Porque lo de estos críos con la comida empieza a resultar insufrible. Si algo había repetido hasta la saciedad, en el tema hijos, era esto: "qué felicidad eso de que un chiquillo coma bien. Espero que no me toquen precisamente los tiquismiquis". Hala, por hablar. Dos de dos. Te jodes.
Los pediatras coinciden en afirmar que no hay niños que no coman, al contrario de lo que aseguran muchos padres. Lo que pasa, en general, es que somos unos histéricos (los padres) y nunca estamos satisfechos con lo que engullen nuestras criaturas. Ya. Seguramente esto es cierto en la mayoría de los casos. Pero, lo siento, no es menos cierto que hay guajes que no comen. Repito: que NO comen. Naturalmente, no se conocen casos de niños que hayan muerto de inanición habiendo comida disponible, lo cual es un enorme consuelo. No es que la inapetencia de mis gremlins me tenga sin dormir, no. Eso tampoco. Simplemente, me tiene hasta la peineta.
Cuando digo que estos dos no comen me refiero a que pueden pasarse días y días ingiriendo: un biberón por la mañana, nada a medio día, nada por la tarde, un yogur para cenar y un biberón por la noche. Especialmente, el Bastian. Atreyu, al menos, siente cierta inclinación por la sopa, la cecina y, a ratos, la tortilla de patata. Todo lo que se salga de ahí, es por mis cojones y peleando. Resulta absolutamente agotador, cargante, aburrido, un coñazo y una jodida pesadilla tener que luchar físicamente tres veces al día con dos bestias. Y es luchar, literalmente. Es llevarse una somanta de coces y guantazos y de andarse al loro si uno quiere conservar la dentadura sorteando los cabezazos. Es oír lloros y berrinches todos los malditos días. Lo detesto. Me duele todo el cuerpo y me pongo de una mala leche digna de estudio.
Lo hemos intentado todo, claro. Pasar, por ejemplo. Vale, no comáis. Pero no comáis nada, listos. Los petisuises de los huevos, tampoco. Paramos cuando Bastian empezó a dar grima, se le hundieron los mofletes y le llegaron a abultar más las rodillas que los muslos. Se salió de la tabla de percentiles. Por debajo, quiero decir. Hemos probado a forzarles. Te grapo, te inmovilizo y comes por encima la cara cristo. Frustrante, poco recomendable. Miedo me daba que terminaran asociando definitivamente comida con infierno. No quisiera ayudar a crear a dos futuros trastornos alimenticios con patas, gracias. Hemos probado entreteniendo, jugando, compartiendo todos la comida, dejándoles manosear los platos, tentándoles, suplicando, maldiciendo, rezando el ángelus... nada. Básicamente, ellos deciden cuándo comen. Hoy sí. Mañana no. Pasado, veremos.
Gracias a los mejunjes de abuela, al menos Bastian vuelve a parecer un niño, y no un espectro. Y algunas veces incluso cenan en abundancia! Pero así, en general, no les gusta comer. No les gusta la comida. Es más, la odian. No quieren purés, ni tampoco sólidos masticables. Todo les da asco, todo les provoca náuseas, todo lo rechazan ferozmente. Salvo la dichosa cecina (¿¿??) y yogures y similares. Pero, a veces, incluso a eso se niegan.
Actualmente, hemos adoptado el método "cuatro cucharadas". Es una especie de término medio entre el pasar y el obligar. Esos días en los que le hacen muecas incluso al danonino más delicioso, no se discute. Si rechazan esto es que, definitivamente, no tienen hambre. Esos otros días en los que se niegan al puré pero señalan al postre, se lleva a cabo el citado método. Vas a comer el puré, querido. Aunque sean cuatro cucharadas, pero lo vas a comer. Si quieres postrecito, es lo que hay. Tontadas, no. A veces sudamos para lograr esas cuatro cucharadas. A veces nos sorprenden y se comen veintitrés. Pero, joder. Joder, qué cansadísimo es esto. Qué envidia me dan esos padres de niños que se zampan lo que sea sin preguntar. Los míos, cerca ya de los dos años, no se han comido nunca un plátano. Por ejemplo. No me digáis que no es triste.
Cuando se pueda dialogar con ellos, veremos qué estrategia se nos ocurre. Por el momento, tiramos como podemos. Tiene narices esto de estar criando a un aspirante a modelo de Calvin Klein y a un (como diría el Pater) macrobióticu los cojones. Ay.