo jamás seré así". Ahora la entiendo. No la disculpo, no me disculpo. Pero la entiendo. Y eso es devastador.
 
Afortunadamente tengo a mis propias Ya-Ya. Para intentar comprenderme y, sobre todo, para que me suelten verdades como puños. Porque hace falta oírlas. Sólo espero no llegar a vieja negando mis errores y fingiendo no ver las heridas de mis hijos. Sólo espero que no tengan demasiado que reprocharme. Y, si lo tienen (dios no lo quiera), saber asumir y aguantar el chaparrón. Tarde o temprano, a todos nos pasan la cuenta. Ojalá lo bueno pese más que lo malo. Y ojalá entonces sigan mis Ya-Ya cerca, para poder hablarme como sólo se hablan las amigas. Sin pelos en la lengua y desde el corazón. Ojalá sigan por mi vida mis propias Maggie, Fionnula y Shirley, para espetarme que deje de hacerme la mártir y ofrecerme patadas en el culo. Qué sería de nosotras sin las Ya-Ya...

sábado, 8 de septiembre de 2012

De nuevo, la malvarrosa

 Me preguntaba hace algunos años si realmente se podía aplicar cierta frase de Pennac a ciertas personas (en realidad todo Pennac de puede aplicar a casi todo y a casi todos). La conclusión es que sí. Hay gente que, en efecto, es como la malvarrosa. Lo invade todo y ni siquiera es comestible.
 
Siempre te he querido Bebe, y lo sabes. Sé que a algunos (sobre todo a tus padres, otra mentalidad, otra generación, otros prejuicios) les costó aceptarte y entenderte, pero no puedes negar que lo lograron. Acaso no fuiste precisamente tú la hija que más vivió bajo su techo? No sigues, de hecho, viviendo allí? Por eso no puedo resistir (ya no, joder, ya está bien) que sigas agitando la pancarta de "lesbiana" para victimizarte. Basta. No cuela. Tu problema no es que seas lesbiana. Tu problema es todo lo demás. Eres tú.
 
Padeces una enfermedad mental que ni asumes ni reconoces, salvo cuando te conviene. Cuando pierdes los papeles, cuando sabes que te has extralimitado, entonces empiezas a hacer teatro, hablando sola, haciendo aspavientos, dejando claro lo tremendamente loca que estás y lo inocente que eres de tus actos y palabras. No tragamos, Bebe. Déjate ayudar, permite que tu psiquiatra te trate, toma tu medicación. Sobre todo, toma las malditas riendas.
 
Eres una politoxicómana empedernida desde hace años. Pero claro, no. Lo niegas. Son calumnias de tus pérfidos hermanos (todos, los diez) que, un buen día, se reunieron clandestinamente y planearon amargarte la vida por pura diversión. Se siente, te tocó a ti. Bebe, sé desde niña que tienes problemas de adicciones. Lo sé porque no recuerdo una sola conversación entre nosotras en la que no haya salido el tema de la nieve y los cigarritos de la risa. Llevas como 25 años intentando convencernos a todos de que "controlas". Sabes quiénes se empeñan en que controlan? Los yonkis. Como tú.
 
Tus problemas con la blanca te han convertido en una superviviente nata. Lo malo es que sobrevives a costa de los demás. Mientes, manipulas, tergiversas, exprimes, lloras, enredas, sacas algo de pasta y desapareces. Hasta la siguiente. Como la perfecta yonki que eres, tu única meta en la vida es conseguir farla para hoy. Resistir este día. Mañana ya veremos. Pero claro, entre tanto, necesitabas aparentar una vida. Por eso siempre tenías proyectos. Por eso has sido mil cosas y ninguna. Por eso te has embarcado en los negocios más variopintos, fracasando en todos ellos y arrastrando siempre a alguien contigo. Tus tan cacareados amigos, esos que, según tú, te quieren más y mejor que tu propia sangre. No sé si te queda algún amigo, Bebe. Los que conozco ya han tenido suficiente, créeme.
 
