Así es como lo ha llamado siempre mi familia, al menos. No es un nombre muy poético, la verdad, pero los míos (salvo las generaciones más veteranas) siempre han sido bastante críticos con estas fechas. Recuerdo desde niña sus comentarios poco amables hacia esa devoción fervorosa de una vez al año. Nunca la entendieron. Nunca entendieron por qué el primero de noviembre había que visitar a tus difuntos sí o sí, por qué la gente pasaba por el aro haciendo cola ante floristerías y cementerios cuando, resulta evidente, puedes visitar a tus seres queridos desaparecidos el día que te dé la gana. No entendían que la nostalgia o el cariño la marcara el calendario. Los mayores del clan se justificaban con obligaciones que no hacían sino reforzar los argumentos de la siguiente generación: "las cosas se hacen porque quieres hacerlas, cuando te salen de dentro. Si es obligación pierde el sentido". El Pater, claro, aún resultaba más cáustico: "menuda gilipollez. Lo ves? Somos borregos. Que me tiene que decir a mí el calendario cuándo puedo o no puedo ir a ver la tumba de mi abuela? Qué pasa, que si no voy hoy soy mala persona, o la quería menos? Hoy hay que ir a exhibir cuánto querías a tu Paco, a tu Mari o a tu santa madre. La mayoría no van en todo el resto del año, pero allí están hoy, pa que les vea todo el mundo con el ramito. Venga ya".
El caso es que nosotros siempre lo celebramos a nuestro modo. No íbamos al cementerio (eso se quedaba para los viejitos, que siempre respetaron mucho las tradiciones), pero sí que festejábamos algo, no sabíamos muy bien qué. En el norte siempre han convivido las costumbres cristianas con ese paganismo mitológico que tanto nos identifica, así que tampoco me sorprende que los abuelos, tan devotos ellos, nos transmitieran esos otros ritos que ya vivían de niños. La víspera del Día de los muertos cae en plena época de castañas, así que lo propio son los magüestos. Recuerdo las castañas asándose en la cocina de leña y a todo el mundo dándose el festín padre, algunos remojándolas en un cuenco de leche caliente. Yo siempre he detestado ese sabor áspero, pero me encantaba verlas asarse, su olor y su tacto. Se bebía sidra (dulce para los niños) y sí, curiosamente se hacían linternas y faroles con calabazas, calabacines, nabos y cualquier hortaliza de tamaño respetable. Se contaban historias truculentas de aparecidos. Se hacían disfraces caseros (nada de chuminadas compradas) con sábanas agujereadas y corchos quemados para tiznar las caras. Siempre había algún tío dispuesto a ponerse un pelucón y una máscara para asustar a los chiquillos, que, sabiendo perfectamente quién era "el espectro", o "la bruja", no nos privábamos de pegar alaridos y correr como locos huyendo del monstruo. Era emocionante. Se te salía el corazón del pecho. Se hacían hogueras y se jugaba al escondite. Recuerdo lo mayor y lo valiente que se sentía uno aceptando perderse en la oscuridad y aguantando el canguelo detrás de un árbol o agazapado en el corredor del hórreo, procurando no pensar que iba a venir La Guaxa a cogerte o que aquellas lucecitas allá lejos eran los candiles de La Güestia, que venía a llevarte. Contábamos esperteyos (murciélagos), afinábamos el oído para escuchar a la curuxa (la lechuza) y mirábamos las estrellas.
El Pater se agarró uno de sus habituales berrinches cuando descubrió que, irremediablemente, los magüestos y el Día de los muertos iban cediendo terreno frente a, según sus palabras, "una fiesta yanqui gilipollas y hortera, como todas las jodías fiestas de esos anormales". Y es que no se puede luchar contra lo inevitable, al parecer. De críos veíamos imágenes del Halloween en las pelis y series yanquis, y nos parecía algo curioso y divertido, pero ajeno, como Acción de Gracias o el 4 de julio. No tenía nada que ver con nosotros, sin más. Y de pronto, años después, alguien decidió que era una pena no rentabilizar la tontería humana, ni el afán de los europeos por bebernos sin pestañear cualquier chuminada que huela a los USA (mucha gente se pasmaría si supiera que el dichoso Halloween tiene origen europeo, pero bueno). Creo que los primeros en sumarse a la tontería fueron los empresarios de las discotecas. Cómo resistirse a una especie de carnaval macabro en el que podían colgar calabazas de pega por doquier y vestir a sus gogós de vampiras zorronas? El público se entusiasmó, claro. Halloween es el segundo carnaval del año, otra fecha más para salir a la calle medio en cueros a papar frío como lerdos. Por supuesto, asustar es lo de menos. Lo que importa es calentar! Después de las discotecas se apuntaron los centros comerciales, cómo no. Vendamos chuminadas a los niños, que aún queda para Navidad. Chuches, decoración, disfraces... un planazo. Sólo tienes que enseñárselo para que lo quieran. Y, encima, van los colegios y se suben al carro. Así que ahora los magüestos se combinan con trajes de esqueletos, nosferatus y minibrujas (Bob Esponja o Hello Kitty también valen), las Monster High y las Bratz Goti-fashion lucen sus mejores galas (hay ediciones especiales de muñecas vampi-pijis, lo juro) y los críos empiezan a llamar a las puertas del vencindario soltando esa absoluta mamarrachada del "truco o trato?"
Y me apena, en serio. Me apena porque me habría encantado mantener la costumbre de mis ancestros con sus faroles sin caras malévolas, su sidra dulce, sus castañas, sus sábanas viejas con agujeros, sus historias de ánimas y su escondite terrorífico. Como mucho conseguiré salvarlo siempre y cuando acceda a que mis enanos celebren tal ocasión con los impepinables disfraces comprados y sus golosinas herejes. Porque ya han nacido en pleno ataque de bobería, lo mamarán como algo "nuestro" y no lo cuestionarán. Y negárselo les hará sentirse marcianos. Los críos, en cualquier caso, no tienen culpa ninguna. La culpa es nuestra, de los adultos, que estamos agilipollados completamente, que despreciamos lo nuestro mientras nos tragamos sin masticar cualquier imbecilidad que venga del sitio adecuado. Y el sitio adecuado, claro, es yanquilandia, ese lugar que solemos criticar con saña mientras nos esforzamos en imitar. No cabe duda de que, a su modo, han colonizado a quienes les colonizaron... será algún tipo de venganza? Si lo es, nos está bien empleado. Somos cómplices en ella, por nuestra irredenta estupidez.
Feliz magüestu. Feliz Día de los muertos.
(La foto es de Aurora3)