miércoles, 9 de enero de 2013

Volviendo a las nadadas

 Es la primera vez en mi vida que me he hecho buenos propósitos para el año nuevo. Pensé que, con eso de que termina en 13, seguramente me traería suerte. Y aquí estoy, cumpliendo. Así pues, volvemos a las "nadadas", aunque, de momento, hemos decidido cambiar bañador y aletas por chándal y maquinaria pesada. Eso sí, iremos variando. Opciones hay para (no) aburrir.
 
Es curioso, pero entrar en el club me devuelve ipso flauta a los ocho años. A pesar de que lo han remodelado casi entero, ese olor a cloro de piscina me lleva volando a la escuela de nadadores y a los bocatas de metro que devorábamos después de la clase en la sala de la tele, viendo a Moffli el koala y aquello de "Hello, I´m Muzzy" mientras los papáes y mamáes tomaban algo en la cafetería. De hecho, el olor a cloro me da hambre. No digo más.
 
Los vestuarios son el triple de lo que eran y ahora hay incluso taquillas (oh my god). Continúa el mismo guirigay de niños corriendo en bolas mientras señoras sofocadas les persiguen armadas con una toalla, unas bragas de Hello Kitty, un par de chanclas o un gorro, procurando no resbalar en el suelo húmedo y acabar estampadas contra un banco. Siguen esas mismas abuelillas irredentas que no perdonan su hora diaria de largos. Algunas lucen cada tipazo como pa caerse de espaldas, tras veinte o treinta años de fidelidad piscinera. Otras pasean sus redondeces sin complejos, y las adoro por pasarse por el orto el pudor mojigato que sin duda les inculcaron y las memeces estéticas con las que nos bombardean. Conmueven esas adolescentes un poco desgarbadas que no saben dónde meter lo que Dios les dio, siempre perfectamente liadas en sus toallas y volviéndose de cara a la pared para esconder unos pechos tan firmes que nos hacen suspirar a las demás. Ganas paso de decirles: "enséñalos, reina. Paséate incluso, date una vuelta. Eso que llevas ahí es arte, tontorrona!"
 
Es un club de barrio obrero. Se fundó para hacer deporte, no para reunir a pijillos ociosos. La gente va a lo que va, y se nota. Da gusto que nadie te mire con asco y pena cuando tus lorzas se desparraman generosas. Da gusto ver que las tías no hacen aerobic maquilladas y el hecho de no toparte con calentadores fucsia ni demás indumentaria semi porno. Da gusto ver camisetas anchas de propaganda, setentonas con gorros de floripondios y críos zampándose media barra de pan con un filete empanao dentro. A muchos les daría grima tanta horterez, tanto michelín y tanto chopped. Pero a mí lo que me da grima es lo otro, esos gimnasios en los que, paradójicamente, los gordos estamos mal vistos. No digamos los viejos.
 
Total, que estoy feliz y en mi salsa. Pena que un pequeño episodio me haya amargado un pelín la tarde deportiva. El sainete lo protagoniza una chonimadre que le espeta a un crío lo vieja y maltrecha que tiene la mochila. "Tu madre no te piensa comprar otra? Porque, vamos, a mí se me caería la cara..." La madre pecadora no está presente, claro. El niño en cuestión se pone rojo hasta las orejas. Yo respiro hondo, aguantándome las ganas de pegarle a esa hijaputa una patada en el chumino. Y la escena la resuelve con providencial desparpajo la propia hija de la imbécil, que, al parecer, no ha salido a su mami en cuanto a falta de modales. "Jo, pues la mía está casi peor!", suelta la cría con toda su inocencia y una sonrisa de oreja a oreja. Yo también sonrío. Y el niño antes humillado mira a la chiquilla con fervor. No creo que la canija se dé cuenta de lo oportuna que ha sido. La gilipollas de su madre sí se da cuenta, y es ella la que se pone como un tomate. Lástima que, casi seguro, no aprenderá la lección. Puede que incluso castigue a su hija. Es lo que tiene: algunas personas no tienen arreglo y, encima, enmierdan todo lo bueno que tocan. Qué le vamos a hacer. Incluso en mi amado club de natación de toda la vida tiene que haber algún bocazas suelto. Al menos resistí la tentación de encararme con aquella MariJessy y soltarle una perla. Ten un poco de tacto, cacho zorra. Ay, Señor.

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