Supongo que eres consciente de tus propios follones. Por eso has aprendido a caminar por el filo, a estirar la cuerda un poco más, a vivir a la defensiva, dispuesta a morder primero y a tomarte cada frase en el peor de los sentidos inimaginables. La pobre Bebe, la cabeza de turco. Epicentro de una conspiración a escala mundial. Mártir de todas las mártires.
 
La última de tus hazañas ha sobrepasado cualquier límite. No me meto en las movidas entre adultos. Que cada palo aguante su vela. Pero meter a niños, Bebe, a críos inocentes... cómo coño se te ocurre, tarada?? Por encendida que estés con tus hermanos, tía, cómo cojones se te ocurre amenazar a sus hijos y a sus nietos mientras te arrogas el papel de santa incomprendida, de pura de corazón y de fiel heredera del ejemplo de tu padre?? Si Obo hubiera sido testigo de algo así, se le habría partido el alma. Él, que durante toda su vida se esforzó en aceptar a todo el mundo, con sus defectos, sus manías, sus contradicciones, sus miedos, sus íntimas perfidias... Él, que no sólo consiguió aceptar a todos, sino que llegó incluso a amarlos. A todos. Por el mero hecho de ser personas. Él, incapaz de guardar rencor, de un mal pensamiento. Recuerdas cuando aquel vecino, de esos de toda la vida, se fue quedando senil y le dio por insultar al Viejo? Cada vez que se cruzaban en la escalera, tu padre le saludaba amablemente. El otro le espetaba alguna grosería y Obo le sonreía y seguía su camino. La abuela se enfadaba. Ella siempre ha sido más visceral. Intuía mala idea en el vecino borde. El Jero, no. No, él nunca. El Jero, simplemente, pensaba que algo debía pasarle a aquel pobre hombre. Algo que no podía controlar y que, por tanto, no se le debía tener en cuenta. Así era mi abuelo, Bebe, así era tu padre. No te atrevas a autoproclamarte la más digna de sus hijas, la única que sigue sus pasos, mientras hablas de prender fuego a viviendas con gente dentro, de rebanar pescuezos y de meter a pequeños tesoros en cajas de pino. No te atrevas, loca, energúmena, bocazas. Arregla de una maldita vez tu caótica existencia, coge el timón, practica con esa autosuficiencia que siempre has cacareado, tú, tan buena, tan libre, tan independiente, tú, 50 años y en casa de tus padres, tú, tan honesta e intachable mientras te levantas de puntillas en plena madrugada para coger dinero del monedero de tu madre octogenaria, tú, tan por encima de tantos y de tanto, siempre ocupada en enmierdar. Vive. Y déjanos vivir.
 
No es porque seas lesbiana, Bebe. Empiezo a creer que nos resbala a todos menos a ti. Deja de una maldita vez de enarbolar esa bandera, de esconderte tras ella. Es porque eres una enferma mental, yonki, manipuladora, encantadora de serpientes y malvada. Eres tóxica, tía. Para ti misma y para los demás. Sal al mundo, aprende a caminar sola, pon los pies en el suelo, autofinánciate y elige el camino que más te guste. Nadie te lo impide, salvo tú misma. Deja de culparnos a todos de tus problemas. Encuentra un rumbo que no nos salpique y síguelo. Arranca la puta malvarrosa.  

sábado, 1 de septiembre de 2012

Y entonces, me cabreo




 Me cabreo porque, de repente, me he dado cuenta de que ella ya no es exactamente ella. O, al menos, no es todo lo ella que fue. Y es triste, joder. Digo más, es una auténtica tragedia. Quizá parezca que exagero, pero creedme que no es así. Ella era la más divertida, la más locuaz, la más chispeante, la más lista, la más dulce, la más encantadora, la más positiva de todas. Algo así como una amalgama de trasgu, bruja buena, xana y fuego fatuo. Era, sencillamente, una criatura luminosa y feliz que contagiaba su buen humor a todo cristo. Inasequible al desaliento. Una sonrisa con piernas. La única capaz de convertir un domingo de mierda atendiendo a cinco mil personas en un horno de uralita convertido en chiringo playero en una experiencia descojonante. Sólo ella.
 
Y ahora la miro en silencio y se me lleva Dios y los demonios. Porque la veo pálida, cansada, con los ojos apagados, harta, aburrida, doblada a ratos por la preocupación, angustiada por asuntos mezquinos (el trabajo, el dinero, siempre la misma cantinela de porquería), hasta el moño de dolores y padecimiento. Se esfuerza, claro. Eso es lo terrible. Que la veo tratando de esforzarse en cosas que antes le salían solas. Como la risa. Como salir al mundo canturreando. Como charlar con amigos sosteniendo un café blancuzco y medio frío de los suyos. Si la necesitas, acude, por supuesto. En eso no ha cambiado, ni cambiará nunca. Cierto que, al menos, del sufrimiento ha sacado en claro alguna lección valiosa, como aprender a ponerse en primer lugar, administrar sus fuerzas y su entrega o (incluso!!!!) decir que no alguna vez. Pocas veces.
 
No es justo. No es justo que se le venga todo encima de golpe. No es justo ser tan joven y tan buena gente y tener que soportar una salud tan pésima como la suya, un achaque tras otro y la misma explicación de siempre: "no hay solución". No hay derecho a que, como ella misma dice, puedan ponerte el corazón de un cerdo pero no puedan ponerte una espalda nueva. Sé lo que se siente conviviendo permanentemente con el dolor físico y el cansancio. Sé hasta qué punto te va minando, agriando, exasperando y hundiendo anímicamente. Teniendo en cuenta que mis males son un chiste al lado de los suyos, no es de extrañar que mi venerado fuego fatuo pierda el brillo por momentos.
 
Me aterra, me cabrea y me entristece. Ella (también otras, pero ella sobre todo) fue mi inspiración cuando me decidí a cambiar. Cuando me hastié de escuchar mis propios lamentos de ninfa lánguida desterrada y concluí que se puede ser feliz si a uno le da la gana, que lo de encajar la vida con una carcajada o sonándose la nariz es, al final, decisión de cada cual. Una decisión en la que, si es realmente firme, no puede interferir Dios, el cosmos, el karma, el destino ni el sursum corda. Nadie. Nunca. Me cabrea no poder ayudarla, no saber, no ser capaz de devolverle un mínimo de esa inspiración que ella me dio sin saberlo. La miro a veces y se me parte el alma, porque me costó un triunfo parecerme una pizca a cómo era ella y ahora descubro horrorizada que ella se está empezando a parecer a cómo era yo. Y yo era hosca, dura, amarga, cínica. Era gris, llena de taras y de miedos, suspicaz, insegura, siempre lista para sacar las uñas, solitaria, triste, negativa y apática. Era, sencillamente, lo más opuesto que se puede ser a un fuego fatuo.
 
La miro y veo cómo amenazan con envolverla las mismas sombras que me envolvían a mí. Conozco bien a esas sombras. Son unas malas putas pegajosas que se resisten a abandonarte. Cuando te has dejado enredar por ellas es difícil arrancártelas. Te siguen muy de cerca, esperando un momento de debilidad o mal humor para enroscarse por tus piernas y hacerte tropezar. Son como telas de araña cubiertas de polvo. Y ella no las conocía, y no quiero que las conozca jamás. No quiero ni que la toquen. Pero la chispa de sus ojos verdes pelea y sobrevive. Y yo me desespero, intentando averiguar cómo atizar esa llama. Qué hago, amiga mía? Qué puedo hacer? Cómo consigo ayudarte para que no te consumas de nostalgia???